Capítulo 16. El obelisco es una máquina gigante

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—¿Liu es un qué? —cuestioné aturdida

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—¿Liu es un qué? —cuestioné aturdida.

—Un s-s-sátiro —contestó Gabriel casi sin prestarme atención, su mirada estaba fija en una libreta. Leía con ahínco cada palabra—. Es una criatura de Nerdik, Mundo 18, y-y-ya lo entenderás.

—Lo dudo.

—T-t-t adaptarás con el tiempo.

—Y... ¿también tiene 200 años como ustedes o son más o...?

—¿L-L-Liu? ¡No! Recién está entrando a sus setentas. Solo los Defensores y los Guardas tenemos tanta longevidad.

—¿O sea que lo conocen desde que nació?

—N-n-no, tampoco tanto. Lo rescatamos de su Campamento cuando tenía veinte o treinta años. Ya lo entenderás.

Después, volvió a concentrarse en su libreta.

Los bocinazos entre los taxistas eran pan de cada día, pero uno lo sentía con más intensidad al vivir el tráfico en persona, y para mí, sentir la vibración en mis huesos del motor detenido en un embotellamiento era una experiencia nueva.

Cremilia estaba inmersa en una conversación susurrada con el señor Liu, mirándome de reojo a cada minuto. El calor era asfixiante y el tufo a gasolina era cada vez más fuerte.

Milora resopló, harta del tráfico, sus nudillos estaban blancos de tanto sostener el timón y revolvió los ojos ante otro «vete a la cocina» del chofer de la combi. Avanzamos un poco más y Mili dio un giro con la Primitiva, tomando un atajo a través de un callejón pedregoso que lucía poco seguro.

Yo no tenía ni la más mínima idea de a donde nos dirigíamos, solo esperaba llegar rápido. La curiosidad me mataba y la emoción de descubrir nuevos lugares no dejaba de molestarme. Estaba demasiado despierta, el desayuno había hecho efecto en mí y ahora la adrenalina me pedía salir corriendo del coche. Mi mente estaba llena de electricidad, lista para enfrentarse a lo que viniera, no podía descansar con tan solo pensar en las aventuras que tendría de ahí en adelante, aparte de que aún tenía una tonelada de información que debía digerir.

Las poco elaboradas casas del pueblo desfilaban con rapidez, orgullosas de sus huecos de rata y gráficos con aerosol. Al fondo siempre estaba el mar, infinito e imponente, resaltando la belleza del lugar.

Estaba en un lugar cerrado, las paredes empezarían a cerrarse si no me concentraba en otra cosa. Así que hice lo que mejor sabía hacer: meterme en los asuntos de otros.

—¿Qué haces?

¡No me juzgues! Fue la primera pregunta que se me ocurrió. Quería romper el hielo con el muchacho a mi costado y ¿te cuento qué? ¡Funcionó!

—S-s-solo intento descifrar los planos que Cremi trajo anoche, los d-d-de la segunda máquina —replicó, mientras mordía la parte trasera del lapicero.

La Guarda del Balance (Memorias Gerelianas Vol.1) | EN PROCESOWhere stories live. Discover now