El Pasillo

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El día se mantenía caluroso como toda tarde de verano, pero sabía que a partir de ese punto el calor comenzaría a menguar hasta terminar en una agradable noche. Era viernes y aunque no tenía horario fijo para hacer mi trabajo, me gustaba aprovechar el día hasta la última línea de luz que me lo permitiera.

Lo que hago muchas veces es sencillo, me entregan las llaves de una casa que su dueño quiere vender y debo tomar nota de todo lo que haya en ella para después tasarla. En el caso de que se venda amoblada es más lento el proceso. Pero eso mismo me ha ayudado a saber el valor de lo que contiene cada propiedad. Tan importante como su contenido es el estado en que aquello se encuentra. Pocas veces sin embargo me he encontrado con muebles de estilo o de algún valor exorbitante, pero si he tenido ese placer. Esperaba que ésa fuera una de esas ocasiones ya que aquella casa la vendían a puertas cerradas.

No era de fácil acceso, estaba a unos setenta kilómetros al sur de la ciudad, desviándose por el camino que sigue la antigua carretera. Pensaba que era una propiedad descuidada y antigua, por su lejanía y porque fue construida en el siglo XIX. Pero esa impresión quedó descartada al momento de estacionar mi auto frente a la fachada.

Desde el camino principal había un portón seguido por un sendero demarcado por álamos el cual impedía ver la construcción a la distancia. La enorme casa tenía dos pisos, estaba construida de piedra y madera; su techo de tejas antiguas, con una gran chimenea que se apreciaba desde afuera. El color natural de las piedras y el roble se recortaban sobre el verde de las arboledas alrededor.

Los detalles de los dinteles, las bisagras, las manillas de las ventanas y la puerta principal eran de fierro forjado. Un camino empedrado guiaba a la entrada principal que comenzaba con una escalera con cuatro robustos peldaños de piedra y sobre la cual se apreciaban grandes ventanales que permitirían la entrada del sol a la sala. Yo estaba muy sorprendido por los detalles y aún no la había visto en el interior.

Por suerte, me habían dado instrucciones precisas respecto de las llaves para la puerta de entrada. Había una llave antigua guardando directa relación con el estilo y edad de la casa, para la cual había un cerrojo visible. Pero había una segunda llave para la cual era necesario mover una cubierta metálica con forma de perno que escondía un cerrojo más moderno. Una curiosa manera de ocultar la cerradura para que no desentonara con el estilo dominante de la entrada.

Abrí la pesada puerta que hizo un chirriante y agudo sonido, y crucé el umbral de la rústica entrada. Hacía tres meses que nadie ingresaba en ella y se notaba, tres meses desde la trágica muerte de su dueño. La casa estaba polvorienta, descuidada y dejada a su suerte; seguro que si hubiera ido en invierno, un fuerte olor a humedad habría envuelto cada rincón. Los muebles estaban tapados con sábanas blancas para evitar que se estropearan y su hija me solicitó que dejara todo tal cual estaba una vez hecho el recorrido.

Ella ni siquiera vino a ver en qué estado se encontraba todo, con suerte apareció en el funeral de su padre; lo único que deseaba era venderla con todo en su interior y olvidar al que fuera su progenitor.

Era la típica casa polvorienta que ningún agente desea visitar por su lejanía. Pero para mí era lo más interesante. Uno no aprende mucho de las situaciones fáciles de la vida, sino que se aprende más de esas oportunidades para conocer algo diferente. Sin embargo a pesar de la expectación y la emoción de entrar a un lugar así, al ingresar sentí una sensación muy extraña, como un escalofrío que se sumaba a la baja temperatura del lugar. Me apresuré entonces a recorrer cada rincón para mantener mi cuerpo en movimiento y no congelarme.

Después de tres horas revisando y chequeado cada detalle de la propiedad, por fin me senté en la sala frente a la chimenea a descansar un momento. Había sido una experiencia como pocas otras. La casa tenía siete habitaciones muy amplias, tres baños con tinas antiguas enlozadas. La cocina poseía su propia chimenea y mesones envidiables para cualquier cocinera.

Visiones de MedianocheWhere stories live. Discover now