Capítulo III: Los forasteros

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—Sol, sé que Esteban es pequeño, muy pequeño para andar diciéndole sermones —dijo preocupada— Pero cada vez que tratamos de que sociabilice con gente de su edad, juegue con los peluches y cosas que le hago para que comparta con sus amigos. Prefiere estar con nosotros, sino no hace nada.

—También lo he notado mi Luna —el viejo observó con nostalgia la silla de su hija—. Pero no podemos obligarlo a hacer algo que no le gusta, a Celestial no le gustaría...estoy en lo correcto ¿no?

—Él debe crecer como un niño normal Sol —insistió con una frustración en su voz— Yo...

—¡Él ya es un niño normal Luna! —exclamó con fuerza— ¿Qué crees qué es?

—Sol, no voy a eso: él debe tener amigos, él debe sociabilizar con los demás —trató de explicarle con serenidad— Cuando nosotros partamos de este mundo, ¿con quién se va a quedar?

—Perdón, yo solo...solo pensé que te referías a eso —hizo un gesto con la mano de negación, luego la llevó a su sien y se acarició—. Esteban aprenderá con el tiempo, es un niño muy pequeño para entender el concepto de amistad, le daremos tiempo ¿vale?

—Quiero darle una vida normal, es todo lo que quiero Sol.

—Y la tendrá —afirmó—. Por eso estaremos siempre con él, para que el pequeño, hijo de nuestra pequeña Celestial tenga una vida que se merece.

Sol se levantó hacia su amada, la abrazó con tanta ternura que unas lágrimas se asomaron en los hermosos ojos de la mujer de color castaño. El hombre limpió el rostro de la mujer, estaba llenó de polvo a causa del día trabajo, sus ojos negros profundos se inyectaron en ella, el romanticismo se encendió, se miraban como jóvenes enamorados en sus tiempos de oro, hasta que, la chica le dio una suave caricia en el poco cabello que le quedaba, canas que sobresalían de su calvicie.

—¡Oye no hagas eso! —se puso nervioso, mordió sus dientes y a la vez dio una risa.

—Ay amor, tu amargura te ha vuelto tan viejo en estos años —de manera exagerada, la mujer sacudió su hermoso cabello, de un color castaño muy claro, que si se miraba sin atención se confundía con una especie de rubio.

—Es la granja, la gente idiota y el estúpido animal que anda lento arando las tierras —bufó y pisoteó el suelo.

—Nuestro bebé ya está cansado, viejo y no se rinde en morir —suavemente, le hizo caricias en la mejilla—. No nos quiere dejar solo, ha estado por más de diez años junto a nosotros, desde que lo encontramos herido.

—Era joven cuando lo encontramos —recordó esa vez y sonrió—. Por lo tanto, debe tener unos quince a veinte años, ¿ellos no tienen un ciclo de vida hasta los veinticinco años?

—Entre veinte y veinticinco —asiente Luna—. Se encuentra en edad límite, su cuerpo no rinde como lo de antes, hay que darle mucho amor antes que se vaya.

—¡Yo le voy a dar amor! —dijo de manera ruda— ¡Vamos a trabajar más, para que los dos nos tiremos bajo tierra a descansar!

—Tomaré eso como una ironía mi amor.

Los dos soltaron unas carcajadas, que se apegaron cuando sus cabezas observaron el asiento vacío de su hija, de ahí el silencio inundó la sala de estar hasta el nuevo amanecer.

Los abuelos aceptaron la maña de Esteban, al final ellos fueron los que lo criaron, lo entrenaron y lo hicieron trabajar en su granja. Luego de que pasó el tiempo, en una de las casas abandonadas de Niblem, bastante grande de por sí, llegó una carreta nueva con muchas cosas. En esa gran casa, por lo que afirmaban los del pueblo, vivió una pareja de magos que hacían cosas sospechosas hace mucho tiempo, sin embargo, un día para otro se perdieron y desde entonces nadie se ha atrevido a entrar, hasta ese momento.

Crónicas de Urantia: La leyenda de NiblemNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ