¡Sé absurdo, maldita sea!

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Resultaría muy crudo el declarar abiertamente "la vida es absurda", es un juicio casi tan rotundo como el "Dios ha muerto" (a diferencia de que éste último lo dijo alguien respetable, no como el autor de este escrito). Pero carecería de sentido el tratar de endulzar o minimizar lo que a continuación se va a decir, así que sí, la vida es absolutamente absurda.

Para poder demostrar una conclusión tan grave sólo hace falta apegarse a los hechos y a la razón, esa cualidad de la que tanto nos jactamos es al mismo tiempo el mayor de nuestros males, pues gracias a nuestra capacidad de razonamiento nos damos cuenta de lo insignificantes que somos. Insignificante, suena ligeramente ofensivo, ¿no?

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Oh, la ciencia. Esa maravillosa rama de conocimientos que nos facilita la comprensión de este mundo tan complejo que nos rodea. Oh, los hombres de ciencia. Gigantescos eruditos que están por sobre todas las verdades demostrables, esos Alfa que nos ayudan a nosotros (los simples beta, racionales pero de inteligencia limitada) a poder comprender cuanta cosa esté a nuestro alcance (limitado igualmente). La propia soberbia intelectual del ser humano promedio, lo ha llevado hasta los rincones más alejados de la realidad tangible; nos ha transportado a mundos cuánticos, invisibles para el ojo humano, demostrando así lo incapaces que somos sin la ayuda de complicados aparatos y costosos establecimientos.
Así es como, gracias a la ciencia y sus Alfas, nos hemos enterado de que entre las moléculas existe un espacio vacío, se repelen unas con otras evitando el contacto directo. De igual forma, desconocíamos a las moléculas y sus semejantes, le hemos dado nombre a algo que a simple vista no sabíamos que existía (claro está, que es necesario clasificar y denominar las cosas para poder realizar el proceso del conocimiento, tampoco es necesario conspirar en contra de las mentes eruditas).
Para simplificar este punto, cuando nuestros sentidos nos indican que estamos tocando algo, en la realidad inalcanzable para nuestro entendimiento, ni si quiera lo hemos rozado. Somos incapaces de presenciar físicamente todo lo que está ocurriendo sobre nosotros mismos y sobre nuestro entorno; esto recuerda un poco a la alegoría de la caverna planteada por Platón, la mayor parte del tiempo estamos atrapados en la limitada cueva de nuestro conocimiento empírico y tangible. Es absurdo.

Pero a pesar de nuestras limitaciones intelectuales ante una infinidad de acontecimientos reales, somos seres altamente complejos. Así es, la complejidad de cada sistema que nos compone es increíble, somos un conjunto de células altamente armonizadas, sin embargo, no nos enteramos de nada. Claro está que tenemos intereses en cosas más vistosas a nuestros ojos, banalidades que en ningún momento podrían siquiera alterar un átomo en el cosmos. Bien podríamos dejar de existir de un día para otro, y el universo apenas se vería afectado.
Vivimos nuestras vidas persiguiendo metas que posiblemente jamás nos ayudarían en algo real, y si lo hacen, eso no garantizaría nuestra plenitud existencial. La felicidad eterna se ha vuelto una de las principales metas de nuestra sociedad, y al tratar de alcanzarla, nos olvidamos del simple hecho de disfrutar el estar vivos, del ser medianamente consientes de nuestra propia existencia. Luchamos arduamente por cosas que podemos encontrar frente a nuestros ojos. Es absurdo.

"Cuando la gente acepta la futilidad y el absurdo como algo normal, la cultura es decadente."
Jacques Barzun.

¿Qué pasaría si de verdad entendiéramos lo absurdo de las cosas? Muy posiblemente, esta pregunta llegue después de haber experimentado la profunda tranquilidad (y hasta en algunos casos, alegría) de saber que nada por lo que sufrimos tiene un sentido real, después de deshacerse del peso de las intranquilidades banales de un ser humano promedio, uno se encuentra de golpe con la idea de que las cosas que disfruta, tampoco tienen una importancia superior a nosotros mismos. Es aquí cuando se comienza a reflexionar sobre los intereses propios y empieza a desarrollarse una duda existencial que va creciendo como una bola de nieve cayendo. ¿Para qué hacer las cosas? ¿Para qué terminar la carrera? ¿Para qué comprar un auto? ¿Para qué comer? Todo pierde sentido. Todo es absurdo.

Jugando con esta infinidad absurda, podemos llegar a conclusiones muy personales. Todo depende de los más profundos deseos de la persona, igual que siempre, el ser humano vuelve colocarse en el centro. Si se es un ateo empedernido, se llegará a la conclusión de que ninguna fuerza o poder celestial bajó de su paraíso para moldearnos con mierda y darnos su aliento divino, el pensar que tenemos una misión en este corto camino llamado vida es absurdo. Si se es un creyente, bueno... es poco probable que un creyente preste atención a ideas tan blasfemas, son absurdas. Si se es un agnóstico promedio olvidado por el mundo, se experimentará una satisfacción inmensa, pues si dios existe, su existencia sería increíblemente ab-sur-da.

Y así, toda persona se ve inmersa en pensamientos blasfemos que engloban en apariencia todo lo conocido, sin embargo, muy raramente se llegarán a conclusiones tan independientes del ego y la soberbia humana. Sí, la creencia en dios y el dios mismo pueden ser absurdas, pero ¿y nosotros? ¿Y sus criaturas?
Pues nosotros estamos, pero no importamos. Evolucionamos, nos erguimos y nos jactamos de nuestros insignificantes logros frente a aquellos que son inferiores. Estudiamos todo y lo clasificamos, creamos cosas nuevas y a algunas otras las destruimos.
Existimos pensando, pensamos y luego existimos, pero no existimos realmente y no pensamos en realidades. Y entonces, caos, destrucción, y finalmente, muerte. Nadie pensó, pues nadie existió. El universo sigue y seguirá inerte ante cualquier cosa ajena a sus propios efectos. Somos insignificantes ante el todo, y la vida, efectivamente es absurda.

En conclusión (la cual es personal y exclusiva de éste texto), si hay algo parecido a una misión de vida, lo más sensato sería creer que lo mejor que podemos hacer es vivir, así de simple. Con altos y bajos, vivir día con día sin poder hacer nada para cambiar algo, sólo existir hasta donde nuestras limitaciones nos lo permiten. Disfruta de la vida sencilla, maldita sea.

Aleida Z. Alférez Rodriguez (con ayuda de Everardo Martínez C.)

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