NO MOSCAS, NO MOSQUITOS

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El abismo es oscuro, sin reflejos y sin eco, es brumoso, inmaculado y lleno de misterio. El abismo convoca a quien tiene oídos para él y es vistoso para quien dirige la mirada hacía su interior. Entonces, ¿por qué alguien no querría entrar en él? Aparentemente porque el abismo está vivo.

Su alrededor es inerte, pero su interior ha demostrado estar lleno de vida y de él brotan constantemente zumbidos graves y agudos, capaces de despertar la curiosidad de los pocos valientes que merodean por sus filos. El abismo respira.

Año tras año, siete hombres y siete mujeres marchan desde tierras remotas para encarar y admirar la belleza del vacío que los atrae. Ellos escuchan pacientemente y se deleitan con las sensaciones que experimentan al mirar la eterna y profunda oscuridad que brota en la superficie del enorme cráter.

El abismo está vivo y su vivacidad depende de otras vidas; de las vidas que atrae con una relampagueante y susurrante luz de penumbra.

Hombres y mujeres toman caminos diferentes, pero cualquiera que sea la travesía, ésta los conducirá a la boca humeante de la bestia, ubicándolos a cada lado de los bordes del abismo. Bordes en los que yacen osamentas de personas que, como ellos, una vez fueron llamados a ser parte de la oscuridad misma, pero que no se atrevieron a dar el salto de fe.

El letargo los consume, la parálisis los posee y la modorra los domina, pero ninguno de ellos tiene la valentía suficiente para entrar al centro mismo del precipicio, por más que éste los invoque y motive a entrar.

La voz del abismo es potente y puede ser escuchada en todo el mundo, por lo que quienes responden a su cita se empeñan en encontrarlo. Sin embargo, al estar ante su presencia se acobardan.

El abismo está vivo, pero su llamado se vuelve débil frente al miedo.

Los cobardes valientes miran con admiración el interior del abismo que también los observa. Cantan, gritan, ríen y lloran. Quieren abrazar a la perpetua oscuridad que los rodea, pero se aferran a la luz de sus vidas pasadas. Se miran unos a otros y se regocijan de la mutua compañía, de la mutua decisión y de la mutua cobardía, hablándose con miradas y asintiendo con lágrimas.

Ellos son moscas; ellas son mosquitos. Todos perciben con decencia el ulular que los atrae, pero ninguno avanza más allá de los límites de la oscuridad. No es una opción perder la vida, el más preciado tesoro, en el fondo del abismo. Entonces todos caen sobre sus rodillas. Todos caen en la impotencia.

No obstante, todos están ya condenados. No existe camino de retorno y pronto serán parte de los restos que ornamentan la orilla del despeñadero. Fallecen y dejan de existir por aferrarse a la luz e ignorar los dones del abismo. Aun así, el abismo se alimenta de fragmentos de ellos.

Miles de millones de años lleva el abismo llamando, atrayendo y ofreciendo su perpetua y justa oscuridad, pero pocos se han unido a ella. Nadie ha podido entender que el abismo no solo está vivo, el abismo también es vida.

NO MOSCAS, NO MOSQUITOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora