64. Buscando ayuda

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Escapar de Volterra había sido una mezcla de suerte y manipulación. En el momento en que tomó la decisión de huir, fue consciente de que jamás podría volver, jamás podría volver a ser maestra y jamás podría vivir en paz.

Durante siglos deseó ser maestra, pero ahora, por culpa del cariño que siente hacia una niña, esta obligada a dejar de serlo para salvarla. Perfectamente podría ignorarla y dejar que los sucesos sigan su curso normal, pero eso sería cruel e inhumano. Aunque odiara admitirlo, se arrepentiría el resto de la eternidad si no hace nada para cambiar el trágico destino que le espera a Amalia.

El vuelo hacia Estados Unidos fue largo para Jane. Dicen que los vampiros poseen buena memoria, pero ella había olvidado que antes de subir a un avión debía alimentarse. La sequedad en su garganta fue extremadamente incómoda. Ni siquiera la constante convivencia con Amalia la ayudó a controlar su sed.

A pesar de la sed, Jane intentó pensar en lo agradecida que se encuentra con Carlisle. Gracias al doctor Cullen, ella había mantenido una vida bastante humana, por lo que conoce las manías y costumbres de ellos, cosa que los Vulturi no. Si, tienen una secretaria humana, pero Jane los conoce lo suficiente para saber que tendrán algunas horas de ventaja antes de que pudieran rastrearlas.

Su instinto la motivaba a ir directamente junto su hermano, pero es consciente de que eso es extremadamente predecible, por lo que optó por dirigirse al último lugar al que un vampiro cuerdo se dirigiría: El Caribe, un infierno lleno de sol.

No tenía claro cómo escaparía al continente, o cómo se esconderia del sol, pero necesitaban unos días antes de buscar a Alec. Solo necesitaba darle tiempo a los Vulturi para que fueran con Alec, descubrieran que ellas no estan allí y se fueran a otro lugar.

Pasaron dos semanas encerradas en un hotel, con las cortinas corridas para impedir que entren los rayos de sol, Amalia comía en la habitación y Jane usaba las noches para cazar su propio alimento. Con bastante frecuencia Jane debía morder su lengua para tolerar el mal humor de la niña. A veces se sentía tentada de llevarla a Volterra y disculparse con los Vulruri, pero al recordar lo que pasaría si volvían, un torrente de paciencia la inundaba.

Un avión las dejó en el continente americano, donde Jane tuvo que falsificar documentos y visas turistas para poder cruzar cada país sin problemas. Por primera vez en siglos, Jane se alegró de ser vampira, dado que los vampiros no necesitan dormir, por lo que podía conducir de forma continúa, deteniéndose únicamente para que Amalia fuera al baño y para cargar combustible en alguna estación de servicio de mala muerte.

Al llegar a Estados Unidos se vio en medio de un conflicto. Las rutas eran caprichosas y tomar la incorrecta podría llevarla a la otra punta del país sin que se diera cuenta. Constantemente debía consultar un mapa para no perderse, lo que le suponia una gran pérdida de tiempo. En varias veces se vio tentada a desviarse del camino hacia la costa del pacífico para ir a Alaska y buscar a los Denali. No toleraba a los jóvenes solteros, pero Eleazar y Carmen eran lo suficientemente maduros para cuidar a una niña. Claro, ellos harían muchas preguntas y ella debía ser muy dócil para convencerlos. Buscar a Alec y pedirle ayuda es fácil.

Vivir con Alec y Carlisle por más de un siglo tuvo sus beneficios. Aunque lo niegue, Carlisle es un hombre rutinario que posee diversas casas y se instala en ellas cada cierto tiempo. Si su memoria no fallaba, estaba dirigiéndose a la mansión de turno correcta. Si se equivocaba, debía pasear por todo el país hasta encontrarlos.

Con cierta indecisión, estacionó a un lado de la carretera, temerosa de enfrentar su destino. Apagó el motor del auto y guardó las llaves, suspiró y desvió su atención hacia la niña que dormía sobre su brazo. Con ternura, acarició su cabello oscuro y la sacudió levemente en un intento de despertarla. Amalia protestó, pero finalmente abrió los ojos.

Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now