Conversación entre lienzos

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Desapareció el agua y la sardinilla, con todo y cuenco. Desaparecieron tres veces mientras la luna recorrió el cielo tres veces distintas. ¿Para qué querría un hombre-gato un cuenco de madera y, más aún, para qué querría tres?

Un gigantesco hombre de piedra acompañaba sentado a una diminuta niña albina en el pórtico de una casa que era obvio que no estaba hecha para ninguno de los dos. —Jamás lograré acostumbrarme a lo cómodos que se sienten los gazte con la desnudez.

—Si fueras de otra raza, quizá me pensaría en vestirme, Lebui. Pero ustedes se enamoran cuando todavía son bebés y no tienen ojos para nadie más en su vida. Como canarios.

—Supongo que así es nuestra naturaleza, Moxal.

—¿La extrañas?

—Todos los días.

Callaron un rato, mientras la niña, desnuda, mezclaba  hierbas en un mortero.

—¿Y tú? ¿Lo extrañas?

—Todos los días.

—La naturaleza de tu raza es distinta a la nuestra: ustedes no se casan, ni siquiera noviazgos, tiran su capa al piso y se aparean como quien dice "buenos tardes": no tienen forma de gobierno más allá de juntarse y levantar la mano para saber lo que quieren hacer: además, sólo los que la levantan lo hacen juntos. Ni siquiera cuidan a sus crías de forma individual. ¿Sabes quiénes fueron tus padres?

—Ni idea, para los gazte eso no es importante: si ves a un niño hambriento y estás lactando le das de beber. Si ves a alguien hambriento le das de comer. Si alguien quiere aprender algo le enseñas. Y tenemos la casa de los infantes donde dejas a los bebés hasta que pueden trabajar por sí mismos: los que tienen ganas van a cuidarlos uno o dos días, a veces más.

—Pero tú eres doctora, no conozco a otro gazte que se haya dedicado tanto a algo, usualmente los gazte que comienzan a aprender lo dejan en cuanto otra cosa les llama la atención, y no has tocado a nadie desde que Rex murió. ¿Segura que tu padre no era un samatshe? 

—Aunque no es algo que descarte, hombre piedra, creo que si fuera el caso sería al menos un poco más alta. —Moxal apoyó su cuerpo en el brazo de Lebui, quien, a pesar de ser monógamo se sintió algo nervioso al respecto, luego con su mano en horizontal le indicó que si estuvieran de pie le llegaría al codo.

—Además... —dijo Lebui, intentando romper la tensión. —me sorprende Titus. ¿Cuánto tiempo lleva siendo tu estudiante?

—Ummm, no recuerdo. ¡Titus! —nadie que viera lo puro de la apariencia de Moxal se esperaría la forma tan despatarrada de gritar que tenía. 

A lo lejos se escuchó, también de forma poco elegante —¡Dígame, señora!

—¡Cuánto tiempo tienes estudiando conmigo!

—¡Cinco meses!

—¿Eso es normal para un gazte?

—¡No!

—¿Y por qué no te largas?

—¡Porque usted es importante para mí, señora!

—¡Gracias!

—¡De nada! ¡Ya llevo el té!

—¡Gracias!

—¡De nada! 

Esta vez en voz tranquila, Moxal se refirió al samatshe —Pues, eso. Que está aprendiendo un montón, pero a veces siento que no me hace caso. ¿Y cómo están tus hijos?

El samatshe respondió —Iseli, el varón, está preparándose para casarse con su amiga de la infancia, una chica muy buena, con un color de piel muy particular: parece marmol rosado, lo que hace que el resto la vea muy delicada; bueno, definitivamente no tan delicada como tú, pero delicada, aunque es muy trabajadora y casi no tiene grietas en la piel. Yakha, la niña, por otra parte sigue esperando a que el chico del que se enamoró regrese: eso es muy grave para los samatshe, porque cuando nos enamoramos, como dijiste, no podemos volver a sentir atracción por otra criatura.

—Pues, yo he visto cómo me miras.

—Eres una mujer muy hermosa, Moxal, aunque midas menos que un arbusto.

—Ja, ja. Muy gracioso.

—Pero aprecio tu belleza, como a un cuadro: no te deseo, te admiro. Si fuera de otra raza, probablemente mi corazón estaría en problemas.

—Eso está bien, señor pintor.

—Vuelve a ponerte en la posición, o no voy a poder terminar tu cuadro.

—Es aburrido no moverse.

—Lo sé, lo sé. 

Lebui siguió pasando el pincel sobre el lienzo a la luz de las velas en el exterior de aquella casa.

—Yo crié a mi hijo, ¿sabes? No lo dejé en la casa de los infantes. 

—¿En serio?

—Quería hacer las cosas como los antiguos, habría hecho lo que fuera por Rex. El concepto de familia no es algo que me sea desagradable, aunque vaya en contra de la libertad absoluta que conocí en Irribarre. 

—Libertinaje.

—Libertad absoluta, dije. —Moxal rió un poco.

—¿Cómo se llama tu hijo?

—Como sabes, mi esposo, que en paz descanse era un antiguo: ya que lo criamos en Terra Vetus, decidimos mantener la tradición de los gazte para nombrarlo: su primera sílaba y mi primera sílaba: Rexmo. Después un par de siglos de la muerte de su padre él también volvió al país de los gazte, pero prefirió mantener una sana distancia con su mami y prefirió quedarse en la capital, Urrun. A veces viene a Irribarre a verme.

—Ya quisiera verme como tú a los docientos años.

—Lebui, tú no vas a llegar a los docientos años.

—Hay samatshe que los han logrado.

—Supongo que por eso los gazte no nos regimos por leyes o gobiernos, y los otros no viajan tanto como yo lo llegué a hacer. Después de cinco siglos todo eso deja de tener sentido. Ser de una raza tan longeva no es tan divertido como piensas.

—Bueno, puedes ver tu propio nombre en los libros de historia. ¿Cuántos años dices que tienes?

—No lo he dicho. Eso no se le pregunta a una señorita.

Mientras el pintor continuó con su trabajo y Titus trajo el nuevo té. Otro cuenco de madera y un plato de pollo deshebrado desapareció del pórtico sin que nadie, salvo Moxal, se diera cuenta. Ella sonrió.

Mar verde: la historia de AuruWhere stories live. Discover now