—Mis padres ya tienen casi todo organizado para mi fiesta de cumpleaños. Espero que puedas asistir, sería todo un honor.

Me metí un trozo de lubina en la boca y mastiqué.

—Nos ha llegado la invitación la semana pasada y creo que mi madre ya os habrá enviado la confirmación. Tu padre debe estar eufórico por que cumplas ya los veintiuno, y, al mismo tiempo, tirándose de los pelos porque su única hija se esté haciendo tan mayor y pronto deje el nido. A mi padre le está pasando con Star. —La señalé con sutileza—. Está acabando sus estudios de arquitectura y, a pesar de eso, yo todavía tengo la sensación de que es una niña pequeña.

—Claro, su única hija —masculló con rabia, casi escupiendo las palabras. Estuve a punto de preguntarle al respecto, pero se me adelantó—. Mi padre también piensa lo mismo conmigo. A veces es tan sobreprotector que siento que no puedo ni respirar, pero sé que cuando forme mi propia familia y me mude echaré de menos el tenerlo siempre encima de mí. ¿Has pensado qué regalarme? Porque si no tienes ni idea, he visto un collar precioso en esa joyería tan elegante que hay en el centro.

Intenté con todos mis fuerzas no poner los ojos en blanco y forcé una sonrisa. Cómo no: solo quería de mí regalos caros.

—Lo tendré en cuenta.

Cuando finalizó la velada, mis padres se quedaron un rato charlando con los señores Tyson. Vi cómo mi hermana fingía que Amanda le caía bien. Sabía por ella que no la podía aguantar, que le parecía una mujer aprovechada y mimada. Star era tan atípica a las chicas de su edad, todavía más para ser hija de un rey. Le gustaba vestir prendas sencillas y aprovechaba siempre que podía para no arreglarse tanto, como cuando iba a clase o se quedaba en su cuarto haciendo sus cosas. Si dependiera de ella, no se pondría atuendos tan elaborados como aquel vestido de satén precioso que le sentaba como un guante ni el conjunto de pendientes y collar de diamantes que la hacían lucir perfecta, como toda una princesa.

Entendía completamente a mi hermana; me parecía excesivo que nosotros, una familia de cuatro personas, tuviésemos más lujos que otras. ¿Era necesario vivir en un gran palacio y poseer tanto dinero? No era tonto. Sabía que había familias a las que les costaba llegar a final de mes y, por ello, estaba trabajando en un plan de ayudas mejorado. No solo eso, había críos cuyo hogar era apenas una chabola. ¿Por qué teníamos tanto mientras que otros apenas tenían nada?

La vida en sociedad me parecía tan hipócrita. Los ricos pagaban sumas de dinero para ayudar a esas personas, sí, pero en cuanto se les decía que habría algún becado proveniente de una clase baja enseguida se enfurecían y pedían a gritos que sus hijos no se mezclaran con ellos. Lo había vivido. Cuando estaba en el colegio, un compañero de mi curso se cambió de colegio y, meses después, se supo que provenía de una familia humilde que vivía en un barrio no tan bueno. No veáis el escándalo que se armó y el gran revuelo que hubo. Incluso mis compañeros marginaron al chaval. Menos mal que a mí las clases sociales me importaban un comino; de lo contrario, Nick no se habría vuelto mi mejor amigo.

—La velada ha sido perfecta —los halagó Gideon Tyson haciendo una reverencia formal.

—Gracias por invitarnos. —Amanda y su madre imitaron el gesto de su marido.

Mis padres hicieron un leve movimiento con la cabeza, tal y como dictaba el protocolo.

—Gracias a ustedes por venir.

Los vi marcharse y, en cuanto pude, me despedí de mi familia para encerrarme un rato en mi dormitorio. Debido al evento, que había tenido lugar en el palacio real, me había perdido la última clase, una de las más duras. Le escribí a un compañero de confianza preguntándole qué apartado del temario habían dado para leerlo y escribir las preguntas que me surgieran y, en el caso de que las hubiera, concretar una tutoría con el profesor.

No es un cuento de hadas (Bilogía Alas I)Where stories live. Discover now