Prólogo.

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Yo me pondré a vivir en cada rosa
y en cada lirio que tus ojos miren
y en cada trino cantaré tu nombre
para que no me olvides.

Si contemplas llorando las estrellas
y se te llena el alma de imposibles
es que mi soledad viene a besarte
para que no me olvides.

Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.

Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña
para que no me olvides.

Y si una tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo...

Para que no me olvides.

Oscar Castro.

Cinco meses antes...

No quiero que te acerques a ese chico, Meg —sentenció mi madre luego de un largo y aburrido discurso.

—Claro, como digas —rodeé los ojos y corrí hacia la puerta principal de mi casa—. Llegaré tarde hoy, iré al centro comercial con Jules.

—Esta bien.

Oír la fastidiosa voz de mi madre todas las mañanas es tedioso. Es como un horrible programa de radio que nadie quiere escuchar, pero no pueden callar.

Coloco mis audífonos, pensar demasiado en la persona que me dió la vida me estresa, tanto así que mi humor cae en picada con solo recordar sus palabras. Fingir ser una madre sobreprotectora es su pasatiempo favorito, sobre todo si se trata de espantar a cada chico que se acerque a su amada hija.

A decir verdad, ella jamás se ha preocupado por mí. Como he dicho antes: finge ser una madre sobreprotectora. ¿Porqué? Fácil, tiene la necesidad de mostrarle al mundo su hermosa, perfecta y envidiada familia.

Observo a mi alrededor. Noto como los estudiantes salen de sus hogares para transcurrir al instituto. Algunos se encuentran con sus amigos, otros corren desesperados para llegar al autobús. Y luego estoy yo, visualizando a lo lejos un viejo auto clásico, sonriendo como una tonta enamorada.

A medida que voy llegando, mi sonrisa se ensancha. Siento como mi corazón comienza a latir fuertemente. Me recuerda al primer día que lo ví, sentado sobre el asiento de un parque fumando un cigarrillo, con su aura tranquila y solitaria que tanto me gustaba.

—Hola —saludo luego de darle un pequeño beso en los labios, podría observarlo por horas y jamás me cansaría.

—Hola, hermosa —sonríe—. Vamos, antes que tu madre nos vea.

Giro los ojos, desearía que mi madre me entendiera.

Luke es una persona especial para mí. Cuando lo conocí, con el cabello un poco más rubio, con su pequeño piercing en la esquina inferior de su labio, allí supe que jamás podría dejar de observarlo. Irradiaba misterio, me daba curiosidad verlo tan solitario, tan atormentado.

Estuve un tiempo observándolo desde las sombras. Jamás pensé que un día me descubriría y comenzaríamos a hablar. Así nos conocimos y nos dimos cuenta que no éramos tan diferentes como pensábamos.

No me olvides || Luke HemmingsWhere stories live. Discover now