Capítulo setenta y cuatro

Zacznij od początku
                                    

Por desgracia, la única que sonreía era Claudine. Estaba claro que el hecho de que yo, la supuesta pareja de Narcisse Laboureche frente al ojo público, acabara de obtener el privilegio de cerrar el desfile de la marca, no parecía demasiado agradable para ellos.

—Perfecto, entonces —concluyó ella, ofreciéndome mi boceto con una sonrisa, de las primeras que veía en su rostro arrugado—. Haremos algunos cambios con respecto a las telas y al corpiño de las mariposas, pero ya puedes ponerte a trabajar en ello, que el tiempo apremia.

Asentí con la cabeza con efusividad, recogiendo mi diseño y dejándolo junto a mi bolso sobre la mesa, sin poder ocultar la enorme sonrisa de mi rostro.

—Gracias, Dios —susurré, cerrando los ojos durante los dos segundos que estuve girada.

—De nada, mortal —respondió Jon sin ningún atisbo de sonrisa, aunque evidentemente estaba mofándose de mí.

Hice caso omiso a su comentario y, cuando volví a darme la vuelta, Claudine ya se había alejado para dirigirse a Jean-Jacques y yo había quedado frente a Narcisse de nuevo.

Su intensa mirada castaña me provocó un ligero escalofrío que pude controlar, pero él no se dio por vencido.

Poco a poco, mi sonrisa se fue borrando, contagiándome de su serio semblante, aunque no me había olvidado del maravilloso sentimiento que recorría mi cuerpo tras aquella impresionante noticia.

Después de aquello, se me había olvidado lo de Bastien y sus advertencias, la extraña aparición de Jon y todo lo que había ocurrido en los últimos tres días y, aún así, cuando Narcisse alzó una ceja y me ofreció una de sus manos, sentí flaquear de pronto.

—Acompáñame, por favor. Necesito hablar contigo... Señorita Tailler —murmuró, tras echar un vistazo a la sala.

No supe si nos estaban observando, pero, tras tragar saliva con dificultad, accedí a cogerle de la mano, provocando que me arrastrara con el hasta el exterior de la gran sala, cerrando la puerta detrás de sí.

—Te he echado tanto de menos —suspiró, abrazándome de pronto y estrechándome contra él con sus grandes y fuertes brazos.

Yo me dejé hacer, en silencio, durante varios segundos, sorprendida por su repentina efusividad, aunque, finalmente, yo también decidí abrazarle.

—¿Por qué no viniste a verme después de lo del otro día? —pregunté, cuando apoyó su barbilla en mi cabeza.

—Dijiste que necesitabas tiempo.

—Y sigo haciéndolo, pero no tenías que enviar a Jon para comprobar que estuviera bien.

Me soltó lentamente, como si le costara hacerlo, y luego, desde muy cerca, me sonrió ligeramente.

—¿No te gustan las visitas sorpresa de Jonhyuck?

Negué con la cabeza.

—No sé por qué enviaste un Selecto a mi casa en lugar de venir tú y tampoco sé por qué él sabía lo de Raquelle y juraría que se había enterado mucho antes que yo —dije, aunque manteniendo un tono neutro en mi voz. No quería sonar patética y celosa de lo que sabía Jon, porque no lo estaba.

El cogió mi rostro entre sus grandes manos y me obligó a mirarle a los ojos. Ya no parecía feliz de verme, sino más bien parecía tratar de analizar mi rostro para averiguar algo que todavía no comprendía.

—¿Qué te ha contado ese imbécil? —soltó de pronto.

—Nada. Solo que estabas preocupado por mí y que le habías enviado para comprobar que estuviera bien después de la otra noche —expuse, sin dejar de mirarle a los ojos, aunque colocando mis manos sobre las suyas para que dejara de sostenerme el rostro.

Querido jefe NarcisoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz