S W E E T

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Era domingo, uno caluroso para ser precisos, de esos que puedes andar en ropa de verano sin serlo. Las personas disfrutan los rayos del sol que tocan sus rostros, por fin el invierno se ha ido y todos le dicen adiós a las noches frías. Cada quien está metido en su mundo, en sus propias charlas internas, de esos monólogos que te dejan pensado (está bien mañana empezare a hacer ejercicio, leeré un nuevo libro y aprenderé a hornear pastelitos) tantos planes en mente y es una desgracia que muchos de ellos no se lleven a cabo por simples excusas.

En medio de todos los ciudadanos que disfrutan de la bella tarde, una anciana estaba parada con una gran bolsa de dulces pero en ningún momento dijo que estaban en venta, solo los reparte a cualquier persona que ve y con su angelical sonrisa regala un caramelo diciendo tenga un dulce día un gesto tan inocente que ablanda el corazón de muchos, pasan los minutos y al fin la bolsa quedo vacía.

La anciana al llegar a casa se puso a leer el periódico, sacó un dulce del bolsillo de su pantalón, cerró los ojos y se dejó guiar por los brazos de Morfeo. Aquella mujer tenía un secreto al que se aferraba por las noches. La bolsa de dulces era una fachada, su haz bajo la manga contra los malos del cuento, el premio mayor de una mujer que estaba metida hasta el cuello de problemas y drogas. ¿Su secreto? Las pequeñas esferas rojas que a simple vista tenían la apariencia de caramelos de sabor a fresa en realidad eran bolitas de veneno, un asesinato sin ensuciarse las manos de rojo.

Esa tarde habían muerto 47 personas por un misterioso paro cardíaco, un final limpio, sin rastros de sangre, sin culpables aparentes y una simple anciana que quería terminar con su vida pero no pensaba hacerlo sola. Un dulce final para los inocentes.

Algo, algo y algo másWhere stories live. Discover now