CAPÍTULO 25: Donovan.

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El lunes me desperté con un dolor terrible de cabeza. El despertador me sonó como de costumbre y lo enterré debajo de la almohada para que dejase de sonar. Odiaba los lunes.

Suspiré y me levanté de la cama, sentándome en ella y apoyando los codos en mis piernas mientras me pasaba las manos por la cabeza. Aún quedaba toda una semana por delante en la cual tendría que ver a Danielle. Suspiré de nuevo. ¿No podía dormir de nuevo y despertar al año siguiente donde las cosas estuviesen más calmadas?

Me levanté de la cama y me duché, me vestí e hice todo lo que hacía por las mañanas antes de bajar a desayunar. Mi padre ya se había ido a trabajar y solo quedaba mi madre en casa, que ese día entraba más tarde por no sé qué cosa me dijo.

—¡Recuerda que esta noche no estaremos ni papá ni yo en casa! —chilló mi madre desde su habitación antes de que yo saliese por la puerta—. ¡Que tengas un buen día!

—Vale, mamá, tú también.

Aún con sueño cogí las llaves de casa, la mochila y salí por la puerta, dirigiéndome hacia la moto. A las ocho de la mañana el tráfico era horrible pero por suerte siempre acababa llegando vivo al instituto. Vi a Rooney apoyado en el muro de siempre esperándome. Después de su desaparición en la fiesta no había vuelto a saber nada más de él, y la verdad era que me moría de ganas de hablar con él sobre el tema de la fiesta de la otra semana.

—Buenos días, tío —le di un golpe en el brazo cuando ya tenía la Benelli aparcada.

—Hey.

A nuestra izquierda un grupo de chicas acababan de reunirse con la incorporación de dos de ellas: Jess y Danielle. Giré la cabeza rápidamente y observé como Rooney hacía exactamente lo mismo.

—¿Estás bien?

Rooney me miró y asintió, pasándose una mano por la cara.

—Eh, sí. No he dormido muy bien.

—Oye —el grupo de las animadoras se quedaron ahí y yo avancé, empezando a subir las escaleras seguido de Rooney—. No lo hemos hablado antes, pero en la fiesta, Jess te estaba...

—Ya. Esto... en la hora de la comida tengo que hablar contigo.

—Hablemos ahora, aún quedan cinco minutos para que suene el timbre.

—Es que es largo de contar.

Y dicho esto desapareció de mi vista, subiendo las escaleras que quedaban a toda velocidad para mezclarse entre la muchedumbre. Suspiré. Ese chico cada día actuaba más raro.

Fui a entrar por la puerta del instituto cuando alguien me dio un golpe en el hombro, tirando mi mochila al suelo. Me giré para ver quién había sido y me encontré con Jared y compañía.

—Buenos días, Donovan el Defensor.

—¿Quieres algo, Jared? —volví a colocarme bien la mochila sobre el hombro—. Tengo prisa.

—Solo darte los buenos días.

Sam, Gavin, Ian, Neil y demás, los cuales me daba pereza nombrar, se rieron ante el comentario que dijo su líder. Yo no estaba para tonterías: eran las ocho de la mañana, lunes y me dolía la cabeza a morir. Lo último que quería era aguantar estupideces saliendo por sus bocas.

—Pues ya lo has hecho, adiós.

Me giré para irme pero noté que alguien me agarraba del brazo. Qué pesados, la Virgen Santa.

—¿Se puede saber qué queréis ahora?

Me volví a girar para quedar frente a ellos —con la esperanza de que fuese la última vez porque me estaba mareando ya con tantas vueltas— cuando vi a Jared mucho más cerca de mí que la anterior vez.

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