Capítulo único

86 16 19
                                    

El crucero atravesaba los océanos de nubes acarameladas a gran velocidad, con el curso fijo más allá de la gran cordillera

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El crucero atravesaba los océanos de nubes acarameladas a gran velocidad, con el curso fijo más allá de la gran cordillera. La luz se reflejaba en su superficie, transformándole momentáneamente en una flecha de luz que cruzaba los cielos azules, como si fuese un habitante más en el apacible mundo de las alturas, ese que seguía inmutable aún ante la visita de los terrestres.

Desde una de las ventanas de la nave una chiquilla detallaba la espuma nubosa que atravesaban, veía a lo lejos a los seres alados que danzaban en su elemento y anhelaba, como ellos, ser libre entre las nubes.

Su madre la vigilaba de cerca, acomodaba el velo sobre los cabellos celestes de su pequeña, esos que no podían ser vistos por ojos ajenos; cuidaba que nadie notara las pequeñas orejas aladas bajo la tela, que nadie se fijara en las marcas claras del pueblo de las nubes en ellas y pasaran desapercibidas, como muchas veces, a ojos de aquellos terrestres de piel oscura.

—¿Cuándo llegaremos a casa?—preguntó con entusiasmo la pequeña, ignorante del riesgo que corría y de los sentimientos de odio que podía llegar a despertar entre aquellos que no estaban destinados a tocar los rayos del sol.

La mujer solo pudo sonreír, buscando disimular los nervios que la invadían, e intentando contener a su hija con un gesto que no despertara más sospechas entre aquellos que habían comenzado a notarlos.

Junto a ellas un pequeño niño de piel acaramelada y turbante oscuro se aferraba al brazo de la mujer, intimidado por las miradas cargadas de recelo hacia ellos. Él, más emparentado en apariencia con los Terrestres que con los Celestes, pasaba desapercibido ante la mirada de los demás, como un punto borroso imposible de recordar; pero cargaba, al igual que su madre y su hermana, el estigma en sus venas que le obligaba a esconderse de aquellos que preferían cazarlo antes que entenderlo, de saber su verdad.

A pesar de la tensión, la pequeña familia seguía a salvo bajo las telas que ocultaban sus diferencias, hasta que una señal latente en las nubes hizo un llamado hacia los suyos; un lejano dragón que serpenteaba en los cielos enseñó sus escamas brillantes a la pequeña que le observaba, detonando en ella tan fuerte emoción que sus alas se manifestaron, cubriendo sus brazos, destruyendo la tela a su paso y lanzando a la lejanía el velo que debía protegerla.

Un grito atravesó aquel nivel; la mujer se aferró a su pequeña buscando ocultar sin éxito sus alas celestes y los terrestres, aterrados, se alejaron de tan escalofriante abominación que no dejaba de cubrirse de plumas donde antes habían brazos.

—¡¡Alados!!—Señaló uno de los pasajeros, esparciendo la alarma entre los demás e invitándoles a observar con odio a los tres extraños de sangre ajena entre ellos.

Los Terrestres observaban desconcertados a la pequeña de cabellos celestes que se aferraba a la mujer; la escrutaban con sus miradas cargadas de rechazo y horror, susurraban entre ellos y la señalaban sin consideración como el fenómeno que era a sus ojos, aquel que aclamaban destruir a cada segundo.

Los soldados no tardaron en aparecer, apuntaban con sus armas de metal a los extraños, observaban con cautela a la niña alada y cuando ellos estuvieron muy cerca el pequeño entre ellas mostró su temple y se transformó en un Griffo de plumaje marrón y ojos amenazantes, que cubría con sus grandes alas a sus seres amados, en un afán de protegerles de aquel peligro.

—¡¡Aberraciones!! ¡Deben ser destruidos!

Las aclamaciones de la multitud erizaban el plumaje de la criatura, los chillidos agudos de advertencia lastimaban los tímpanos de los presentes, las garras delanteras enseñaban su filo ante cada acercamiento de los Terrestres y bajo sus alas una niña alada y su madre se aferraban la una a la otra sin salida.

—¿Vamos a morir, mamá?—la voz temblorosa de la niña se alzó hacia su progenitora, quien aterrada con la idea de perder a sus retoños dio un paso adelante, se deshizo de su velo y dejó en libertad sus ondeantes cabellos blancos que flotaban a su alrededor.

Sus brazos se transformaron en largas alas de plata de filosas plumas, sus piernas se tornaron oscuras como garras y sus ojos dorados contenían con furia a los Terrestres, esos a los que alguna vez les otorgó una oportunidad y solo le pagaron con la muerte del único de ellos que alguna vez creyó en ella y ahora solo vivía como legado felino en el pelaje animal de su hijo marrón.

Un chillido agudo cargado de amenaza surgió de ella, decidió romper su promesa hecha ante su difunta alma gemela y batió sus alas cortando con el viento la estructura a su alrededor, creando caos a su paso y lastimando a los ajenos más cercanos. Los Terrestres ya no tenían nada más que ofrecer a sus hijos, sus mundos no podían unirse más que en su pequeño griffo y escapó con ellos hacia los cielos a los que se había negado desde hace ya muchos soles.

Los Alados remontaron las nubes para las que fueron hechos y el viento los alejó de sus eternos rivales. Los hijos de las estrellas y los hijos de la tierra estaban destinados a vivir siempre separados, como dos fuerzas imposibles de reconciliar, cuyo único vestigio de esperanza que los llevaba a ambos en la sangre, estaba destinado a vivir como desterrado, condenado al olvido por el odio a lo desconocido.



Los Alados: Vestigio de dos mundos ✔Where stories live. Discover now