Y corrió. Se tropezó con el basurero y las bolsas negras pero siguió corriendo mientras se cubría la desagradable herida del cuello.

Yo no podía respirar. No lo necesitaba, pero se sintió como si no pudiese hacerlo.

Me senté en ese mugroso callejón, con las rodillas separadas y las manos jalando de mi cabello. Grité. Lo hice hasta que en las comisuras de mi boca se formaron dos pequeñas heridas. Cuando humano vivía con el infortunio deseo de gritar, pero nunca lo hice, entonces morí con ello y desperté con ese dolor atragantado en mi garganta.

Mi mente viajó a los ojos de cervatillo, a la culpa y angustia que dejé en ellos cuando me fui.

Por eso regresé a él.

Ahora estaba entre mis brazos, secando mis lágrimas con sus dedos cálidos, como si eso de por si no fuese una locura.

Cuando comencé a llorar en ese callejón solo sentí el deseo atroz de tenerle contra mi pecho, de sentir su corazón latir una vez más. Y lloré como un chiquillo, a pesar de creer que nunca volvería a ser capaz de ello.

Le vi tan frágil cuando abrí la puerta y le encontré agazapado en esa incómoda silla que logró joderme la mente y las emociones muertas.

Odié quien era, odié que Jaemin no pudiese confiar en mí, que tuviese tanto miedo y a pesar de ello me haya mentido.

Pero le amo más de lo que puedo llegar a odiarle. Le amé en cuanto le conocí, y me resentí cuando no me eligió, entonces le odié cuando me mintió. Pero a pesar de odiarle, no podía dejar de amarle... y cuando tuve que tomar una decisión, reconocí que siempre elegiría el amor.

-¡Lo si-siento, lo siento tanto!- mi cuello amortiguó su voz, pero siguió susurrando una y otra vez esas palabras, y solo puede seguir abrazándole porque estaba vivo, era Jaemin, y estaba conmigo-. Oh Dios, ¿Qué ha sucedido contigo?- dijo, viendo la sangre seca en mi cuello y en parte de la camiseta blanca.

Cómo podía hacerme odiarle y luego darme tal grado de ternura que me era imposible mantener mis manos lejos de él. Le sujeté las mejillas besando la punta de su diminuta nariz, y se quedó en silencio, completamente tenso, para luego rodearme el cuello con ambos brazos y ronronear.

-He hecho cosas malas- susurré en su oído. Mis dedos enterrados en su nuca.

-También yo- respondió.

-Las mías dañaron a muchas personas.

Se alejó para mirarme, estaba entre mis piernas, sentado sobre sus pantorrillas.

-Las mías también, y sobre todo te dañaron a ti.

-¿Por qué...?- murmuré- quiero saber porqué me mentiste, y comprendo que tienes miedo, pero necesito saberlo todo... por favor.

Vi el terror asomarse en cada pequeña facción, en su respiración y en su mirada.

-Jeno, una manada es liderada por un alfa y este nos conecta entre todos- Jaemin cerró los ojos derramando una solitaria lágrima-. No hay opiniones que desafíen a la de ese alfa, si él ordena que deben darle caza a alguien, nadie puede negarse a ello. Jeno... Si él me ordena que yo mismo me quite la vida, lo haré sin chistar, ¿Entiendes?

Lo entiendo.

La rabia me cegó por un instante. Así qué Jaemin estuvo con esos pensamientos durante todo este tiempo. Si solo me hubiese dado cuenta de ello, de lo apagados que se veían sus ojos o de la forma en que su postura y su forma de caminar ya no eran la de un joven muchacho lleno de felicidad, sino la de una presa intimidada por su persecutor.

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