C a p í t u l o C u a r e n t a Y S e i s

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Carlee Ainsworth.
 
[Febrero 22, 2018]
 
 
Uno.
 
Dos.
 
Tres.
 
Inconscientemente estoy haciendo la cuenta mental de cada rechinar que acompaña mis pisadas en estos viejos y húmedos  escalones.
 
El lugar es indiferente para mí, enteramente desconocido. Un espacio que está iluminado por luces amarillentas que le dan un aspecto fúnebre y escalofriante. Lo único que puedo percibir es el amarillo y un persistente olor a pudrición que flota en el ambiente.
 
¿Qué demonios es esto?
 
No estoy segura de a dónde me dirijo. Únicamente estoy centrada en seguir este misterioso impulso que me insta a hacer una sola cosa: bajar por las escaleras. Permanezco en ello, absorta en una inquietante tranquilidad que de repente es interrumpida por un sonido, el de una voz que susurra mi nombre en un tono bajo y agudo. Escalofríos me suben por la columna vertebral ante ese sonido terrorífico.
 
¿Qué está pasando?
 
Mi primer instinto es girar la cabeza en todas las direcciones, buscando a la persona cuya voz me atemoriza. Sin embargo, lo único que consigo ver, son las paredes grisáceas a mi alrededor, y una infinidad de escalones a mi espera.
 
“Ya es hora”, expresa una vez más, en una diversión escalofriante, y un entusiasmo que me generan arcadas.
 
De pronto, mis latidos se aceleran hasta volverse desbocados cuando escucho el chirrido familiar de una puerta. Intento, con desespero, buscar de dónde proviene, pero cuando me doy la vuelta, lo único que consigo es  paralizarme.
 
No puede ser verdad… no ahora.
 
Ambos están ahí, a unos pocos metros de distancia, de pie mirándome cual depredador a su presa. En sus ojos, los de él, está esa mirada maquiavélica, y su boca gesticula algunas palabras fuera de mi compresión, que quizá buscan anticipar el instante en que corre, corre muy rápidamente hacia mí. Trato de enviar la señal de peligro a mis piernas, trato de huir pero no lo logro. Estoy atrapada, y mientras me asfixio en el pánico, la segunda persona permanece de pie… ella, es ella quien no se mueve, únicamente observándome.
 
* * * *
   
—¿Puedes al menos beber el café, por favor?
 
La mirada de Davy es casi suplicante, cargada de una preocupación que no puedo pasar inadvertida. Esas palabras, que más suenan como una orden, son las únicas que me ha dicho desde que nos sentamos en este comedor, y aparté la taza.
 
—No me apetece.
 
En la madrugada desperté, después de que cayera rendida al finalizar la fiesta. Había pasado un largo tiempo desde que lo hacía sintiendo tanto terror como en ese momento. Por un instante, quise llamar a mis padres, los quería conmigo, que me abrazaran y me dijesen que todo estaría bien. Pero no pude, me quedé con el móvil en la mano y sin siquiera notarlo, estaba marcando el número de Davy.
 
—Carlee… —sus codos se recargan sobre la mesa. Tiene una expresión de agotamiento que me hace sentir culpable—. Todo esto está empezando a preocuparme. No está bien, y sé que en el fondo lo sabes.
 
—¿A qué te refieres?
 
Davy se encoge en sí, esperando a que un grupito de personas, aún con sus vestidos de fiesta, pasen a nuestro lado.
 
—Al principio te apoyé cuando no querías retomar las sesiones. Lo vi como algo que detestabas, confíe en que todo mejoraría, e incluso me reí a carcajadas cuando dijiste que primera fue un fracaso, pero esto… no está bien.
 
—Vivo con esto, Davy —empuño las manos en mi regazo—, se llaman consecuencias.
 
—¿Por decisiones que no fueron tuyas?
 
—Por decisiones que lograron afectarme —espeto entre dientes—. Te lo dije, es algo con lo que aprendí a vivir.
 
Es muy repentino cuando empuja la silla hacia atrás en un sonido seco, chillón. Me quedo estática, con la vista clavada en las gotas que se derraman de la taza.
 
—Eso es lo más estúpido que alguna vez escuché —mantiene la voz baja, pero cargada de frustración—. ¿Crees que es sano acostumbrarte a una tortura? ¿Siquiera consideras que estar bien significa vivir en un constante juego tan… tan masoquista? —conservo el silencio—. Estábamos bien, Carlee, tú estabas perfectamente hasta que Aleen…
 
—Davy, basta —las palabras me queman la garganta—. Ese nombre… no quiero escucharlo más, no quiero que lo pronuncies nunca. Logré tenerla fuera de mi cabeza estos días, y quiero que siga siendo de esa manera.
 
—No, escúchame tú a mí —con firmeza, vuelve a poner sus brazos sobre la mesa—. No quiero que sigas evadiendo esta conversación, no si se trata de mí. Lo único que me importa en este momento es protegerte, y me lo pones difícil si vas a seguir guardándotelo.
 
—Yo no…
 
—¡Ni siquiera te das cuenta! —dice él—. Prometimos… prometiste que no lo harías, y aún así siento que intentas alejarme, lo haces con las personas que te aman, es… es agotador.
 
Lo observo por algunos segundos, siendo absorbida por ese remolino color esmeralda. Y, realmente no estoy segura de qué se trate, tal vez alguna conexión, tal vez sólo sea él, pero de alguna manera Davy siempre lo consigue, logra que todo aquello que intento negar u ocultar, salga de mí.
 
—Lo lamento —balbuceo, torpemente—. Yo… creo que me aterra admitirlo.
 
—¿Admitir qué, Carlee?
 
Un latido.
 
—No lo entiendo… no entiendo qué me pasa —murmuro, contemplándole—. Creí que el tiempo había sido el necesario para superarlo sólidamente. Creí que lo había hecho pero… ¿fue así?
 
Davy me toma las manos entre las suyas, el tacto es suave y reconfortante. Es así, sosteniéndome que decide honesto, porque él sabe en qué momento es correcto serlo:
 
—Hay cosas que preferiste ignorar a enfrentar. Cuando una herida no se cura, sólo puedes esperar dos cosas: que no cicatrice de la forma correcta, o que vuelva a abrirse.
 
No puedo responderle, porque sé que tiene la razón.
 
Durante el resto de la mañana, por mi petición, no volvemos a hacer mención de mi pesadilla, ni de las sesiones, ni de consecuencias. Esta es la última mañana del viaje, y no deseo que todo lo bueno se vea opacado por una sola cosa mala.
 
El último par de horas transcurre en una normalidad tranquilizante. Klara parece no haber sentido mi episodio de pánico en la madrugada, lo que lo vuelve más sencillo. Casi a las diez de la mañana, tenemos nuestras maletas listas y los dormitorios vacíos, preparados para el momento en que lleguen los autobuses. Pero en ese instante, a Jiro se le ocurre la loquísima idea de ir a la orilla del mar. Ni siquiera sé por qué demonios lo seguimos. Dejamos nuestros zapatos en la arena, y corremos en vueltas sin sentido, huyendo del agua helada, reímos y hablamos de este viaje como si hubiesen pasado años y no sólo horas.
 
Perdemos la noción del tiempo a un nivel en el que la señorita Coleman debe venir a buscarnos con su silbato para la despedida. Es allí cuando pruebo en carne propia la nostalgia. Mientras escucho a dos maestros agradecer por el buen comportamiento y el cumplimiento de las normas, yo estoy pensando en muchas maneras distintas en las que pude haber disfrutado mucho más. Es cuando tengo la mochila en mi mano, después del ridículo gritito que soltamos en coro, que mis ojos se llenan de lágrimas. Jesucristo, alcanzo a sentirme tonta por hacerlo, pero me vale una mierda cuando noto que no soy la única.
 
Esperamos muchos años por este día, llegó, y en el mismo chasquido terminó.
 
—¿Crees que se note mucho?
 
Colin me mira el rostro, mientras yo miro el espejo de mi maquillaje. Vamos de camino a casa.
 
—Bueno… —sus dedos me toman de la barbilla, para evaluarme con más precisión—. ¿Te he dicho que amo tu rostro en todas las condiciones existentes?
 
—Eso es un sí, ¿verdad? 
 
Ni siquiera sé que pasó, lloré un poco, y luego otro poco más, y de repente es como si hubiese hecho uso de un marcador permanentes para teñir el noventa porciento de mi rostro de color rojo, y que de la misma manera aquel plumón inexistente me hubiese causado una reacción alérgica e hinchazón.
 
Si, un desastre.
 
—Algo, si. Pero no es un problema, Car, todos lloramos —dice con simpleza—. Vamos a graduarnos en menos de cinco meses, es normal. Oh, ¿y viste a Jiro? También a mí, yo lloré sólo con verte a ti llorar.
 
Tuerzo los labios.
 
—Sólo espero que Jack y Jenn no vayan a alarmarse por verme así —cierro el espejito y lo meto en un bolsillo de mi mochila—. ¿Cómo les digo que lloré porque el profesor Adams dio un estúpido discurso tan conmovedor sobre nuestra clase? Jackson va a burlarse de mí por el resto de mis días.
 
Colin está sonriendo, con dos servilletas de papel que de seguro metió en caso de emergencia, que me tiende y recibo.
 
—Empieza debajo de las párpados… oye, la piel no es tu enemiga, sé cuidadosa —ruedo los ojos, siguiendo sus indicaciones. Me limpio la humedad en el rostro bajo su atenta mirada, y en medio de un raro silencio analítico. Es muy sorpresivamente, que vuelvo a escucharlo—: Carlee, ¿dormiste bien?
 
Freno mis movimientos en seco, le doy un vistazo casi impredecible, y continuo. Realmente comienzo a cuestionar que tan evidente puede ser mi rostro ante cualquier expresión.
 
—¿Por qué? —farfullo, guardándome el papel en el bolsillo—, ¿luzco cansada?
 
—Un poco, sí.
 
Colin baja la mirada a sus manos. Parece tímido, confundido, también sumergido en una cantidad agotante de pensamientos. No tengo que meditarlo mucho, lo comprendo de inmediato.
 
—¿Cómo… —la voz me sale extraña, así que lo intento de nuevo—... Cómo te diste cuenta?
 
No lo contemplo a él, todo parece más sencillo si permanezco observando el tapete negro del suelo cuya esquina se levanta con el movimiento del autobús.
 
—Te observo mucho, Carlee. Me importas, lo he dejado claro, y… de algún modo sé que también te importo —hay un titubeo antes de continuar—. Entiendo que no sea fácil para ti expresar cómo te sientes, por eso intento captar cada gesto que hagas. Es mi intención de apoyarte, de estar contigo sin hostigarte. A veces los gestos, e incluso los silencios son más fáciles de interpretar que las palabras.
 
Ladeo la cabeza para tener la oportunidad de examinar esa expresión: tranquila, compresiva, paciente. Colin representa todo aquello que me llena de paz, me hace sentir segura, me hace creer que puedo con todo, que el mundo pende de mi mano y puedo manipularlo a mi voluntad. Esa mirada de confianza me hace sentir capaz.
 
—Cuando me dejaste en la habitación, en la madrugada, yo… tuve una pesadilla —admito—. Después de tres días, volví a tener una estúpida pesadilla.
 
Su respuesta sale en un tono exhausto:
 
—Lo sé —suspira—, lo supuse.
 
 Una canción de Queen comienza a reproducirse como cortesía del conductor. Eso no es suficiente para aligerar la seriedad en nuestro circulito privado.
 
—No quiero que en casa toda continúe igual —confieso—. Me da miedo sólo pensar en todas las cosas con las que podría lidiar, porque ya sucedió una vez, y yo no…
 
—Oye, oye —su mano posa sobre la mía, dando un apretón—. Carlee, detente por un minuto, y respira. Nada es igual que antes, lo que suceda en este momento no será similar, porque ahora hay quiénes estamos dispuestos a todo con tal de que salgas sin un solo rasguño de esto —su mano derecha acuna mi mejilla—. Jackson está haciendo lo que está en sus manos, y más, para alejarla de ti.
 
—Ellos creen que es dinero lo que quiere pero, ¿y si no lo es? —siento los lagrimales cosquillearme—. Colin, lo he pensando, recuerdo que ella mencionó querer hablar conmigo cuando me interceptó en la carretera. Estaba… diferente, y yo… yo  soy menor de edad.
 
Sus cejas se hunden, hay un segundo de confusión y otro de preocupación. La sola idea me revuelve el estómago, me generan arcadas que debo contener, porque a pesar de que es la primera vez que lo digo en voz alta, la idea ya ha estado en mi cabeza por un tiempo. E intenté preguntárselo a Jackson, quise asegurarme de que no hay manera posible o existente en la que ella pueda recuperar mi custodia, pero no pude hacerlo, nuevamente: tuve miedo.
 
—Eso no, no es posible —su voz suena quebradiza—. No tienes que pensarlo. Es una perdida de tiempo. Los Ainsworth son tus padres legalmente desde hace casi siete años, y tú… serás mayor de edad pronto. Tal vez no se trate de dinero, pero esa no es una razón posible —mi visión se nubla, permito que unas pocas lágrimas caigan, cuando él me atrae contra su pecho—. No lo pienses, por favor. Confía en mí, ella no puede recuperarte.
 
Despejo mi cabeza de esas ideas, y decido fervientemente creerle.
 
Aleen no puede recuperarme… ella no me quiere de vuelta.
 
* * * *
 
El auto de Emmy se detiene frente a mí casa. Para ese instante, ya yo tengo mi mochila colgada en el hombro lista para marcharme, y no se trata de que la compañía me desagrade al punto querer huir, es sólo que mi cuerpo ya no resiste, estoy absurdamente agotada, necesito tomar una ducha caliente, y meterme la cama por setenta y dos horas.  
 
—Gracias por traerme, Emmy.
 
La mujer, cuya sonrisa encantadora heredó mi mejor amigo, me ofrece una de esas.
 
—No fue nada. ¡Saluda a tus padres de mí parte!
 
—Eso haré.
 
Davy decide bajar junto a mí para darme una mano con el bolso en el maletero. Le dice a su madre que vuelve en un segundo, y ella le pide que no se tome mucho tiempo. Acatando esa orden, él sólo me acompaña hasta el umbral de mi casa.  
 
—Entonces —se balancea en las puntas de sus pies—, ¿vas a estar bien?
 
—Davy… —le doy una mirada discreta a la puerta.
 
—Ya, lo lamento. Sólo quiero estar seguro de que no vas a dudar en llamarme, o mensajearme, o… mandarme un puto mail, lo que sea en caso de que me necesites, ¿vale? —asiento sin muchas ganas— . Te lo estoy suplicando, Carlee.
 
 —Por favor —suelto un resoplido—. Siempre lo hago, Davy. Incluso si es para pedir el papel sanitario, eres a quien llamaría primero.
 
Una sonrisita se ladea en su boca.
 
—Y yo correré tres vecindarios para traértelo hasta aquí.
 
Emmy hace sonar el claxon repetidas veces, hasta que Davy se da la vuelta refunfuñando sobre la impaciencia. No me equivocaría si digo que de no ser por ello, aún lo tendría frente a mí, dándome una extensa explicación sobre por qué debe ser a quien llame en caso de cualquier situación de emergencia.
 
Soltando un suspiro, agarro la correa de mi bolso y lo arrastro dentro de la casa. No quiero sentirme arrepentida de haberle dicho que aún, en ocasiones, tengo pesadillas, pero si hubo una razón por la que lo mantuve oculto tanto tiempo, fue por ello. No quiero que él sienta esta absurda responsabilidad, no puede ponerlo en pausa todo por mi.
 
Dejo en el suelo todas mis pertenencias, lanzo encima mi enorme chaqueta y me centro el algo: el magnífico, casi celestial olor. Mi estómago gruñe como respuesta, haciéndome notar que de repente tengo un hambre atroz. Si, la comida de Jenn no tiene iguales. Cuando llego a la cocina, veo que todos están allí; Jackson poniendo la mesa, mientras que Jenn y Kaiya sirven unos platos.
 
Demonios, cuánto los extrañé.  
 
 —Espero que sepa tan bien como huele, porque estoy muriéndome del hambre.
 
Esos tres pares de ojos se alzan en mi dirección, sorprendidos de escucharme. Les toma sólo dos segundos estallar en emoción. Quien me recibe primero es Jackson, me envuelve entre sus brazos haciéndome saber que no volverá a permitir que me vaya de casa. Jenn, por otro lado, le reprende por ello, y me abraza asegurándome que la próxima vez ella será quien vaya conmigo. Padres sobreprotectores. Y Kaiya, ella me da uno de sus bonitos dibujos que pegaré en la puerta de mi armario.
 
Mi bienvenida continua en la mesa, con una lasaña en el plato principal, esa ensalada de espinaca y tocineta, postre de arándanos y un vino que eligieron especialmente para mí. Se me hincha el pecho de felicidad al saber todo esto es por mi. Ellos me hacen preguntas referente a la estadía, sobre mis amigos, la fiesta de la última noche. Aunque la mayoría vienen de Kaiya, y su curiosidad incontenible, no me molesta responderlas. Además, es adorable de ver con sus ojitos brillosos y esa boquita de pez al mirar las fotografías.
 
 —Yo también quiero irme de viaje —comenta ella, jugueteando con las espinacas en su plato—. Mi escuela sólo nos llevó una tarde al acuario, yo quiero irme de casa por días.
 
 Jackson se atraganta con el vino.
 
—Kaiya, esos son viajes para niños grandes —alega Jenn—. No para bebés que pelean por comerse los vegetales en su plato.
 
—Pero, mami…
 
—Sabes que si el plato queda con comida, no habrá helado.
 
—¡Pero, mami…! —repite, en un mohín—, dijiste que íbamos a ir. ¡Fue una promesa!
 
—Carlee debe estar cansada, bebé —Jackson interviene—. ¿Verdad, Car?
 
Contemplo a Kaiya, quien me está mirando a la expectativa. Lo cierto es que me siento horripilantemente exhausta; hay entumecimiento en mi cuello y hombros, además del dolor agudo en mi cabeza que amenaza con intensificarse. No obstante, no quiero arruinar los planes de mi hermanita.
 
—Quiero ducharme y meterme a la cama, estoy cansadísima —suelto el aire—. Deberían ir ustedes, sólo mírenla, está toda ilusionada por su helado.
 
Me cuesta convencerlos un poco, pero al cabo de asegurarles que lo único que deseo en este momento es enterrarme debajo de mi edredón, ellos terminan accediendo. Antes de irse, y yo de correr a mi dormitorio, recogemos la mesa. Me ofrezco para cargar el lavavajillas, así que es después de ello, que puedo irme a la habitación.
 
Descargo mi bolso y maleta en una esquina, me desvisto únicamente para tomar la ducha más veloz. Posterior a eso, respondo algunos mensajes, le escribo a Colin, y esperando una respuesta de su parte, me pierdo en un profundo sueño.
 
 * * * *
 
Lo primero que me pasa por la cabeza al entreabrir los ojos es: ¿Qué mierda? El dolor en mis articulaciones es inhumano, tanto que involuntariamente estoy gimiendo. Mierda. Siento como si kilos de concreto me hubiesen caído encima desde un edificio, casi como si un autobús a toda velocidad me hubiese arrollado. ¿Cuánto tiempo estuve dormida?
 
Desorientada, estiro la mano sobre mi cama hasta que alcanzo el móvil sonando desde el buró.
 
—¿Bueno? —balbuceo, somnolienta.
 
¿Qué hora es?
 
—Caray —el sonido de esa voz la reconocería sobre el bullicio de un concierto—, ¿acabo de despertarte?
 
—Davy, quiero romperte el cuello con mis propias manos, te prometo que no es broma.
 
Tanteo hasta que doy con el interruptor de la luz junto al cabecero de mi cama. Es muy tarde, y estoy centrada escuchándolo reír, como para pensar en la mala, pésima y abusada idea que es prenderla. Mis pobres ojos son víctimas del drástico cambio que me hace maldecir.
 
—Discúlpame la vida. Sólo quería saber si estás bien, no supe de ti desde que te dejamos en la casa —hace una pausa como si estuviese bebiendo algún líquido, lo escucho tragar—. Por cierto, le escribí a Jenn y estoy viendo su respuesta en este momento. Escucha, escucha —presiono mis dedos contra el tabique recordándome que es mi mejor amigo y que lo amo—: “Carlee se fue a la cama en cuanto terminamos el almuerzo, aún sigue dormida, no la llames”, ¡Y te lo estoy leyendo por teléfono!
 
—Idiota —mascullo tras escuchar una risa burlona—. ¿Qué estás haciendo? ¿En dónde estás?
 
En el fondo, muy en el fondo puedo escuchar la música lejana. También voces y voces que se cuelan en la llamada de manera amortiguada, sólo como si pasaran por ahí rápidamente, eso me da una respuesta incluso antes de haberla escuchado.
 
—No me lo vas creer —con ese comienzo, ya me dan ganas de gritarle—. Josh Bryant, el Josh de tu aula organizó una fiesta post viaje. Esto es una maravilla, Carlota, todo el mundo vino, incluso personas de otras preparatorias como la Wishtler, ¡el enemigo! Tú deberías estar aquí conmigo.
 
—Si, ni siquiera sé por qué eso se te pasa por la cabeza —su risa me suena muy torpe y desubicada, me hace saber de inmediato que tiene tragos encima—. Davy, ¿estás conduciendo? ¿tus padres saben que saliste de casa?
 
—No, me recogió Jiro. Y mis padres… ellos deben estar durmiendo en este momento. Volveré a tiempo, tengo todo bajo control.
 
Su confianza me provoca darle una bofetada a través del móvil. ¿Qué puedo decir? Soy una persona salvaje cuando me despiertan a mitad de la noche.
 
—Eres un idiota, Davy, arriesgas mucho, en serio. Ahora deberías estar en casa, metido en la cama durmiendo, y Jiro también. ¡Ni siquiera pegaron el ojo anoche!
 
—Que va. Mañana no tendremos clase, el finde es largo, y nuestras vidas no. Por lo tanto, no quiero escuchar reproches, mi teléfono está a punto de irse a un lugar mejor —exhala un suspiro—. Respóndeme brevemente, hasta que encuentre un cargador, y pueda seguir al pendiente: ¿estás bien?
 
—Lo estaba, hasta hace un minuto cuando me despertaste —me quejo—. De verdad que estaba cómoda.
 
Saber lo que está haciendo, me frustra. ¿Escaparse de su casa? Se supone que las experiencias bastan, él tiene muchas, son suficientes para dar una lección, pero esto no parece aplicarse a él. Joder, sólo espero no tener que encubrirlo.
 
Antes de cortar la llamada, le pido… no, más bien, le ruego que no llegue tarde a su casa. Me promete que no lo hará, y es hasta que me hace saber que buscará un cargador, que colgamos. Davy solía decir que yo tengo el alma de una mamá en el fondo, y aunque generalmente es él el racional, existen instantes en los que cuestiono la presencia de cordura en su cabeza.
 
—No podré dormir tan profundamente de nuevo, ¿verdad? —murmuro a la nada, encendiendo la pantalla del móvil para ubicarme en el horario. Contengo un jadeo de sorpresa al ver que serán las dos de la madrugada.
 
Genial. Dormí casi once horas, ¿quién lo diría? La última vez que dormí tanto, fue en la fiesta de cumpleaños número quince de Davy. Comimos tantos dulces, pastel, frituras y todo lo dañino que sobró hasta que nos golpeó la inconsciencia. Ahora que lo pienso, él siempre ha tenido un hueco en la cabeza.
 
Pateo el edredón hasta que me libero de él, y salgo de la cama. Necesito agua urgentemente o, tal vez un té helado, también me gruñe el estómago, extrañamente necesito algo de comer aún cuando antes de caer en la inconsciencia devoré todo lo que fuese comestible. En el pasillo hay una interminable oscuridad que no me sorprende, mucho menos el absorto silencio que parece estar en toda la casa. Dos de la mañana, sólo yo puedo estar merodeando por los pasillos en busca de comida.
 
Cuando llego a la cocina, decido que un plato laborioso toma mucho de mi poca energía. Sencillamente saco una botella de mi té de durazno, y me lo tomo en compañía de dos galletas de chocolate. Cómo me traje el teléfono conmigo, le respondo los mensajes a Odette, Colin, y a Davy quien asegura haber encontrado un cargador y que esperará treinta minutos a qué la batería esté llena. Me engullo la última galleta, y cuando termino, me parece buena idea volver a la cama.
 
A ver, no es que tenga incontrolables ganas de dormir pero, ¿qué otra cosa podría hacer a esta hora? Ni siquiera me reconforta no tener clases en la mañana, de ser así hubiese podido estudiar o algo por el estilo.
 
Me dirijo hacia las escaleras, para caminar de regreso el camino que anteriormente usé. No obstante, me detengo al notar la luz del estudio colándose a través de una rendija. Extraño. Puedo jurar que no había puertas abiertas, o luces encendidas cuando bajé. Pretendo ignorarlo, planeo seguir hasta mi alcoba, pero entonces cuando avanzo un escalón, escucho voces, sonidos similares a murmullos de la habitación abierta.
 
No es muy difícil reconocerlos, son Jackson y Jenn pero, ¿a esta hora?
 
De la extrañeza, cruzo velozmente a la perplejidad, en el momento en que, aún estando a metros, puedo escuchar el sonido de sus voces incrementar hasta que alcanzan un tono exaltado. El estómago se me aprieta cuando lo comprendo.
 
Una discusión.
 
Ellos están teniendo una discusión.
 
De sólo pensarlo, algo similar a la preocupación me genera un sabor amargo en la boca. No se trata de que mis padres sean perfectos, realmente dudo que exista una familia capaz de llegar a esa cúspide. Sin embargo, hay de lo que estoy segura, algo que sé con certeza, y eso es la facilidad que tienen para lidiar con problemas o desacuerdos. Jamás los había escuchado… gritarse.
 
Me trago la frustración, y sigo a ese impulso que sale a flote como consecuencia de la necesidad que me genera el saber qué sucede. Soy sigilosa, me asombra llegar hasta el final del pasillo sin llamar su atención. Cuidadosamente me deslizo contra la pared, hasta que quedo sobre mis rodillas.
 
—Cariño, todo está bajo control. Soy meticuloso con cada mínimo detalle —la voz de Jackson es baja, controlada, casi suplicante—. Esto se trata de mi familia, cree en mí.
 
—No, escúchame ahora —los pasos me ponen alerta—. Sabes de lo que es capaz, sabes lo que puede ocasionar con sus decisiones, y muy bien sabes lo retorcida que es su cabeza avariciosa y egoísta. Nos hizo daño, por dios, ¿así pretendes que confíe en esto?
 
El rumbo de esta conversación me inquieta.
 
—Tengo todo bajo control —repite él.
 
Presiono las manos contra mis mejillas, sintiéndome realmente mal por estar escuchando esta conversación. Quiero retirarme, quiero darles privacidad, pero en ese instante, hacen la mención de algo que acapara mi atención:
 
 —¿Qué me dices de Zach? —tal vez en el fondo, aunque no lo esperara y lo negase, sabía que diría lo siguiente—: ¿De verdad estás considerando que es un engaño más de Aleen?
 
Me pongo rígida, recibiendo ese primer golpe como una patada en el estómago.
 
—Jenn, han pasado meses desde su primera aparición, siempre con una mentira tras otra, las excusas cambian, las razones, el nombre, todo. Lo único que quiere es jugar con nosotros, desaparece y luego vuelve con otra falsa historia, ¿por qué sería distinto esta vez?
 
El alma se me cae a los pies. Son segundos, dos o quizá tres, tan breves pero sólidos que no tengo oportunidad de creer que aquellas palabras fueron fabricadas por mi, una mentira, al igual que muchas de mis pesadillas. No. Esto fue real. Aleen.. ella, ella apareció hace meses, y ellos… mis padres lo sabían.
 
Entonces, en medio de mi estupefacción, algunas cosas cobran sentido: El comportamiento extraño de Jenn, la cautela y todo el trabajo de Jackson, las órdenes de restricción, el merodeo de Aleen, la sobreprotección.
 
Todo este tiempo estuvo claro 
 
El aire desaparece de mis pulmones, en el comienzo de un episodio de pánico. Quiero correr, quiero meterme a la cama y fingir en la mañana que esto fue un sueño, quiero alejarme, pensar, o quizá no, pero cuando intento levantarme, mis piernas flaquean y caigo sobre mis manos y rodillas a centímetros de la entrada. Joder. Me arrepiento enormemente de ello, porque el sonido seco guía sus miradas hacia mí.
 
Me mintieron.
 
Siento una mezcla de furia, abatimiento, de humillación y pánico al ver sus rostros hundirse en el arrepentimiento y miedo. Si no puedo confiar en ellos, ¿entonces en quien?
 
—Dios mío, Carlee —Jenn habla, Jack lo acata como una señal que lo hace moverse hacia mí, sin embargo, se lo impido.
 
 —No te atrevas a tocarme —escupo entre dientes.
 
No sé de dónde obtengo la fuerza que uso para ponerme sobre mis pies. Me levanto, el corazón me late en la garganta y experimento la constante y creciente sensación de decepción.
 
—Ustedes lo sabían —la voz me sale trémula—. Siempre lo supieron, me vieron en la peor de las situaciones y fueron capaces de… me lo ocultaron.
 
—No, no fue así —Jackson intenta acercarse cautelosamente, pero retrocedo la misma cantidad de pasos—. Carlee, por favor, déjanos darte una explicación… fue por ti, tienes que escucharlo, todo fue por ti.
 
Y eso, esas palabras me sientan de la peor manera.
 
La único que puedo comprender con ello es lo que siempre creí que veían en mí: debilidad. Una persona vulnerable, incapaz de avanzar. Y juro por dios que detesto esa imagen que ven ante ellos, aborrezco que me miren y aún conserven a la niña que miraron hace casi siete años por primera vez. Porque, a pesar de que existen las consecuencias, soy más fuerte de lo que pude ser.
 
Y quiero que lo vean, lo único que deseo es que puedan verlo.
 
—Me llamaste egoísta, papá —me llevo la mano al pecho, como si eso pudiese aliviarme el dolor—. ¿Y crees que eso es una excusa? ¿vale la maldita pena engañar a una persona cuya confianza creció inicialmente por ti? ¿es esa la forma en la que me proteges? ¿con un maldito engaño?
 
—Carlee, no, no… —Jenn suena temblorosa por la lágrimas, lo que me lleva a dirigir mi mirada a ella.
 
—¿Tú también lo sabías?
 
Conozco la respuesta, conozco la maldita respuesta; sin embargo, en el fondo imploro porque lo niegue, ruego que me mire a los ojos y diga que jamás me haría algo como eso. Quiero escuchar la confusión en ella, quiero que me abrace, quiero saber que confía en mí, que sería incapaz de lastimarme.
 
Pero eso no es lo que sucede, por el contrario, Jenn baja la cabeza y solloza.
 
—¿Por qué? —cuestiono, sintiéndome a punto de caer—. ¿Por qué tenían que hacerlo? ¡¿Por qué no creen en mí?!
 
—No, no, cariño, te juro que creemos en ti —me siento lejana de todo al verlo a él frotarse el rostro—, es sólo que… nosotros….  
 
Somos una familia ahora, y las familias no guardan secretos —repito esas palabras que una vez me dijeron, hace mucho tiempo—. ¿Cuál de esas oraciones fue una mentira?
 
Hay algo que me sofoca, algo que no permite el paso del oxígeno a mis pulmones. ¿Cómo es posible que las mismas palabras un día me llenaron de valor, sean las mismas que me estén destruyendo en este momento?
 
—Carlee, no… no, somos una familia, somos tu familia...
 
—¡Siempre me han metido! —me hallo gritando de manera desgarradora, dolorosa para algo mucho más que físico—. ¡No debían hacerlo! ¡Lo prometieron! ¡¿Por qué me dejaron confiar en ustedes?!
 
Estallar puede ser bueno. Estallar, en ocasiones, es necesario. Una vez mi terapeuta mencionó que hacerlo me haría sentir mejor, si lo hago de manera correcta. Pero hay algo está vez, algo que duele y escuece en mi pecho, algo que sólo crece.
 
Escucho a Jackson decir una y otra vez que lo lamenta. Jenn llora desde su posición, sin saber qué palabras pronunciar. Y yo… ya no quiero fingir, no quiero ignorar que la pequeña llama ahora es un candente fuego quemando en mi interior, dejando a su paso nada más que cenizas, destrucción… dolor. No permito que me toque, no les permito dar una explicación, y de mi boca luchan por salir aquellas palabras cargadas de veneno que contengo.
 
Son las personas que más amo en el mundo, y está matándome sentir tanta decepción, tanta desconfianza, tanto dolor por su culpa.
 
Mi cabeza es un borrón de pensamientos. Me tropiezo un par de veces con mis propios pies, con el mueble, las escaleras, pero nada logra minorar lo que acaba de suceder. Aún así, sólo soy capaz de comprender uno de mis tantos pensamientos, logro comprender esa necesidad de sabor metálico y urgente: quiero huir, quiero desaparecer.
 
—Carlee, detente, por dios, detente —me pide Jenn.
 
—¡Detente tú! —me limpio el rastro de humedad en las mejillas—. En este momento yo… no puedo verlos, no quiero verlos, necesito estar lejos o voy a arrepentirme, y no… podré con ello… maldita sea, ¡confíe en ustedes! —sollozo fuertemente—. ¡Déjenme sola!
 
Los escucho llamarme, pero los ignoro.
 
La helada ventisca de la madrugada me golpea sin piedad, pero eso no es de mi importancia en este momento. Todo lo físico deja de ser una prioridad. Y es así, de esa forma, que me marcho de casa.

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