Capítulo treinta y uno

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Narcisse retrocedió un paso, tal vez sorprendido por la reprimenda de su tía bisabuela, tan inesperada como su sola presencia.

Yo me adentré en la sala, tomándome la libertad de cerrar las puertas antes de que los gritos de Claudine llegaran a oírse desde el vestíbulo.

Jon, sentado en la silla más cercana a mí, me escaneó de arriba abajo antes de morderse el interior de las mejillas, como si intentara evitar decir algo que pudiera perjudicarle de alguna forma.

—Ya sé que es tu territorio, tía, pero cuando algo que me concierne a mí y a mi seguridad ha sido provocado por las ganas de joderme la vida de alguien de aquí, tengo que tomar medidas. Y nadie va a salir de este edificio hasta que confiese quién me ha delatado ante la prensa —rugió Narcisse, todavía más enfadado que aquella misma mañana.

Su mirada se dirigió a mí de nuevo y Claudine, esta vez, sí lo advirtió.

—Siéntese, Agathe —me ordenó, señalándome el sitio libre que había al otro lado de la mesa en el que se encontraba ella, donde no titubeé en dejarme caer con disimulo, aunque no sin ser escrutada por los demás Selectos.

—No creerá que alguno de nosotros va a arriesgar su larga carrera en Laboureche para descubrirle después de tanto tiempo en el anonimato, ¿verdad? A mí no me incumbe lo que haga con su vida mientras me deje trabajar y estoy segura de que mis compañeros piensan exactamente lo mismo que yo —argumentó Philippa Javert, cruzándose de brazos, como si estuviera indignada por el motivo de la reunión.

—Yo no la he acusado a usted ni a ninguno de los fieles Selectos, ¿acaso ha oído que haya dicho lo contrario? —preguntó Narcisse, altivo.

Claudine hizo apartar a su sobrino nieto para ocupar su sitio en la cabeza de la gran mesa, dándose por vencida en su enfrentamiento.

—Yo no he sido —dije al fin, cuando su mirada volvió a mí.

Llamé la atención de los Selectos, quienes, por alguna razón, parecían sin comprender quién era yo todavía.

—Claro que no —murmuró Narcisse—. Ocultas muy bien tus ansias de fama, pero conozco a la gente como tú. Tal vez no lo parezca a primera vista, pero estabas deseando ser el centro de atención y...

—Narciso, mírala —le interrumpió Claudine, señalándome con pena—. Le falta poco para echarse a temblar, dudo que tenga ganas de que la acosen los medios si ya le cuesta soportar que le hables tú.

Me mordí el labio inferior, sin saber si agradecerle a Claudine que interfiriera por mí o si sentirme avergonzada por cómo estaba temblando por la fría y dura mirada del millonario.

Narcisse hizo rodar sus ojos, antes de fijarse descaradamente en la cabeza gacha del hombre a mi izquierda, que jugueteaba con sus manos como si tuviera algo entre ellas.

Fue entonces cuando empezó a andar en mi dirección, aunque desviando su trayectoria para terminar detrás de Jon Jung, que parecía estar rezando un rosario más que prestar atención a lo que ocurría a su alrededor.

Narcisse colocó con agresividad sus dos manos sobre los hombros de Jon, provocando que, tanto él como la mayoría de los presentes, diéramos un salto por la sorpresa.

—Querido amigo coreano —le susurró, agachado su cabeza para quedar a la altura de su oreja—. ¿Se puede saber qué has hecho?

Sin quererlo, sonreí. Al menos no era la única desgraciada de aquella sala en la que el indomable jefe no confiaba.

Entonces, Jon alzó la cabeza, fijando su mirada al frente y arrugando su ceño antes de levantarse, apartando así a Narcisse de golpe, llamando la atención de todos en pocos segundos.

—Por ahí sí que no paso —soltó, girándose hacia el dueño y director general, quien se había cruzado de brazos—. De acuerdo que hice trampas una vez y acepté que me encubrieras para conseguir este puesto, pero juro por mi vida que yo no tengo interés alguno en que ni tú ni ella salgáis en las portadas de las revistas del corazón. Yo he venido para trabajar, no para jugar a los famosos con una niña y un mentiroso.

A diferencia de lo que esperaba que ocurriera después de la acusación de Jon, Narcisse sonrió y eso, desde luego, provocó que alguno de los Selectos suspirara, como si hubiera estado aguantando la respiración durante el discurso.

—Pero si eres un pequeño criminal —le dijo, negando con la cabeza y ensanchando su sonrisa.

Entonces, Claudine se levantó, señalando la puerta con desesperación.

—Sal de mi taller, Narciso.

Él volvió a rodar los ojos, aunque, obediente, se dio la vuelta, dispuesto a marcharse de una vez por todas.

—Me aburre, señorita Tailler —murmuró a modo de despedida, sin darme ni una sola razón sólida para entender por qué lo hacía y, como siempre, para tener la última palabra.

* * *

Annyeonghaseyo!

Bienvenidos a la cuarentena de la Meri, la cual lleva encerrada dos días y ya se ha visto tres series y media y no sabe qué más hacer a parte de escribir xd

Rezad para que haya nueces en el súper porque quiero hacerme una carrot cake ya que cocinar y limpiar se han vuelto mis pasatiempos favoritos PORQUE NO TENGO NADA MÁS QUE HACER.

El caso, que da igual, que mejor encerrada que enferma, así que a disfrutar QJN que se vienen unos bonitos 15 días para mis followers :)

Btw, el próximo capítulo se viene algo que el 90% amabaaaaaaissss ❤ Y yo también, pa qué mentir.

Ale, hasta luego, voy a seguir viendo Toy Boy JAJAJAJAJA

Annyeong y feliz cuarentena! ❤

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now