Cinco Minutos

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Un ruido extraño despertó a Alonso. Apenas había dormido algunas horas y el viento que soplaba con fuerza, sacudía las ramas de los árboles que golpeaban su ventana. Guardó silencio un instante y se dio cuenta que la lluvia, que había caído sin parar durante todo el día, al fin había cesado. Era una noche helada y el viento recio presagiaba que la tormenta continuaría en algunas horas.

Aunque estaba cansado por el viaje que había hecho durante la tarde, se levantó, se colocó su bata y fue a dar una vuelta de rutina por la casa. Primero revisó las habitaciones del segundo piso y las ventanas permanecían cerradas.

Luego bajó al primer piso y recorrió los cuartos con total normalidad, todo estaba en orden y tranquilo. Al pasar desde la cocina a la sala principal volvió a escuchar ese extraño sonido que lo había inquietado antes, estaba casi seguro que no había sido el viento. Sin encender la luz de la habitación, caminó por el comedor mirando detenidamente todos los rincones iluminados por la tenue y lejana luz del pasillo; y fijando su vista en el ventanal que daba a la terraza, notó que las cortinas estaban corridas.

Era su paranoica costumbre de cada noche, dejar todo bien cerrado incluyendo las gruesas cortinas verdes que daban al patio. En su mente tenía una imagen precisa de cómo quedaba todo antes de dormir y sabía que algo no estaba bien.

Se acercó con cuidado y con todos sus sentidos alertas hacia el ventanal, hasta que vio en el pasillo marcas de pisadas y barro. Por un momento se estremeció, su corazón sintió un extraño pálpito entre miedo y coraje; pero pronto se hizo a la idea de que si alguien había entrado en la casa, necesitaría algo con qué defenderse.

Hizo una pausa pensando en las posibilidades que tenía a la mano. La cocina estaba demasiado lejos como para ir en busca de un cuchillo, ni pensar en subir de regreso a su habitación, así que lo más cercano en ese momento era el atizador de fierro forjado que estaba en la chimenea de la sala.

Respirando profundo, se acercó con cuidado en la oscuridad hacia la esquina de la chimenea, pero al estar a pocos pasos de alcanzarlo recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo aturdió. Un sonido agudo en sus oídos invadió el silencio de la noche, su vista comenzó a nublarse, su respiración se desvanecía y todo se fue a negro.

Los ojos de Alonso se abrían con dificultad, tras permanecer largos minutos inconsciente. Estaba en medio de la sala, atado a la silla que usaba en su despacho. Sus manos estaban amarradas a los brazos de ella, mientras que sus pies lo estaban por detrás del eje del asiento y otra cuerda cruzaba su pecho hasta el respaldo de la silla.

La incómoda y dolorosa posición lo mantenía inmóvil. Una tenue luz del pasillo cercano iluminaba la habitación. Frente a él, a contraluz, pudo distinguir la silueta de un hombre alto y fornido que se le acercaba.

El hombre, al darse cuenta que comenzaba a despertar, le arrojó el agua que traía en un vaso a la cara, diciendo:

—Eso es para que despiertes más rápido... Ahora conversaremos un rato; yo te haré algunas preguntas y tú me responderás.

En vano, Alonso intentó soltar sus manos o mover los pies, que permanecieron fijos en su posición, mientras el agua aún caía por su cara mojando su pecho.

—¿Quién eres? —preguntó Alonso.

—Nadie que te interese conocer —respondió el hombre— sólo contesta mis preguntas y vivirás... ¿Dónde guardas los planos del proyecto en que has estado trabajando?

Esa pregunta era fácil de responder para él, pero estaba intrigado por el interés que el hombre mostraba en los planos. Sabía que grupos opositores al proyecto habían hecho hasta lo imposible para impedir que se terminara con éxito. Sin embargo la construcción no se detuvo y en pocas horas sería la gran inauguración.

Visiones de MedianocheWhere stories live. Discover now