Capítulo:1 Química

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El mar estaba en calma, el sol se ocultaba tras las nubes, una agradable brisa mecía sus cabellos y la temperatura era la idónea. Había escogido para vivir un pueblo pesquero de la costa Pacífica americana por la paz de ese lugar, los largos veranos y el ritmo lento y pausado de ese lugar. No añoraba en absoluto el estrés y el color gris de la ciudad mientras que había terminado por enamorarse de los colores del verano.

Una vez estuvo en, lo que se diría, lo más alto. Pocos fotógrafos lograban escapar de la monotonía de una mera tienda fotográfica que se dedicaba a fotografiar niños, familias, bodas, comuniones, etc. Él salió de allí. Empezó en la tienda de fotografía de su padre, donde desarrolló su pasión por la fotografía y aprendió todo lo que tenía que aprender sobre las luces, los fondos, los paisajes, el movimiento, el color y las texturas. Después, gracias a una afortunada entrevista con la revista Cosmopolitan, se convirtió en un afamado fotógrafo al que todas las modelos adoraban. Posteriormente, incluso creó su propia empresa y se encargó de elegir a las nuevas caras de las revistas.

Ahí empezó la época más oscura de su vida. Por su despacho pasaron mujeres dispuestas a hacer cualquier cosa para llegar a lo más alto. Otro hombre habría sacado partido de la situación; él no lo hizo. Siempre se dijo a sí mismo que tenía un don y que las modelos también debían tenerlo. Su don era captar el alma de la modelo y el don de la modelo era convencer a quienes la contemplaran con su encanto. No todos los fotógrafos valían para esa labor, al igual que no todas las mujeres eran buenas modelos. No se trataba solo de belleza; se trataba de corazón.

Quizás fue la soledad quien lo traicionó. Después de haber hecho ascender a tantas mujeres a lo más alto, de haber hecho tantos contactos, de ganar tanta fama internacional, de haber ganado tantos premios, se dejó engañar por una aspirante a modelo. Jamás estuvo tan ciego. Fue como si alguien hubiera tapado el foco de su cámara, cegándolo. Lo engañó con tanta astucia y crueldad que abandonó su imperio y se marchó a la otra punta del país para lamerse las heridas. Le hizo creer que era inocente e ingenua y, lo que es peor, que estaba enamorada de él. Ojalá él nunca se hubiera enamorado de aquella mentirosa que, en la actualidad, se había convertido en una top-model de fama mundial.

Levantó la taza de café en una silenciosa petición sin apartar la mirada del periódico de ese día. La semana de la moda en Milán daba comienzo la semana siguiente. ¡Cómo si a él le interesara! Tiempo atrás tuvo un asistente personal que lo mantenía al día de cada evento importante y de toda su agenda en general. En esos momentos, la moda no le importaba en absoluto, mucho menos las modelos. Fotografiar paisajes era mucho más gratificante que fotografiar mujeres mentirosas. Al menos, los paisajes nunca se volvían en su contra, lo humillaban o le rompían el corazón.

La taza se hizo pesada a medida que una de las camareras la llenaba. Asintió agradecido y tomó un sorbo antes de percatarse de que la silueta de la mujer no había desaparecido. Consternado, volvió la cabeza hacia una jovencita más niña que mujer con mirada brillante.

- ¿Tengo monos en la cara?

La mujer sacudió la cabeza en una entusiasta negación, pero no se marchó. Entonces, en respuesta, le hizo un gesto tosco para indicarle que le marchara. Nuevamente, no se movió.

- ¿Qué?

- Y-Yo... verá... ¿es usted Inuyasha Taisho? ¿El fotógrafo?

Otra aspirante a modelo. Estaba harto de que lo detuvieran en la calle pidiéndole favores.

- Sí. Ahora que lo sabes, ya puedes marcharte.

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