Capítulo sesenta y dos

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—Que puede salir con quien quiera, pero nuestro beso fue el más comentado en Francia desde el que capturó Doisneau.

Le miré de reojo y él estaba sonriendo con satisfacción.

—Y eso es lo que querías, ¿no, Guste? Ser el centro de atención, robarle protagonismo a Narciso y hacer lo que fuera por ser tú el que saliera en aquella portada —se inmiscuyó Bastien, sin siquiera mirarlo.

Su tono de voz denotaba mucho más que molestia y enfado, casi rencor, del profundo y más odioso.

Un trueno desde el exterior fue la respuesta que Bastien necesitaba para callarse, pues se dio la vuelta hacia la ventana y apoyó la barbilla sobre su puño cerrado, apretando los labios, incómodo.

La lluvia empezó como una suave cortina que golpeaba con dulzura las ventanas polarizadas de la limusina, como si quisiera acariciarnos, hacernos compañía.

—En cuanto a ese beso a todos nos gustaría saber qué impulsó a alguien como usted, con una vida íntima demasiado privada, besara frente a todos a la pareja de tu rival —inquirió el presentador, rompiendo el silencio incómodo que se había formado.

Miré a Guste y, para mi sorpresa, él también había posado sus increíblemente azules ojos sobre mí. Parecía intentar buscar palabras para referirse a mí, de una forma que, tal vez, no ofendiera a nadie, algo que, por lo visto, se le daba demasiado mal hacer.

—Invité al señor Laboureche a mi fiesta como una declaración de paz —aclaró, volviendo a mirar a François—. Sabía que la señorita Tailler... Es decir, Agathe, trabajaba para él y que se rumoreaba desde que ella entró a formar parte de los Selectos que mantenían una relación, aunque Narciso... Narcisse, lo hubiera desmentido hasta hace un par de semanas, cuando empezó a hacer apariciones públicas con ella, como aquella vez en el Marché aux fleurs —expuso, tal vez con demasiado detalle.

—Eso no explica por qué la besó a ella —intervino el presentador.

Desde luego que aquella entrevista no iba a ir sobre moda, ni mi carrera, ni cómo había logrado una chica normal, con una carrera normal y una vaga experiencia acabar siendo una Selecta y debería de haberlo comprendido antes de dejar allí tirado a mi jefe, quien debía de estar odiándome todavía más desde su despacho, tal vez haciéndome vudú.

Guste, que era bastante impredecible, se tomó su tiempo para responder, como si intentara encontrar la contestación perfecta y cortante que, por naturaleza, solía ofrecer.

—Mi hermano sabía que yo estaba empezando a desarrollar sentimientos hacia Marie Agathe —soltó Bastien, para sorpresa de todos, dejando caer su mano sobre la mía, sin permitirme reaccionar.

Me giré hacia él, con el corazón acelerado y conteniendo la respiración.

Mis ojos estaban completamente abiertos, así como mis labios se habían separados para mostrar mi sorpresa ante su respuesta. Sentí mis mejillas arder, mientras observaba cómo la línea de su mandíbula apretada se marcaba más cuando tragó saliva con dificultad, mirando al frente y evitando prestarme atención.

Auguste gruñó en señal de desaprobación, porque, por supuesto, quería haber sido él el que hubiera zanjado la conversación.

—¿Algo amoroso? —insistió François.

Él asintió con la cabeza, agachando la cabeza, como si le diera vergüenza admitirlo, pero de una forma un tanto forzada, porque pronto desvió su mirada hacia mí para regalarme una tímida sonrisa.

—Era obvio que Bast no iba a atreverse a besarla frente a todos, porque resulta que es... Especial en cuestiones de amor. Especial, diferente, un ca... Bueno, que no sabe demostrarlo como debería —añadió Guste, devolviendo la atención hacia él.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now