El espantapájaros del cobertizo (Fiddlesticks)

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Saro corría entre los extensos maizales de su padre. Le encantaba simular una aventura. Era como si estuviera escapando de algo, y tuviese que apartar los tallos de las plantas con rapidez para poder lograrlo.
En la mano derecha portaba una pequeña espada de madera para defenderse del supuesto mal. Su padre siempre le advertía que no golpease las plantas con la espada, porque si no, tendría una severa enmienda.
Saro era obediente, sin embargo, alguna vez lo había hecho, y Thol, su padre, al ver el daño de las plantas, sabía que su hija le había desobedecido, pero solía hacer la vista gorda.

"Saro está sola... Querido, déjala que se divierta como pueda. No nos moriremos de hambre por un par de tallos perdidos.", le habría dicho su mujer si aún estuviera con vida.

Tienes mucha razón, Ela, le respondió a su subconsciente.

—¡Alcanzaré la cima, y ahí te derrotaré demonio! —gritó la niña.

Thol la oyó, y nada más terminar de echar la comida a los animales, le preguntó desde la lejanía:

—¡¿Quién es está vez?!

La niña sonrió al notar que su padre le estaba prestando atención.

—¡Jomun, el terrible! —le respondió.

—¡Confío en ti, cielo! ¡Seguro le derrotarás! —le animó.

—¡Lo haré, papá!

—¡Voy adentro, a preparar la cena, no tardes en entrar que está oscureciendo!

—¡Sí, papá!

Saro estuvo jugando un rato más, y como le advirtió su padre, había oscurecido.
Se topó con una mariquita muy pequeña que intentaba esconderse de la prominente noche. La niña intentó resistirse a no tocarla, pero, no lo consiguió y se la colocó sobre la mano.

—Hola pequeña, ¿te has perdido? ¿Dónde está tu mamá? —le preguntó.

La mariquita se movió por su mano, cosquilleándola, y al momento, echó a volar.

—¡Eh, mariquita, no te vayas! —gritó la chiquilla mientras intentaba seguirla, dejando atrás su espada de madera.

Thol esperó a que la intensidad del fuego de la cena bajase un poco, y luego, salió de la casa, buscando con la mirada a su hija, y, al no verla, ordenó:

—¡Saro! ¡Entra ya a casa!

No hubo respuesta, pero sí que la oía a lo lejos.

La niña centraba su mirada sobre la mariquita, no se percataba de nada más, ni siquiera prestaba atención a los gritos de su padre.

—¡Saro! —continúo su padre, siguiendo los sonidos de su hija.

De repente, el corazón de Thol se heló al oír los gritos de su pequeña.

—¡Saro, ya voy!

El hombre corrió con todas sus fuerzas hacía los gritos, pensando en lo peor. Sin embargo, se tranquilizó cuando la vio fuera de peligro, tirada en el suelo y mirando al frente.
Thol la arropó con sus brazos y le preguntó que había ocurrido.

—¡Es él, papá! ¡El espantapájaros! ¡Es él! ¡Ha vuelto, papá! ¡Ha vuelto! —gritó entre sollozos de puro terror.

—¡Cielo, ya lo aparté del campo! ¡Lo dejé encerrado en el cobertizo para que no lo vuelvas a ver! —le recordó.

—¡No! ¡Habrá escapado! ¡Y ahora está enfadado!

—Tranquila, Saro. Ya no está aquí, ya no está. Mira, ahora vamos a volver a casa. Tú te vas a la cocina, y yo, me encargaré del espantapájaros.

Fragmentos de Runaterra (League Of Legends)Where stories live. Discover now