Capítulo ochenta y tres

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Guste respondió a alguien a su izquierda, sonriente y tranquilo, como si estuviera acostumbrado a ser el centro de atención de todas las preguntas y miradas, siendo exactamente lo contrario a lo que era yo, por eso mismo me adelanté en nuestro paseo, deseosa de llegar a la entrada del Carrousel du Louvre.

Apreté los labios maquillados del mismo tono de fucsia que teñía mi blusa de organza y, con decisión y sin mirar atrás, me dirigí a paso rápido hacia la entrada, sin saber si Guste me seguía de cerca o si lo había dejado disfrutar con su injusto interrogatorio.

Avancé todo lo rápido que mis sandalias de tacón me lo permitieron y, por suerte y con todo el alivio del mundo, logré traspasar la puerta que aquella corpulenta mujer sostenía, pudiendo, al fin, relajar mi mandíbula y permitirme sonreír a la vez que suspiraba sonoramente, sintiendo que había conseguido superar la parte más difícil del día.

Muy a mi pesar, había sido una ilusa al creer que aquella suave caminata había sido lo peor.

Sentí la mano de alguien agarrar mi antebrazo con fuerza y, sin darme tiempo a protestar, me vi siendo arrastrada por el gran vestíbulo hacia una de las zonas más alejadas de la entrada, junto a una gruesa columna prácticamente al fondo de la sala, alejada de la multitud y sujetada por aquella fuerte y firme mano.

—¡Suéltame, Narcisse! —le ordené, tropezándome varias veces con la moqueta que cubría el suelo por culpa de mis altos zapatos, tan incómodos como bonitos y la verdad es que eran preciosos.

—Cállate hasta que me cuentes qué estabas haciendo con Louis Auguste —gruñó, dando un último tirón para colocarme frente a él, apoyándome en la gruesa columna para evitar que huyera de su lado, lo único que me apetecía en aquel instante.

—Ni se te ocurra pedirme explicaciones a mí después de lo que hiciste el otro día —le reprimí, colocando una mano en su pecho para marcar la distancia que cada vez parecía más corta.

Él negó con la cabeza, clavando aquellos intensos ojos castaños en mí, mostrando la ira que corroía su interior, la cual ya había demostrado que le controlaba más de lo que él podía con ella.

—Como mi padre se entere de lo que estáis haciendo Auguste y tú, no te creas que va a ser él el único afectado —gruñó, sacando sus propias conclusiones de lo que supuestamente estaba ocurriendo.

—No tienes ni idea de lo que estoy haciendo, Narcisse, así que no te atrevas a atacarme ni a mí ni a Guste o...

—¿O qué? —me interrumpió—. ¿Te despedirás tú misma de la empresa? Porque está claro que si lo hago yo, seré un monstruo celoso sin respeto por sus empleados y, ahora mismo, es lo único que le falta a mi padre para pegarme una patada en el culo.

Hice una mueca, viendo cómo la ira en sus ojos se convertía en algo mucho más profundo, casi como... Como dolor.

—Yo no quiero irme, Narcisse. Quise entrar para ser una Selecta y es lo único por lo que quiero que se me recuerde ahora mismo.

—Pues no lo parece —gruñó de nuevo—. Saliendo del brazo de Guste Dumont de su limusina, la cual estaba aparcada frente a tu casa ayer por la noche y con la que huiste del desfile.

—¡Déjame hablar, por el amor de Dios! —dije, alzando la voz y bajando la mano que le sujetaba.

—¿Para que me mientas? Primero fue Bastien y como él te guardaba secretitos, fuiste a por el hermano. ¿Qué te pasa?

—¿Qué te pasa a ti? —grité, frunciendo el ceño, afectada por sus palabras—. El único que sé que ahora mismo está mintiendo eres tú. Me lo ha dicho Jon, me lo ha advertido Guste y yo estoy segura de que lo haces. No sé en qué, pero me estoy hartando de ti. No me exijas que te cuente absolutamente nada sobre Guste si tú ni siquiera has sido capaz de contarme toda la verdad sobre Raquelle, algo que sí que hizo Bastien cuando tú tenías demasiado miedo de dejar de ser el chico perfecto.

Querido jefe Narcisoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن