Capítulo sesenta y uno

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Y también iba a ser la última.

Louis Auguste Dumont, ajustándose la americana y levantando la barbilla, ajeno a encontrarse en territorio enemigo, entró derrochando poder y elegancia en la sala, provocando que todas las miradas se posaran en él, para su satisfacción.

Primero creí que era mi mente jugándome una mala pasada, como el recuerdo de la portada que había protagonizado junto a él aquella misma noche, la preciosa imagen de sus manos en mi nuca y sus labios encajados con los míos, mientras yo, vestida como si fuera Grace Kelly, tan solo me dejaba hacer.

Obviamente, él era real, y lo dejó más que claro cuando Claudine le encaró, brazos en jarra, ocultando detrás de ella el patrón del vestido de Jean-Jacques, para evitar que lo viera.

—Auguste, ¿qué narices estás haciendo aquí? —le preguntó en un tono solemne.

—Ahora mismo, ser el centro de atención. Estoy en mi mejor momento —rio él con soltura.

Jon me dirigió una mirada inquisitiva a la vez que yo escondía mi rostro entre las manos. Aquello sí que era real.

En pocos segundos, la puerta se volvió a abrir y, como si de una película se tratara, Bastien, con una bolsa negra entre las manos, entró en el taller, casi a cámara lenta, como si disfrutara aquella inesperada intromisión.

—¡Louis! —gritó Claudine, doblemente alarmada.

Oí a Jonhyuck silbar por lo bajo, aunque esta vez no me estaba mirando a mí.

Los gemelos le miraron primero a él con plena serenidad y luego, siguiendo el recorrido de mesas, fijaron sus ojos azules en mí, casi a la vez, como si alguien les controlara.

Tragué saliva, sin saber a lo que atenerme.

—Venimos a por la señorita Tailler —dijo Guste, al fin, apartando su mirada de mí con rapidez.

Bastien alzó la bolsa que tenía entre las manos, donde perfectamente podría haber cabido un cadáver, y me señaló acto seguido.

—Y vais a volver por donde habéis venido. Aquí nadie se lleva a mis Selectos, mucho menos a tan poco tiempo de la Fashion Week —espetó Claudine, fingiendo un acento inglés que no tenía—. Id a sabotear el desfile de otra, queridos ahijados.

Guste, con total impasibilidad, negó la cabeza, demostrando que, desde luego, aquello era suficiente para él.

—François LeMarshall está en mi limusina esperándonos. Y él nunca espera a nadie —dijo él con solemnidad.

Me mordí el labio inferior, intentando no pensar en que aquel era el presentador del programa más importante de toda Francia. Íconos de la moda como lo habían sido Karl Lagerfeld, Vera Wang, Alexander McQueen e incluso Yves Saint Laurent se habían sentado en el plató perteneciente a LeMashall para ofrecer sus más mediáticas entrevistas y compartir sus más oscuros secretos.

Aquel hombre era una leyenda y ahora estaba esperando sentado en el coche de Guste Dumont.

—Eso es imposible. ¿Quién consigue de la noche a la mañana a François LeMarshall? —inquirió Jean-Jacques, el Selecto preferido de Claudine.

Bastien me dirigió una segunda mirada, que le sacó una carcajada a Jon, quien se regodeaba de algo que yo ya sospechaba, aunque los demás, que le observaban con el ceño fruncido, no podían tener ni idea.

—Si juntamos a Louis Auguste Dumont, el dueño de la segunda empresa más grande de Francia y Marie Agathe Tailler, la séptima Selecta de Laboureche, en la portada de la revista más leída del estado, resulta que llamas la atención del viejo LeMarshall.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now