Prólogo

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Era una noche de lluviosa, tormentosa e intensa. Se escuchó al viento rugir, al agua maltratar a la tierra, a los dioses bajar desde los cielos como relámpagos furiosos, y solo los truenos eran testigos de su gran poder. O eso se decía cada vez que había una noche tan agitada. Muy lejos de su destino, una carreta era tirada por un joven Hipogrifo que se apresuraba para escapar de la tormenta, y dentro de ella, una pareja de abuelitos se cubría con mantas de piel de salamandra montañera. De repente, la montura se salió de control, el anciano hizo todo su esfuerzo para controlar al mítico animal, sin embargo, este le desobedeció; el hipogrifo rodeó a un bulto y extendió sus alas para ayudarse a frenar. El anciano se percató que el hipogrifo estaba inquieto, por lo que decidió hacer lo más prudente. Miró a la anciana y ella simplemente asintió. El anciano se apresuró a bajar de la carreta, y con cautela, tomó las riendas de su animal; sin darle más presión, tiró suavemente para que se acercara a su amo con confianza, acarició la cabeza del Hipogrifo y sus alas se relajaron al instante. El anciano se relajó, y se acercó con mucho cuidado a lo que, posiblemente, había sido golpeado por su animal. Pero un relámpago cayó cerca de la escena, ocasionando que el anciano se sobresaltara y perdiera de vista lo que fuese que se encontraba allí. Sintió una mano sobre su hombro, y se estremeció hasta la punta de los pies.Se giró lentamente, y gracias a los dioses, era su amada con un candil en su mano izquierda que iluminaba un gran radio a su alrededor, suspiró de alivio y, cuando el susto pasó, al fin pudo respirar con calma y confianza para así poder apreciar con más detalle su entorno. Los dos observaron, con espanto, el cuerpo de una bella mujer con vestimentas extravagantes; traía un cinto dorado en su cabeza, un vestido azulino brillante con singulares grabados y un collar hermoso que era de oro puro. 

El anciano con esmero se hincó para revisar el pulso y los latidos de la mujer, no sentía nada.

Su rostro calcó una lamentación profunda, y se sintió culpable por el hecho ocurrido, pero luego notó que las ropas ya venían con sangre y que la mujer se sujetaba con fuerza el vientre. Se acercó con curiosidad, y apartó las manos de la «supuesta» difunta mujer para ver qué le había ocurrido. Era un pequeño cristal. El anciano quiso tocarlo con el dedo índice, y apenas posó su mano en el objeto: el cristal iluminó con tanta intensidad que lo cegó. Y de repente, la lluvia cesó, los relámpagos desaparecieron, en un instante a otro los dioses escaparon de ese evento, lo ignoraron o tal vez ya habían cumplido con su propósito. La luz del cristal hizo que todo se calmara. El adulto mayor parpadeó muchas veces luchando por poder ver a la moribunda, y observó un hecho inaudito: la mujer respiró. Los ancianos se observaron incrédulos, asombrados del milagro que creyeron presenciar; al ver cómo la mujer respiraba y tosía sin parar. Con rapidez, el hombre acomodó a la chica entre su hombro y como un bebé le dio masajes en la espalda. Lo que fue sorprendente, así tanto como estuviese viva, fue la cantidad de agua que expulsó, como si se hubiese ahogado, algo muy extraño porque el río más cercano se encontraba bastante lejos de donde ellos estaban. Los ancianos decidieron no hacer preguntas, la conmoción los tenía algo nublado a las dos y las preguntas que hubiesen hecho no tendrían tenido sentido, por lo que optaron por llevarse a la joven a su hogar. La muerte no era algo que se pudiera ver a simple vista para ellos, quizás se había equivocado y por los nervios no pudo detectar nada, un pequeño error de cálculo al colocar mal sus dedos en el cuello de la joven para sentir el pulso. "Era lo más lógico", se repitió el anciano hasta que se convenció por completo. Su mujer solo tomó sus manos y las apretó con fuerza. La carreta al fin llegó a su destino, un pequeño pueblo al sur de Neo Arcadia llamado Niblem. Un pequeño letrero desgastado y humilde decía "Bienvenidos de su exhausto viaje", dando un aire de sencillez y comodidad a los visitantes. Llevaron al hipogrifo al establo, y luego ambos, con habilidad y ayuda mutua bajaron a la chica, se apresuraron a abrir las rejas de la mansión, la que se encontraba al borde del pueblo y a la entrada de las grandes montañas de nieve. La gran puerta se abrió de par en par, por si sola, dejando ingresar a los dueños con facilidad y, ahorrando tiempo, para así atender y recostar a la mujer en la cama de invitados. Los dos ancianos la cuidaron como hueso santo, sacándola del susurro de la muerte, permitiendo que tuviera la oportunidad de caminar por el limbo y buscará la salida hacia la luz, hacia la vida. Por más de un mes estuvo inconsciente, ellos velaban por el bienestar de la chica. Hasta que una noche, la balanza de los dioses movería su peso a favor de ellos.

Crónicas de Urantia: La leyenda de NiblemWhere stories live. Discover now