Capítulo 17

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Nana entró en la cocina atropelladamente. Iban a servir el café, esta era su oportunidad. Se acercó a una de las tazas y sacó la bolsita de su delantal. Sin que nadie la viera desató el lazo rojo. Dentro había un pequeño frasco de cristal con un líquido morado. La nodriza quitó el tapón y vertió el contenido dentro de la taza. Con esta en la mano, caminó por el pasillo y entró en el gran comedor. Presidiendo la mesa se encontraba Sar. Se acercó hasta él intentando ocultar su nerviosismo. Depositó la taza de café en la mesa, delante de él y se fue. Desde la puerta observó cómo daba un sorbo y se sintió más tranquila. Su misión había concluido.

Elinda estaba muy concentrada en su hechizo de invocación

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Elinda estaba muy concentrada en su hechizo de invocación. Los demás observaban todo el procedimiento en silencio. Al cabo de un minuto apareció ante ellos un espectro azul. Se escucharon unos pasos por el pasillo, Tenebris estaba llegando. Entre susurros Rachael le explicó al fantasma de Sar lo que tenía que hacer. Todos aguantaban en tensión sin moverse de sus puestos. El falso rey entró en la estancia algo mareado. Lema cerró la puerta con rapidez, el hombre se dio la vuelta, confundido. Su expresión cambió cuando vio a la princesa bloqueándole el paso por si intentaba escapar. En ese momento a su lado aparecieron Irina y Rose, que le empujaron sin miramientos hasta dentro del círculo. El espíritu de Tenebris salió disparado del cuerpo y el alma de Sar intentó recuperarlo. Hubo unos instantes de confusión para los espectadores, que no sabían lo que estaba ocurriendo. Entonces Sar dio un paso hacia delante y se desplomó. Rachael se acercó gateando hasta él y empezó a hablarle. Sar no respondía, seguía inmóvil en el suelo, con los ojos cerrados. Rachael le zarandeó con suavidad y empezó a respirar.

—Gracias —dijo entrecortadamente.

La niña suspiró aliviada y se dio la vuelta para observar el espectáculo que se desarrollaba unos metros más adelante.

Una bruma negra luchaba por salir del círculo. Deb se arrodilló en el suelo y abrió la caja que Elinda le había entregado minutos antes. Era pequeña con una cerradura de plata. Estaba bañada en oro y decorada con bellas imágenes de dragones azules. La extraña bruma negra empezó a entrar en el cofre, como si algo la atrajera hasta el interior. Una vez dentro, Deb lo cerró y se lo entregó a la maga, que descansaba en el suelo agotada por toda la magia que había utilizado. Rachael se levantó y sacó de la mochila la llave mágica con la que les había rescatado de las celdas. Dentro de la caja, la esencia maligna se movía sin parar, haciendo que el cofre se revolviera en las manos del joven como si tuviera vida propia. La niña introdujo la llave en la cerradura y le dio una vuelta, dejándolo sellado definitivamente.

 La niña introdujo la llave en la cerradura y le dio una vuelta, dejándolo sellado definitivamente

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Cerca de allí los magos oscuros y los timors frenaron su avance. Sabían que su dios había perecido y sin él no podían seguir. Tenebris les proporcionaba la magia negra y ahora se sentían vulnerables. Así que aquella horda oscura retrocedió hasta volver al bosque de las sombras y refugiarse allí por muchos años más. Las personas, que en ese momento estaban huyendo de la aldea atacada, no daban crédito a lo que veían. Los invasores se retiraban sin motivo aparente. Decidieron esperar un tiempo prudencial hasta volver a sus casas. Algunas estaban destrozadas, otras, intactas.

En el pequeño y oscuro cuarto del castillo reinaba el silencio

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En el pequeño y oscuro cuarto del castillo reinaba el silencio. No era tenso sino el silencio de la tranquilidad. Deb, Rose, Irina y Rachael, se quedaron allí cuidando de Sar, que descansaba en el suelo plácidamente, después de varios largos meses de vida fantasmal. Lema y Elinda se marcharon para traer a Tairon de vuelta.

La maga se sentía demasiado cansada para convertirse en dragón de nuevo. Así que sacó un amuleto del bolsillo, era una pequeña mariposa dorada. No necesitó sacar el libro, aquel era un hechizo que conocía de memoria. Murmuró las extrañas palabras y su cuerpo se elevó varios centímetros del suelo. Lema estaba ansiosa por poder volar ella también. ¿Quién no había soñado volar como un pájaro? Ella desde luego sí se había imaginado volando por el castillo.

Elinda se aceró flotando hasta ella con el amuleto en la mano. La joven lo cogió, estaba caliente. La maga le dijo las palabras del conjuro, pero no se las aprendió. Elinda se las repitió más lentamente. Lema las recitó sin mucho éxito, seguía pegada al suelo. Por un momento pensó que nunca podría cumplir su sueño.

—No pasa nada, repítelo ya verás cómo al final lo consigues —la animó su madre.

—Pero yo no soy maga —objetó la joven.

—Pero yo sí, así que algo de magia corre por tus venas.

Alentada por la contestación de su madre Lema lo volvió a intentar, pero no funcionó. Una vez más recitó las palabras del hechizo y sintió un cosquilleo en los pies. Miró hacia abajo y descubrió que estaba a varios centímetros del suelo. Elinda comenzó a volar hacia arriba y su hija la siguió. Se dirigieron hacia el bosque de las sombras. Al principio la joven iba muy rígida y tenía miedo a caerse. Pero a medida que iban avanzando se relajó. Dio vueltas y giros, se acercó a una bandada de pájaros y voló con ellos. Se sentía libre con el viento en la cara.

Cuando llegaron al Bosque de las Sombras, Lema se resistía a volver a tierra firme. Dio varias vueltas alrededor de la explanada y finalmente aterrizó con delicadeza. La maga pronunció el hechizo y apareció aquella niebla que tanto había asustado a la chica la primera vez. Cuando se disipó, ambas estaban en El Refugio. Era un lugar tan maravilloso como Lema recordaba. Un lugar idóneo para relajarse rodeada de belleza natural. Tairon estaba tumbado boca arriba mirando las nubes rosadas del atardecer. Su madre se aceró hasta él con los brazos extendidos y una sonrisa en la cara. Le había echado mucho de menos. Le dio un abrazo lleno de cariño mientras sus manitas de bebé jugaban con el pelo castaño de su madre.

Los tres se sentaron juntos a la orilla del lago. Lema no se pudo contener, se descalzó y metió los pies en el agua cristalina. Tairon metió sus deditos y salpicó a su abuela. Elinda no se había sentido tan feliz desde hacía años.

El rey de MertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora