XV: El santuario del bosque

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Las vías ferroviarias llegaban solo hasta el poblado de Schutt. Para seguir avanzando hasta la zona de los cuatro montes era necesario cruzar el bosque a pie. La travesía no sería nada sencilla para un viajero poco experimentado, pero afortunadamente para Winger y Soria, el intrépido Demián se encontraba ahí con ellos.

La espesa vegetación del bosque de Schutt servía de hogar y alimento para diversas especies de aves y animales terrestres. Las liebres y cerdos salvajes eran abundantes y fáciles de hallar, así como también lo eran los mánguras[1]. El arco y las flechas que Demián guardaba en su gran bolsa de viaje le sirvieron a la perfección a la hora de cazar estas aves, así como su parrilla portátil y su caja de condimentos y especias cuando llegó el momento de preparar la cena.

—Les dije que uno siempre debe estar preparado —alardeaba el aventurero mientras sazonaba la carne sobre el fuego.

—No veo por qué tuviste que matar a esos pobres animalitos —le reprochó Soria.

—¡Pero si son comida, mira, comida! —le enseñaba Demián la parrilla con entusiasmo—. ¿O es que acaso no huele bien?

—No son comida, son seres vivos —replicó ella, ofendida, aunque comenzaba a atraerle el aroma de la carne asada.

La noche estaba casi sobre ellos, por lo que aprovecharon para asentar campamento mientras su cena se cocinaba lentamente sobre la parrilla. Soria se encontraba acomodando una pila de ramas para la fogata cuando avistó un par de ojos brillantes.

—Chicos...

No necesitó terminar la frase. Un grupo de tres venzus[2] había emergido de la oscuridad y rodeaba el campamento.

—Esto no me gusta —murmuró Winger, quien ya se había reunido con sus compañeros junto al fuego.

Los venzus parecían listos para lanzarse sobre sus acorraladas presas.

—Demián, ¿por qué no les damos la carne? —sugirió el mago—. Tal vez así se marchen...

—Olvídalo. No importa si lo que los atrajo fue la carne asada, ahora que nos descubrieron no querrán irse sin un trozo de nosotros.

Soria soltó un grito ahogado al oír eso.

Los felinos seguían avanzando, sigilosos, con cautela y sus garras en alto. Estaban casi encima de ellos.

—Cuando les diga, agáchense —susurró Demián con discreción.

Los otros dos asintieron.

—¡Ahora!

Los venzus saltaron hacia ellos. Soria y Winger se echaron al suelo al oír la orden de Demián, quien desenvainó su espada para hacer un giro completo sobre sí mismo. El filo de Blásteroy silbó en el silencio del bosque y los tres animales cayeron de un solo golpe.

Aún tirados sobre la hierba, Winger y Soria no podían creer que todo había sucedido tan rápido.

—Pueden ponerse de pie, el peligro ya pasó.

Con calma, Demián tomó la navaja que había usado para desmenuzar la carne de mángura y fue hasta el sitio donde yacía el cuerpo sin vida de uno de los venzus.

—¿Qué vas a hacer? —indagó Soria, aunque sabía cuál era la respuesta.

—Voy a salar un poco de carne y la guardaré para el resto del viaje —explicó Demián mientras empezaba con la operación—. Supongo que estarán de acuerdo, ¿verdad?

A Winger no le resultaba muy tentador pensar en comer algo que los había intentado comer a ellos, pero tanto él como Soria prometieron hacerlo si no había otra opción. Más allá de eso, estaba muy impresionado por las habilidades que Demián venía desplegando desde la llegada al bosque de Schutt. El aventurero había regresado a su hábitat natural.

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