Parte 9

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El vikingo rubio jamás en su vida había visto la tierra desde arriba. Sentir el viento en su rostro era tan...

-¡ATERRADOR! ¡HIPO, BÁJAME DE ESTA COSA!

El castaño rió con fuerza, su marido le siguió por lo bajo. Bocón se aferró al joven con todas sus fuerzas, sacándole el aire por un momento.

Definitivamente había vikingos que no nacieron para volar.

Al llegar al nido, lo primero que el joven sintió fueron unos bracitos apretándolo con fuerza desde la cintura.

-¡PAPI!-gritó entre feliz y asustado. Su mirada verde se dirigió ahora a su padre y corrió a aferrarse a su cuello, buscando el olor de sus progenitores. Ambos lo mimaron un poco antes de guiar al pálido vikingo hasta el interior de su hogar, no sin antes dejar indicaciones claras para dejar a su rehén en una celda hecha con hierro de Grunckle y filosas obsidianas.

Logró distinguir las voces de Tormenta y Asgh hablar bajito con Coco, se alegraba de que estuviera mejor.

-Siéntate, Bocón. ¿Quieres té, café o frutas?-preguntó sacando una canasta con moras y dejándola en la mano y media de su querido amigo.

El rubio comió con calma nada propia de su persona antes de aclararse la garganta y mirar severamente a la familia. El pequeño Asier poco o nada comprendía de lo que sucedía, pero sabía que debía guardar silencio.

-"Hace muchos años, más del tiempo que llevan los vikingos en Berk, hubo una guerra entre especies.

Esta vez, no era la típica pelea de dragones y humanos la que hacía a los hombres temblar de miedo, era una pelea todavía peor, pero entre los llamados Lykos de las montañas y todo ser humano que osara pisar sus territorios.

Los vikingos desde siempre hemos sido aguerridos y testarudos, ¡Nunca nos amedrentaríamos con un par de cachorritos de dientes grandes! Así que, buscando un buen lugar para vivir, nos quedamos en sus tierras.

Los Lykos se enfurecieron por nuestra intromisión y fueron acabando poco a poco con todos los vikingos que se acercaban o tenían la decencia de quedarse, ¡Pero nosotros no nos quedamos de brazos cruzados, no señor! 

Creamos lanzas de hierro, enormes espadas, mazas y escudos, así que por cada hombre caído una piel de Lyko se colgaba en la pared.

Pero, como sabrás, esa no era la mejor opción. 

Los dos nos estábamos matando lentamente, nos destruíamos, sus manadas perdían hembras fácilmente, mientras nuestras tribus morían de vejez, en batalla o enfermos. Estábamos desesperados y no sabíamos a quién acudir.

Pero un día, una mujer vikinga de largos cabellos castaños se ofreció como tributo a los Lykos para acabar con esa guerra sin sentido. 

Su padre, de nombre Estoico, la abofeteó por tan mala idea..."

Hipo frunció el ceño.

-¿Como mi padre?

Bocón asintió.

-Si no mal recuerdo, a tu padre le pusieron ese nombre en honor a ese antepasado tuyo.

De nuevo guardaron silencio.

"-¡¿Cómo se te ocurre pensar siquiera que unos animales sin raciocinio aceptarán una ofrenda de paz de humanos?! ¡Estás demente! ¡Un maldito perro salvaje nunca entenderá a lo que te refieres! ¡Te cenará antes de que puedas regresar a salvo a casa!

-¡¿Ves acaso otra salida?! ¡Debo ir, es mi deber como hija del jefe proteger a mi pueblo!

-¡Te matarán!

Con eso me bastaWhere stories live. Discover now