Capítulo 3: ¡Amigos!

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—¿En dónde estabas, Cher Marie? —interpeló John tan pronto me vio entrar por la puerta—¿Por qué no contestabas tu teléfono? ¿Por qué te fuiste sin avisar?

Estaba casi segura que Jeanne jamás había visto a John tan furioso, eso le impulsó a retroceder en silencio que ninguno de los presentes se percató que vino conmigo. Antes de marcharse, hizo un gesto con la mano que llamaría más tarde.

No recordaba a John tan enojado desde la vez en que Theo Ferrec —el niño pretencioso que vivía al otro lado de la calle de nuestra casa— me tiró al suelo cuando estaba sobre mis patines después de una acalorada pelea sobre quién se quedaría con el billete de 10$ que conseguimos en el parque. Le reiteré a John que lo vi primero que Theo Ferrec en tanto que él afirmaba todo lo contrario, hasta que un John disgustado deshizo el billete en dos partes: una para Theo y la otra para mí.

John era conciliador y de temperamento manipulable la mayor parte del tiempo, su voz estaba en congruencia con su semblante pacífico, no obstante, cuando se enojaba no existían reparos en él en cuanto a las decisiones y actitudes que tomaba, mamá decía que John era impulsivo y actuaba con mucha prontitud sin analizar las consecuencias.

—¿Se ha hecho daño? —inquirí con voz trémula, era lo único que me interesaba saber las explicaciones estaban fuera de lugar ahora.

Fara seguía inamovible en el gélido piso, no alcanzaba a entender por qué John no hacía el esfuerzo de por lo menos levantarla, así que procuré hacerlo yo, pero no hubo manera. Lloré. Era un llanto lleno de impotencia al no poder levantarla, no es que fuera de contextura gruesa, sino que de pronto mi cuerpo perdió las fuerzas y la esperanza. Seguí llorando con mi hermana en los brazos y solo podía decirle que me perdonara, pero sus ojos no se abrían.

Las crisis de Fara eran recurrentes y lo serían por el resto de su vida, no me sorprendía que chillara y estropeara todo lo que se encontraba a su paso, pero no sólo rompía objetos que podían recuperarse sino también los corazones que tanto la apreciaban, pero esos corazones siempre se recobraban cada vez que ella era feliz, después de todo, ella no tenía la culpa de ser autista. Sin embargo, jamás la había visto inconsciente, algo no estaba bien, no había gritos sino un silencio sepulcral que se desplegaba en medio de miradas atónitas y perdidas... mi hermana aparentaba estar muerta, pero el subir y bajar casi invisible de su torso me calmaba.

—¿Qué le ocurre? —gimoteé después de un examen mental sin dejar de llorar—, ¿está desmayada?

—¿Qué crees que pudo ocurrirle? —replicó John exasperado, elevando su voz dos octavas—. Despertó, no te encontró dentro de su campo visual y entró en una crisis catártica. Tu mejor que nadie lo sabe. Gracias a Dios le dejé un duplicado a la señora Silben, sólo Dios sabe lo que pudo pasar de no haberlo hecho.

—¿Pero por qué no despierta? —grité desesperada.

—He... he tenido que sedarla... —confesó inaudible con cautela, de repente bajando la guardia.

—¿Por qué lo has hecho? —pregunté incrédula—¡Es tan solo una bebé!

—De no hacerlo Fara se habría lastimado, tú más que cualquiera lo sabe, Cher.

Pasó la mano por su cabeza y, en ese momento envejeció diez años más.

—Debiste consultarlo con mamá —demandé, rozando la punta de mis dedos en la frente de mi hermana—. Fara por lo general es dócil, pero eso lo sabrías si tan solo la conocieras... nos conocieras.

Mis palabras le quebraron, lo veía en sus enrojecidos ojos, parecía que perdería la compostura en cualquier momento, pero pronto logró reponerse, luego de exhalar con ímpetu.

Si Me Dices Que Me Amas©Where stories live. Discover now