—Aunque escuché que Fin y John planeaban pasarse un rato.

Tanteó el terreno. Desde mi quiebre con Fin, a lo que me negaba a hablar con él, se la había pasado soltando indirectas por aquí y allá. No se tragaba el cuento de mi indiferencia, pues en su loca cabeza trastornada y obsesiva debía estar igualmente licuada como le sucedió con María.

Me giré incomoda y di por sentado el tema. En cualquier caso ¿qué se dice en esas ocasiones? Oh, Nicky, ¡estaría de puta madre pasarme la velada con mi exnovio! ¡podríamos ligar juntos! ¿no te mola?

Nick desistió de sus intentos por hacerme hablar, se hundió avergonzado sobre su asiento y no chistó ningún otro comentario ingenioso.

Fin, Fin, Fin. ¿Por qué no podía deshacerme de su imagen una vez que el capullo de Nick Berlusconi la plantó en mi mente? Su figura se cernía sobre mi cabeza repetidamente de una forma sádica, reflejándose en cada espacio y poro de mi piel.

El simple hecho de imaginarlo así; con la tez oscura fulgurante, su cabello negruzco estilo blow up, los dientes perfectamente alineados en una sonrisa chusca la mayor parte del tiempo, mientras alzaba sus fuertes brazos cubiertos por esa moda cubana old fashion a la vez que levantaba mi camisa me hacía sentir cosquillas en la parte baja del vientre.

¿Lo quería? No tenía ni idea. Nuestra relación resultó casi tan fugaz como ocurre el primer verano de bachiller, el primer chupe y una que otra fogata con los colegas del barrio. Ese fue el verdadero problema. Lo que pasamos no era normal ¡yo se lo dije!

De un momento a otro estábamos jodiendo en el silloncito de mi sala y al siguiente teníamos que estar viéndonos en el trabajo simulando que no metimos la pata hasta el fondo involucrándonos con un camarada de la oficina.

¿Qué esperaba de esa relación tan inesperada y sin futuro? ¿flores? ¿un anillo sobre mi dedo? Definitivamente no.

La realidad era, me gustara admitirlo o no, que la soledad se apoderaba de mi en más ocasiones de las que me apetecería aceptar. Cerca de los treinta años uno deja de buscar cierto tipo de cosas y el compromiso era una de ellas, al menos para mí. Las mujeres con las que me relacionaba estaban casadas y con uno o dos críos si llevaban suerte.

Y yo, de lo único de lo que podía presumir en palabras de Mel, era de mi perro viejo.

Lo más probable era tal vez una tuerca floja en mi sistema. No tenía astilla ni material como esposa o un solo hueso maternal. Me resultaba fenomenal, pero algunas otras veces tras beber una copa de vino blanco luego de regresar del trabajo me percataba de lo silencioso que estaba mi apartamento y todo se volvía gélido a partir de entonces.

Era curioso, los hombros estaban satisfechos con relaciones esporádicas sin compromiso, pero luego de un tiempo siempre buscaban algo más para lo cual no terminaba de estar preparada. Entonces, cuando la luna de miel pasaba y las chispas quedaban extintas, no había remedio alguno más que pasar página. Dejar de frecuentar a alguien que conociste en un bar o una exposición de arte era sencillo. Verlo todos los días en el trabajo, era otra cosa.

¡Incluso mi jefa notó la incomodidad! Jesús, cuando lo hablamos en su oficina fue llevar a otro nivel mi bochorno. Mi llamada de atención sobre seguir involucrándome con la gente de mi oficina.

Fin no lo hacía menos difícil. Joder, debí recalcar más veces lo inmaduro que era cuando tuve la oportunidad. De la manera en que él me llamó despreocupada, insensible y cobarde mientras rompíamos.

Yo debí gritar Eh tío, pero tú te caes de infantil y nadie busca ser la madre de su novio. Sí, asentí complacida.

Aunque ciertamente recurrir a los insultos más perjudiciales con el solo objetivo de infringir precisamente daño era hasta algún punto satisfactorio, yo prefería trabajar con el desinterés, donde se involucraban los más bajos niveles sentimentales y existía menor agotamiento existencial.

Ave LiberadaWhere stories live. Discover now