« Capítulo primero »

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Sus largos cabellos rubios y rizados, caían por su delicada espalda. Su vestido color lavanda se arrastraba por la alfombra mientras que sus pasos iban al ritmo de la delicada pieza que su profesor de piano tocaba. 

—¡Ven a bailar hermano!

Silencio.

Para nadie en el palacio Macquaire era sorpresa que los herederos al trono fueran tan diferentes entre sí, a pesar de apenas tener 7 años de edad. Ambos eran muy unidos, cómplices en cada travesura que a la princesa Lauralie se le ocurría, pero eran dos polos opuestos.

La princesa Lauralie era una niña con una gran personalidad, muy habladora y sociable. Le encantaba la música y jamás se perdía alguna de sus sesiones de piano o violín. Le encantaba correr en el palacio, reír y disfrazarse.

Por otro lado, el príncipe Luke era un niño muy tímido, incluso con su melliza pero ambos compartían una conexión especial. Mientras Lauralie disfrutaba de la música, Luke disfrutaba del silencio y la gran parte de su día se lo pasaba en la biblioteca del palacio apenas aprendió a leer. Leía de todo, desde enciclopedias médicas, hasta poesía e ideas políticas para las cuales su institutor argumentaba que no estaba preparado, pero que siempre tenía la disposición de explicarle.

Otra diferencia entre la joven princesa y el joven príncipe, era que cada uno tenía una conexión mucho más especial con alguno de los reyes en específico. Por un lado, Lauralie era la luz de los ojos del rey Landon, mientras que Luke disfrutaba demasiado cuando compartía con su madre en las reuniones mensuales con mujeres organizadas del reino. A Luke le gustaba ese sonido, el de las voces de realidades tan diferentes a la suya.

—Hermano, por favor, baila conmigo —insistió Lauralie, abriendo sin ninguna verguenza la puerta del despacho del institutor de Luke, una de las guaridas del joven príncipe, quien por fin elevó su mirar del libro de poesía que había encontrado en los estantes.

—En estos  momentos no quiero —confesó el joven príncipe, levantándose del sofá de todas maneras—. Pero puedo acompañarte en el salón.

—¡Sí! —aceptó con entusiasmo la princesa, tomando de la mano a su hermano para guiarlo hasta el salón que utilizaba ella para hacer sus actividades, desde sus sesiones de pintura, hasta bordado y, por supuesto, sus clases de piano.

Pero al llegar, existía una nueva presencia en el salón que observaba todo con curiosidad, y a su lado, estaba el rey Landon haciéndole compañía.

Los jóvenes príncipes tenían en pocas ocasiones contacto con otros niños de su edad. Estas ocasiones existían por la política del rey Landon de realizar anualmente un evento para los niños del reino en las instalaciones del palacio durante tres días, en los cuales se contaban cuentos, se comían pasteles y hacían juegos. En tales situaciones, la princesa Lauralíe lograba conversar con niñas de su edad con gustos tan parecidos y bailar en compañía de ellas, pero por otro lado, el príncipe Luke por su timidez, en realidad no charlaba con muchos niños y prefería estar encerrado en su cuarto mientras el mismo leía sus cuentos, aunque su hermana siempre lograba escabullirse y ayudarlo a sociabilizar, sino fuera por ella, Luke no hablaría con muchas personas.

Sin embargo esta situación era diferente, porque frente a ellos se encontraba un niño pálido, de ojos verdes parecidos a la esmeralda, con un cabello negro como la noche sin luna, pero sobre este, descansaba una corona.

Era un príncipe, tal como ellos e incluso ya había tenido su primera ceremonia de coronación.

—Niños, me alegra mucho que estén juntos. Quería presentarles al príncipe Michael Gordon Clifford del reino de Mount Isa. Se quedará en las instalaciones del palacio durante una semana para que pasen tiempo juntos.

Tanto Lauralie como Luke, hicieron una reverencia al mismo tiempo sin separar sus manos y Luke, sin soltar su libro. Al erguirse, la princesa sonrió y caminó hasta su padre y el niño, arrastrando a su hermano a hacer lo mismo.

—Soy la princesa Lauralie Rosabella Hemmings. Aún no tengo mi corona pero pronto la tendré —se presentó por su cuenta la niña, recibiendo como respuesta una reverencia del joven príncipe.

Al erguirse, la mirada del príncipe Michael se dirigió hasta la figura del príncipe Luke quién no quería establecer un contacto visual y abrazaba con fuerza su libro.

—Yo...yo soy el príncipe Luke Robert Hemmings del reino de Macquaire —se presentó entre tartamudeos. A pesar de ser un niño de la realeza como él, aquello no quería decir que cambiaría su desplante.

Sin embargo, se obligo a establecer un contacto visual con el joven príncipe Michael frente a él, pues no había seguido el protocolo, no había recibido una reverencia y por su mente se atravesó una serie de pensamientos tormentosos. ¿Acaso no tenía la autoridad que debería de tener un príncipe? ¿El heredero al trono vecino lo odiaba? ¿Fue muy maleducado no verlo a los ojos?

Para su sorpresa, todos sus pensamientos fueron erróneos y el protocolo, una vez más se vulneró.

El joven príncipe Clifford aclaró su garganta y comenzó: —¡Tú, ángel rubio de la noche,// ahora, mientras el sol descansa en las montañas,// enciende tu brillante te de amor! ¡Ponte la radiante corona!// y sonríe a nuestro lecho nocturno // Sonríe a nuestros amores y, mientras corres // los azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado //sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos al oportuno sueño// Que tu viento occidental duerma en el lago...

Di el silencio con el fulgor de tus ojos // y lava el polvo con plata. Presto, prestísimo, // te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo // y el león echa fuego por los ojos en la oscura selva. // La lana de nuestras majadas se cubre con // tu sacro rocío; protégelas con tu favor —continuó el joven príncipe Luke, con una sonrisa dibujada en su rostro que contagió al príncipe vecino, finalizando con el protocolo, entregándole la reverencia que merecía.

El rey Landon junto a la princesa Lauralie, aplaudían con entusiasmo como habían recitado el poema los jóvenes príncipes, encantados por el momento.

—Príncipe Michael, no pensé que leía a William Blake y menos que conociera a La estrella nocturna. Es una sorpresa —comentó Luke sin titubeos ni inseguridad. Su timidez desapareció y aquello no hizo más que contentar al rey y su pequeña hermana, quien se encontraba feliz que su mellizo tuviese iniciativa propia y confianza en sí mismo.

—Príncipe Luke, la verdad es que me gusta mucho la poesía.

—Entonces, príncipe Michael, creo que nos llevaremos muy bien.

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QUE SON LINDOS MIS HIJOS PRÍNCIPES, ALV

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