Capítulo setenta y dos

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—Puede subir —dijo finalmente—. Quinta planta, al fondo del pasillo a la derecha.

Le di las gracias e, intentando mantener mi forzada sonrisa, me dirigí al ascensor, pensando en todas las situaciones que se podían derivar de aquello.

¿Qué iba a decirle a Bastien ahora que había conseguido plantarle cara? ¿Qué podría argumentar él en su defensa?

Tan solo tenía algo claro después de la conversación con Guste: Bastien era un mentiroso.

Podía haberlo adivinado yo sola, tras de las insistentes palabras en su contra por parte de Narcisse, a quien en un principio no quise creer por su clara manía persecutoria hacia los Dumont. No obstante, que el que lo hubiera secundado había sido el gemelo de Bastien, quien se suponía que debía ser su mayor confidente y probablemente mejor amigo, me había hecho reaccionar de una forma en la que prefería no haberlo hecho en un principio.

Estaba claro que alguien como él no podría haberse fijado en alguien como yo. Tenía la cama siempre ocupada por alguna despampanante mujer de cuerpo esbelto y cabellos claros, piel perfecta y pechos pequeños y, por algún tiempo, logré creer que para él aquello debía de ser algún tipo de maldición, por las palabras con las que solía referirse a su... Trabajo. Sin embargo, él hacía de sus dotes de seducción su profesión y, por casualidades de la vida, yo acababa de caer en sus redes sin siquiera darme cuenta.

¿Pero por qué yo? ¿Qué había de especial en mí para que Bastien me eligiera, de entre todas las mujeres que le rodeaban, para utilizarme, de alguna forma en la que todavía no comprendía, a modo de venganza contra mi jefe?

Todo era tan confuso y tan simplemente complejo que ni siquiera me di cuenta de que había llegado a mi destino, aquella puerta de cristal opaco a través del que tan solo se intuía una silueta oscura, andando de lado a lado, que adiviné que debía de ser Bastien.

Golpeé la puerta con mis nudillos dos veces y me aparté, tragando saliva, esperando una respuesta.

La silueta se detuvo, aunque nadie acudió a mi llamada, así que me vi obligada a tocar de nuevo, antes de hacer bajar el pomo para abrir la puerta.

Asomé la cabeza, siendo azotada por un fuerte y delicioso aroma de perfume masculino que hizo que mis rodillas temblaran de placer durante un par de décimas de segundo.

Guste frunció el ceño al verme, escondiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de pinzas, deteniendo su caminata por el despacho de su hermano, quien, tras su escritorio, se levantó para recibirme.

—¿Qué estado haciendo aquí? —preguntó, formando una de aquellas radiantes sonrisas que iluminaban su rostro al completo.

Cerré la puerta con cuidado detrás de mí y, cuando volví a girarme hacia él, ya había rodeado su mesa para acercarse a mí.

Apartó a su hermano de un empujón y éste, indignado, frunció el ceño, observando con atención cómo Bastien bajaba la cabeza para besar mi mejilla con ternura en un acto repentino y que no pude evitar.

Sobresaltada, pegué mi espalda a la puerta, dirigiendo mi mirada hacia Guste, quien arrugaba la nariz.

—Eh, yo... Necesito hablar contigo —murmuré, sin apartar la mirada de la de Guste, realmente asqueado.

Bastien colocó una de sus manos en mi codo y la fue deslizando hasta alcanzar la mía, acariciando mi piel con suavidad, haciéndome sentir extrañamente incómoda.

Devolví mi atención a sus vibrantes ojos azules, que sonreían con él.

—Guste, fuera —masculló entre dientes.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now