Con ella

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Tras acabar mi jornada a las seis de la tarde, salí apresurada del edificio de oficinas para ir al hospital a encontrarme con mi mujer de profundos y hermosos ojos claros. A decir verdad, odiaba pasar por los enormes e infinitos pasillos sin final repletos de puertas por doquier de aquel lugar; me daba miedo, me sentía insegura, incómoda, nerviosa y por alguna razón inexplicable, observada.

Cuando entré por la puerta de la habitación número cinco me topé con el enfermero alto, rubio y escualido de aspecto jóven que solía ver casi todos los días revisando el estado de Silvia. Este estaba cambiando el gotero del cual emanaba un líquido totalemente desconocido para mí, que estaba conectado vía intravenosa al brazo derecho de Silvia. Tras acabar el jóven su trabajo, me dedicó una sonrisa ya diaria a modo de saludo y salió de la sala, dejándome a solas con ella. Me senté en una silla de madera al lado de la camilla y me aferré a su suave, delicada y lánguida mano con fuerza, como si ese acto fuese a cambiar aquello. Le acaricié su largo y liso pelo rubio que le caía por los hombros como una dorada cascada, mientras la miraba dormir con lágrimas en los ojos, pensando y rezando por un milagro para que volviese conmigo y para tenerla de vuelta a mi lado cada mañana al salir el sol.

Súbitamente y sin darme cuenta, comencé a hablarle al coma como si de un viejo amigo se tratase.

- Hola coma, te diría que me alegra verte pero estaría mintiendo. El otro día estaba pensando en antiguas personas que he conocido a lo largo de mi vida y, ¿sabes a qué conclusión llegué? A que nunca me había encontrado con alquien tan egoísta como tú- le dije con una voz suave y melancólica a la vez llena de ira mientras mi mirada se hallaba perdida en algún lugar de la estancia, cualquiera que me hubiese oído en aquellos momentos hubiese pensado que estaba loca-, ¿por qué no me la devuelves? ¿Qué te ha hecho? 

El dolor que me probocaban mis propias palabras era indescriptible, profundo y hacía que poco a poco me fuese marchitando más y más. Sentía como mi pecho ya vacío se cerraba con fuerza, se debilitaba; se me erizaba la piel, me estremecía, quería llorar. 

- Déjala ir, ya ha sufrido bastante y yo también. Por favor- dije por último ya sin poder controlar mis lágrimas por pura impotencia y cólera-.

Pasaron aproximadamnete un par de horas hasta que finalmente decidí tomar rumbo hacia mi casa después de aquella ya diaria conversación con mi gran amigo "coma" y mi mujer. La noche caía y el sol desaparecía entre las altas y lejanas montañas y edificios al horizonte, mientras yo me paseaba con fúnebre y lento paso hacia mi hogar.

Tras cenar y ducharme, me tumbé sobre mi mullida cama con ganas de descansar y dormir, para tratar de olvidarme durante esas escasas horas de sueño de aquella pesadilla cotidiana que vivía como podía, a trompicones, mientras acariciaba el sedoso pelo naranja de Moisés.


De repente, mientras contemplaba el semblante neutro de mi mujer a la vez que sostenía sus manos frías sobre las mías, pude notar como hacía una mueca a penas visible y movía delicadamente sus dedos. Una alegría inefable brotó en mi interior como una hermosa flor de un simple, triste y feo capullo. Me sorprendí tanto que empecé a llorar desconsolada, como una magdalena. Atónita, nerviosa y desesperada empecé a llamar a Silvia con los ojos completa y enormemente abiertos y ésta, al oír mis impacientes palabras, murmuró mi nombre apenas vocalizando mientras volvía lentamente en sí, siendo para mí lo más melifluo que había escuchado en mi vida.

Las lágrimas que caían por mi rostro ahora sonriente eran esta vez de felicidad, no sabía qué hacer, estaba paralizada, en Shok. Me apresuré en cogerle con aún más firmeza las manos para decirle que era yo, Eva y que por fin estaba asalvo de las garras del coma.


De sopetón, sentí como se movía Moisés a mi lado, despertándome de un efímero y precioso sueño que no queía abandonar, en el que nesesitaba quedarme y sentirlo con todas mis fuerzas. Me frustraba de terrible manera el tener que esperar a que el dichoso coma se dignase a soltar a Silvia, quería arrancarla yo misma y con mis propias manos de esa oscuridad.

Después de unos minutos intentando espabilar y volver a la cruda realidad, me levanté de nuevo de la cama con desgana, de mal humor y apesadumbrada para ir a trabajar. Visualicé mi desaliñada cara en el espejo del baño; tenía el pelo oscuro completamente revuelto y enredado mientras que caían opacas ojeras bajo mis ojos marrones, parecía sacada de una película de zombies.

Pero no podía parar de darle vuletas a aquel sueño, parecía tan real...

Mi amigo comaWhere stories live. Discover now