3. Sonríe

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«Kangmin, sonríe. Como siempre».

Me digo a mí mismo como todas las veces que tengo que salir y encontrarme con gente desconocida y chismosa como cada domingo.

Mis mejillas duelen por la tensión ejercida en la zona, mis ojos se achican y mi nariz se arruga con suavidad. Cuando aquellas personas se alejan suspiro y entorno los ojos. Tienes que sonreír siempre, actuar como si nada pasara para que los de tu alrededor no intenten meter sus narices donde no les llaman.

Hayoung me jala de la mano y nos sentamos en las butacas de la última fila. Los jóvenes entran, toman asientos, y esperan entre charlas triviales a que el sermón inicie.

Esta vez el pastor habla sobre las tentaciones. Se explaya y se da el lujo de ejemplificar el tema con su vida. Vaya, ese hombre sí que ha sufrido. Casi tanto como yo.

Nada que me interese.

Al finalizar el servicio, muchos de los jóvenes nos ignoran y se juntan en grupos; hablan sobre futuras actividades de la iglesia: conferencias, campamentos y no sé qué más. La verdad es que lo agradezco; no tengo que sonreírles de nuevo, ni fingir interés en todas aquellas invitaciones que nos hacen sobre actividades religiosas.

—¿Necesitan un aventón?

Hakmin se acerca con una sonrisa enorme en el rostro y con su cabeza nos señala la salida. Hayoung y yo suspiramos aliviados y salimos de allí.

Jisung.

Está aquí de nuevo. ¿No tiene otra campera? Aunque se le ve bastante bien, pero juro que la lleva puesta cada vez que lo veo.

Desde hace un mes y medio, cada sábado Jisung espera afuera a Hakmin con su auto o motocicleta, aunque los últimos sábados ha estado llevando su auto para hacernos el favor a Hayoung y a mí de llevarnos a casa. Es un tramo muy corto, así que no es problema para él, aunque lo sea para nosotros siempre diciéndole que no es necesario. Jisung nunca acepta un no por respuesta.

He descubierto que Jisung es un experto en volver de los pequeños detalles lindas costumbres.

Cuando llegamos a casa se baja del auto. Hakmin se queda hablando con Hayoung y él se queda conmigo. Seguimos conociéndonos poco a poco y ese sentimiento me gusta. Ese calorcito abrazarme cada vez que se sienta a mi lado en los escalones de la entrada de mi casa y hablamos por largos minutos sobre lo que sea. Cuando nos despedimos siempre me abraza y me da exactamente dos palmaditas en la cabeza. La señal para saber que tiene que irse es que agita sus llaves entre sus dedos como lo hizo la primera vez. Es extraño, pero logramos entendernos entre silenciosas señales y eso me gusta.

Por las noches en las que el insomnio viene a visitarme, le hablo por teléfono y las largas conversaciones de las cuales solo la luna es testigo son preciosas y memorables. Jisung es del tipo filosófico.

—Kangmin... ¿Estás perdido?

—¿Cómo lo sabes?

—Lo supuse.

Sonrío y suspiro con fuerza. Jisung ríe con suavidad al otro lado de la línea.

—No te preocupes. Perderse a veces es lo mejor que te puede pasar... Te replanteas muchas cosas.

—¿Cómo cuáles? —La curiosidad me carcome ahora, quiero seguir indagando en ese tema.

—Muchas cosas como... sí ibas por el camino correcto, si quieres regresar al de antes o si quieres cambiar de dirección.

Jisung suspira y se queda callado por unos segundos. Kangmin no dice nada tampoco, aún está analizando las palabras dichas por su compañero de insomnio. Este continúa hablando cuando no escucha respuesta.

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