Capítulo setenta y nueve

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Michele, unos metros más allá, también pareció oír la llamada de Jon, pues, ignorando su espectacular vestido rosado, a juego con el color de su pelo, intentó averiguar qué le estaba ocurriendo al coreano, por supuesto, sin mediar palabra.

—¿Qué pasa? —pregunté, fingiendo que colocaba una de las mariposas sobre el cuerpo de Kira cuando Claudine se paseó entre nosotros.

Él no dijo nada, tal vez porque la jefa de taller estaba demasiado cerca, aunque pronto me di cuenta de que no era así.

Levantó una mano por encima de la modelo, sosteniendo las afiladas tijeras que llevaba clavadas en la palma de su mano, bañada en sangre, ensuciando los puños de su camisa y, probablemente, el vestido que tenía enfrente.

No me hizo falta que comentara nada sobre ello, pues yo ya había llegado hasta dónde estaba él, con el rostro pálido y los labios totalmente descoloridos, al borde del desmayo.

Me di cuenta de que debía de hacer un rato desde que se había clavado las tijeras, pues ya había un pequeño charco de sangre que nadie había parecido advertir junto a sus zapatos y él ya no parecía dolorido, sino más bien dormido.

—No digas nada, solo termina de colocar las flores. Por favor —suplicó, sosteniendo las tijeras con su mano libre para que no se movieran de donde estaban.

—Pero ¿qué te has hecho? —pregunté horrorizada, observando la ingente cantidad de sangre que él se había ocupado de que ni siquiera rozara su hermoso diseño, mientras sus mirada se perdía en algún punto de la habitación y tambaleaba.

—Me he agachado con rapidez para coger una de las flores y... Bueno, me he tropezado con algo hasta caer sobre las tijeras que había apoyadas junto al ramo de margaritas —balbuceó, evidentemente mareado, intentando apoyarse a la pared de detrás.

Le vi intentar sacarse las tijeras, pero actué con rapidez y le agarré de la mano antes de que pudiera hacer nada.

—Ni se te ocurra, te vas a desangrar—le  advertí, intentando que su mirada oscura conectara con la mía en un intento desesperado porque se manteniera cuerdo en aquel instante—. Ve a que te curen eso antes de que te pase algo peor.

Él asintió con la cabeza, intentando sonreír, aunque no lo consiguió.

—Termina mi vestido —ordenó, autoritario, señalándolo con la barbilla.

Yo no dudé en agacharme tras su modelo y empecé a colocar las pocas flores que quedaban en los huecos vacíos de su falda, mientras oía los pesados pasos de Jon intentar alejarse de allí sin ser advertido por Claudine.

Sin embargo, se detuvo y yo creí que alguien debía de haberle visto, así que dirigí mi mirada hacia él, quien, justo en medio del pasillo, erguido en su fabuloso traje amarillo, a juego con su diseño, giró la cabeza hacia mí, aunque no creo que su intención fuera aquella.

Fruncí el ceño, sin comprender por qué estaba allí parado sin hacer nada, cuando, de pronto, cayó al suelo de espaldas, totalmente inconsciente.

Pegué un grito cuando su cabeza impactó contra el suelo y dejé a parte todo lo que estaba haciendo para abalanzarme sobre él cuando nuestros compañeros tan solo se habían girado hacia nosotros, sin comprender qué hacía Jung Jonhyuck tirado en el suelo.

Los labios de Jon estaban completamente blancos, confundiéndose con su igual pálida piel, la cual había adquirido un color casi verdoso por el estado en el que el Selecto se encontraba.

—¡Dios mío! —gritó Claudine al ver a Jon tirado en el suelo, andando rápidamente hacia donde nos encontrábamos para observarle de cerca—. Hay que avisar a Narciso, ahora —ordenó, mirando a uno de los hermanos Renoir, señalándolo con el dedo tembloroso.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now