« Capítulo Trigésimo quinto»

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—Prometo no olvidarme jamás de lo que sucedió aquí Michael, no olvidar lo que estoy sintiendo por ti. Nos escribiremos cartas y cuando esté preparado para volver a verte, con mis sentimientos ordenados, te prometo que te lo haré saber, como también espero que me escribas cuando hayas estabilizado tus problemas con la corona.

—Lo prometo Luke, lo prometo —susurró Michael volviendo a juntar sus labios, a compartir un último vals ante la partida del príncipe.

Estaba ahí, en su cama recordando lo que había sucedido los últimos días y su corazón latía como nunca. Su estómago sobrepoblado de mariposas, sus mejillas ardiendo ante lo dulce que era Luke, pero también cierta tristeza en sus recuerdos al acordarse de como el rubio príncipe subía a su carruaje y se marchaba.

Ya lo extrañaba.

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El príncipe Michael despertó aquella madrugada con tos, a tal punto que la falta de aire lo despertó. Se maldijo en el momento en que recordó como Sir Harry le recomendaba que no continuara con sus baños de agua fría, seguramente uno de ellos lo había enfermado. Sentía sus mejillas ardiendo y decidió salir de la cama para decirle a sus guardias que estaba enfermando, que fueran a la cocina a prepararle una infusión de agua medicinales pectorales, cuando en su camino hasta la puerta, la sensación de fiebre fue más fuerte y al abrirla, su cabeza retumbó por el dolor.

—¿Príncipe Michael? —consultaron con preocupación los guardias, pero antes que Michael pudiera formular palabra, sintió una nueva estocada en su cabeza, un dolor que lo llevó a perder el equilibrio, que si no fuera por los reflejos de sus guardias, hubiese caído al suelo.— ¡Busca al doctor del palacio! —ordenó el guardia que tenía entre sus brazos al príncipe pelinegro.

Michael se sentía tan débil, su cabeza lo mataba, sentía que ardía y no podía odiarse más por ser tan terco de continuar dándose baños de agua helada.

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Hacía una semana el príncipe Luke se había marchado del reino de Mount Isa y también hace una semana Michael estaba con sensación febril y fuertes jaquecas. Sir Harry lo había estado acompañando en su enfermedad mientras estudiaba en sus aposentos, donde el noble le ayudaba en las lecturas e informándole de los últimos chismes del palacio, además de como iban las cosas con Louis.

—¿Podría ser que mi malestar se deba a mi lejanía con el príncipe Luke? —consultó de la nada el príncipe Michael mientras firmaba unos tratados de la iglesia que su padre le había enviado. Algunos los aceptaba, otros simplemente los dejaba en blanco.

—No puede descartarse. Consumaron su vínculo, ahora sus cuerpos terrenales podrían estar reclamando al otro. Recuerdo que con Louis, luego de consumar el lazo por primera vez, si no lo veía todos los días, me dolía el pecho. Pero es que, ¿cómo lo iba a ir a ver todos los días si cocina unos pasteles exquisitos? hubiese sido más azúcar que noble.

Michael soltó una carcajada ante el comentario de Harry y asintió. Quizás era que su cuerpo por fin le daba señales que no era imbatible, que debía descansar de vez en cuando.

Dos golpes en la puerta del príncipe Michael se escucharon y Sir Harry se levantó de la cama del príncipe para abrir la puerta, pero antes de llegar a esta, el rey Gabriel se adentró a los aposentos de su hijo.

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