15. NUESTRAS REGLAS

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15.      NUESTRAS REGLAS

Abbi

Me estaba muriendo del hambre. Lo peor era saber que aún faltaba una hora para que sirvieran el desayuno en la mansión Hamilton. ¡Maldito protocolo! De verdad que necesitaba alimentar al animal que tenía dentro del estómago antes de que saliera a gritar por todos lados. Me sostuve el vientre para amortiguar los ruidos. Mala idea haberme quedado dormida sin cenar. Si estuviera en casa, de seguro hubiera comido a la hora que quería, o bajado a ver qué había en la refrigeradora. Aquí me daba mucha pena andar por todos lados. Las cosas eran mucho más serias que en casa, más sirvientes, mucha elegancia en cada esquina. Me removí como loca en la cama desesperada por esta forma de vida. La detestaba, quería irme a casa.

Mi habitación era bonita, con una cama bastante grande y cómoda, sillones cerca de la ventana que daba a la entrada, techos altos como en toda la casa. Un baño justo enfrente con una bañera en la que podías nadar. El guardarropa era pequeño en comparación con todo lo demás, pero tampoco era necesario algo grande, las personas que dormían en esta habitación eran visitas nada más.

La puerta se abrió. Estaba esperando ver a la mucama que entraba todas las mañanas con un té y mi ropa del día. Todas las noches escogíamos mi ropa para que ellas en la mañana la tuvieran planchada y lista para el día. Eso no lo tenía en casa, de ser así jamás me hubieran dejado bajar con sudadera y vaqueros. La señora Hamilton exigía mejor ropa, incluso para el desayuno. Esta casa era mucho más estricta que la mía.

Para mi sorpresa era Will, con su pantalón de pijama y una camiseta sin mangas que marcaba sus brazos. No tenía un cuerpo de campeonato, ni era el típico chico de revista, era simplemente Will. Con su cabello rubio, sus ojos azul cielo, sus mejillas ligeramente sonrojadas y esa sonrisa que provocaba que viajara a Venus de ida y vuelta. Era un sueño, mi sueño.

—Buenos días, pequeña. ¿Cómo amaneciste hoy? —acercándose con sus pantuflas negras. Eran algo graciosas, pero no iba a comentarlo. Ya estaba acostumbrándome a la idea de verlo en su ropa de cama todas las noches, pero casi nunca lo veía recién levantado. Sonreí de oreja a oreja. Era sexi.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sentándome en la cama.

—Vine a que vieras mi cara de recién levantado, no quiero que te lleves la sorpresa de verme más sexi de lo normal —dijo con ironía. Solté una carcajada y me moví a un lado para que pudiera sentarse en la cama.

—Ni te acerques mucho que me ha de apestar la boca —dije haciendo una mueca. No había lavado mis dientes y el aroma matutino debería de ser una asquerosidad. William me explicó que para eso era esta visita, para acoplarnos a nuestra parte asquerosa. La verdad es que él no tenía nada de asqueroso en ese aspecto, me gustaba.

Tampoco me daba pena que me viera con el pelo alborotado. Eso al parecer era algo de lo que ya estaba acostumbrado. Cada noche que nos acostábamos a ver una película, me hacía un chongo alto y dejaba que la parte sexi en mí desapareciera.

—Aún no usamos el mismo baño —recalcó William—. Eso me aterra.

—Temes que tus pedos sean demasiado fuertes —le di una sonrisa.

—No, en realidad estaba pensando en los tuyos —me regresó la sonrisa y los dos reímos con tanta fuerza que en realidad me dolía el estómago.

Mi estómago rugió, William levantó una ceja interrogativa, pero no dijo nada. Estaba agradecida de que se quedara callado por primera vez en su vida.

—¿Por qué crees que peleamos tanto? —pregunté viendo la puerta del baño.

—No lo sé, Abbi. Me gustaría saberlo, todo sería más fácil si lo supiéramos.

TENÍAS QUE SER TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora