Alice

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Momentos seguidos de ver millones de caras sonriendole, lo único que vió fue oscuridad. Después, todo se fue aclarando y Alice se encontró en un taller. Las repisas estaban llenas de varias herramientas. La mayoría conocidas, pero otras que jamás había visto en toda su vida parecían sonreírle, llamándola a que se asomara a inspeccionarlas.

Las paredes estaban llenas de papeles, y habían varias máquinas sin terminar por todos lados. La luz era tenue al principio, pero después, fue haciéndose cada vez más clara.

Fue entonces cuando lo vió.

Lice se hizo para atrás, chocando con un estante.

-Si, Alice, se que no soy guapo, pero ¿como se saluda a tu padre? -habló el hombre. Tenía la cara demacrada, por decirlo amablemente.
Era horrible.

-M-Mi padre está muerto.

-Tu padre adoptivo, querrás decir.

-No. Mi padre, Josh. El nos abandonó hace años.

-El no era tu verdadero padre, Alice. Se que en el fondo tu lo sabes. Mira, hija... yo... no soy muy bueno en este tema de padre e hija. Me llevo mejor con las maquinas, como tú.

-No me llames hija -espetó Alice. ¿Cómo podía see hombre podía su padre? Era totalmente imposible y ridículo. 

-Escucha, Alice. Los semidioses no pueden saber que son hijos de un dios hasta que tienen la edad suficiente para aceptarlo y unirse al Campamento Mestizo...

-¿Semidiosa? ¿Mitad humano mitad dios? -Alice resopló. -Mira, no estoy para bromas. Tú serás muchas cosas, pero definitivamente no eres un dios, mucho menos mi padre. Yo no soy una "semidiosa" tampoco soy tu hija. Ahora, si no te molesta, me gustaría despertarme de este sueño tan estúpidamente ridículo. Todo este día ha sido absurdo. Quiero regresar a mi casa, al colegio, a mi habitación. Quiero a mis amigos. Quiero despertar en-

-Te he estado observando toda tu vida, Alice. -le interrumpió. -Como a tu hermano, Leo.

-¿Qué?

-Leo Valdez, el duende. Se que lo conoces. Mira niña, se que cuesta creerlo, pero tú sabes que es cierto en lo más profundo de tu ser. Ese secreto tuyo. Ese poder, es gracias a mí, Alice. Yo te lo he heredado. Porque eres mi hija.

Por más que la idea siguiese pareciendo absurda e imposible en lo más lógico de su cerebro, había cierto sentimiento, cierta molestia dentro de ella, que con una voz callada pero segura le pedía que lo pensara bien. Siempre había sentido que algo andaba mal, que algo faltaba. Toda su vida había tenido ese vacío dentro, un vacío que pensó que provenía de la falta de sus padres, de no tener una vida estable. Un vacío que se había llenado secretamente con tan solo un pie dentro del Campamento Mestizo.

-Si, querida, soy Hefesto. El dios Herrero.

-¿Que hago aqui? -pregunto Alice. Necesitaba un momento a solas, en la oscuridad, con la música a todo volumen.

-Te traje aqui, porque queria hablar contigo. ¡Felicidades por entrar exitosamente en el campamento!

¿Eres bipolar? -pensó la chica.

Tal vez los dioses se tomaban todo a la ligera. Tal vez no les importaba ni sus propios hijos.

Tal vez por eso Alice había crecido en un engaño.

-Los dioses y yo -continuó.-, hemos llegado al acuerdo de que serás la elegida. Me han permitido decirte que tendrás muchas amistades y las personas te daran mucho amor.  ¿Recuerdas ese secreto del que piensas cada momento?

Alto...

-¿Lees mis pensamientos o algo asi? -pregunté consciente de que mis mejillas ardían.

-Si, cariño. Es una conexión de padre divino a hija. Como decía, ese pequeño secretito, puedes dejarlo salir ya. Nadie te juzgará en el Campamento. - Hefesto miró a su alrededor, como si estuviese asegurándose de que estaba completamente solo. - Pero he de advertirte algo, Alice. Existe algo... algo que está escrito en tu destino y que te causará tremendo dolor, yo - la voz de Hefesto fue interrumpida por un movimiento repentino en el suelo, un temblor seguido por el sonido de sus máquinas crujiendo y sus herramientas golpeándose entre ellas. El hombre miró hacia arriba, molesto. - Parece que he hablado de más. Es hora de que regreses, Alice. Ten cuidado y sé inteligente, hija. Te deseo la mejor suerte, las bendiciones de los dioses yacen contigo.

-¿Que? Pero... -empezó la joven, sorprendida ante el cambio repentino de los eventos. Quiso acercarse al hombre para exigir las respuestas a las preguntas abundantes que inundaban su cabeza, pero se despertó de golpe, su primera imagen siendo la de una cara viendola fijamente.

-Hola, hermanita. -saludo el duende latino.

El hijo de la muerte [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora