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— Bien… — Miró de reojo el papeleo sobre la mesa y chasqueo la lengua. Sus ojos marrones fijos en él, quien ahora se sentía apresado por la mirada casi paralizante de la mujer. Podría decirse que si bien era más joven de lo que realmente aparentaba ser, su carácter firme y su voz tosca le añadían años de más. Su personalidad imponía ciertamente mucho respeto, aunque algo de temor también.
— Quiero que hagas esto, Jungkook… — La voz de su psiquiatra lo había sacado de los pensamientos en los cuales se había sumergido.

— No… ¿lo entiendo? ¿Qué se supone que haga con esto? – El chico de ojos marrones señaló el pequeño libro que «según él había estipulado» tenía más de 500 páginas...

— Quiero que anotes tu día a día en él, tómalo como una forma de relajarte y dejar tu mente fluir libre mientras que escribes, no necesitas poner mucho. Solo como te sientes — Dijo, acomodándose los anteojos para seguir anotando cosas en su cuaderno —

— No soy bueno escribiendo… me da vergüenza — Jungkook quiso protestar. Cualquier cosa que tuviera que ver con expresar sus sentimientos no estaba en sus planes.

— Sólo tu sabrás que es lo que está escrito en ese diario – El ruido del timbre indicaba que la sesión se dio por finalizada, ella acomodó sus anteojos y anotó algo en una pequeña nota de papel, dandosela al joven frente a ella.

— Ven la semana que viene para buscar tu medicación, continuaremos el tratamiento. Aumentaremos la dosis para evitar problemas o colapsos.




Con rapidez bajo las escaleras y abrió la puerta que daba a la calle, su alma volvió a su cuerpo ahora que estaba respirando aire limpio. Debía haber cambiado de psiquiatra cuando la suya originalmente tomó licencia de maternidad, pero por cuestiones burocráticas se encontraba en el mismo lugar, con una mujer desconocida que de repente lo hacía hacer cosas que no quería y preguntaba preguntas incómodas.
Metió sus manos en los bolsillos, para rebuscar su celular. El aire gélido chocaba contra sus mejillas haciendo que su nariz se volviera roja y sus ojos se irritarán, últimamente los cambios climáticos eran muy notorios, la temporada de lluvia estaba por comenzar abriendo paso al frío invierno en la ciudad de Seúl.

Su sonrisa se agrandó cuando leyó los mensajes en la pantalla, Soobin, su mejor amigo y con el cuál había pasado casi la mayor parte de su vida, sabía exactamente a qué hora debía salir de terapia. Y nunca faltaba el mensaje chequeando cómo había ido.
El cariño que se tenían desde pequeños era muy sincero, quizás el más sincero que Jungkook había tenido la suerte de experimentar en su corta vida.
A sus dieciocho años, muy cerca de cumplir diecinueve, las cosas no eran fáciles y la vida no era de color de rosa.
El hecho de no poder contar con sus padres había sido, probablemente, el factor por el cual Jungkook se había vuelto dependiente de su única amistad con Soobin.
Sin embargo, esto no hacía que Jungkook fuera alguien que no se llevara bien con el resto de las personas de su edad, muy al contrario a Jungkook le han tildado toda su adolescencia de ser extrovertido y una muy buena compañía a la hora de pasar el rato.
Lo que lo hacía sentir inseguro, y solo. Por más que pasarán el rato con él, a través de aquel reflejo que se presenta en el espejo, hay mucho más que un simple chico de ojos color café.
Hay alguien lastimado, que nunca supo cómo se siente el cálido abrazo de mamá al llegar de la escuela, o los besos para curar los raspones de rodillas.
No supo tampoco cómo se sentiría jugar a la pelota con papá un domingo, o tomar su mano cuando iban de paseo. Tampoco columpiarse sujetando ambas manos, porque Jungkook había perdido todo recuerdo de sus padres.
Por qué sus padres estaban muertos.

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