En aquel entonces podría haber jurado que esos dos un día se encontraría como un alfa y un omega, pero jamás esperó que su orgulloso y talentoso hijo fuera quién volvería a casa con una marca en el cuello.

—No es necesario que los laves...—dijo al verlo tomar el jabón y la esponja para ponerse a limpiar—

El muchacho sonrió y se ofreció a hacerlo de tal manera que simplemente lo dejó, colocándose a su lado con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada escudriñaste que se volvió severa a medida que lo estudiaba.

El chico era fuerte, sereno y responsable, o al menos lo suficientemente concienzudo y estúpido como para querer hacerse cargo de su hijo y en ello podía darle crédito, pero no estaba segura de que tan diestro podría ser el pecoso para convivir con Katsuki, y es que ese rubio rebelde con un carácter tan asqueroso como el suyo, podía llegar a ser un verdadero problema que incluso a ella tenía dificultades controlando.

En medio de sus consideraciones llegó a comparar su relación con la que tenía con su esposo, pero no era lo mismo unir a dos alfas veteranos, que a un pequeño alfa que apenas acababa de descubrirse a sí mismo y un revoltoso y violento omega con problemas de actitud. Era como meter dos enemigos naturales en una jaula y pretender que al siguiente día se llevaran bien. Pero por inconsciente y peligroso que eso sonara, era justo lo que planeaba hacer.

Había agotado sus opciones en el instante en que vio a su pequeño inconsciente. Todos sus planes, alternativas y rabia generalizada hacia cualquier cosa que amenazara la seguridad de su hijo no habían sido suficientes para frenar lo obvio.

La verdad que entendió mientras vagaba por la casa esperando frenéticamente que su bebé despertara, era que no podía ir en contra de la naturaleza.

Su pequeño era un omega y estaba en celo. Y puede que no entendiera la mitad de lo que significaba aquello, pero no pensaba dejarlo medio muerto a base de medicamentos simplemente para suprimir su naturaleza.

Quería que su hijo fuera capaz de pararse orgulloso y demostrarle al mundo de lo que era capaz como omega, quería que mandara al carajo el estúpido estereotipo bajo el que lo habían tachado y se abriera camino tan arrasadoramente como siempre lo había hecho. Pero, sobre todo, quería que supiera que estaba orgullosa, que reconocía su lucha y amaba cada parte de él. Quería que se aceptara a sí mismo y que ser un omega estaba bien, con todo lo que implicaba.

Fue lo que soltó en aquel suspiro, sintiendo el pecho contraído mientras deslizaba la mano suavemente por la cabeza de Izuku y pasaba detrás de él.

El peliverde se paralizó aterrorizado por él contacto, paró en seco lo que estaba haciendo y no soltó el aliento hasta que escuchó a la mujer salir de la cocina.

Lo que acababa de experimentar era una de las situaciones más tensas e inciertas que había vivido. Por casi quince minutos la mirada rojiza de la mujer lo escudriñó como si estuviera revisando cada rincón oscuro de su mente y haciendo una lista de defectos mientras apretaba sus puños de vez en cuando y guardaba silencio.

Una fuerte hostilidad formaba su postura rígida recostada a su lado junto al fregadero, creando una gran brecha que no solo indicaba su rencor y desconfianza, sino que ponía en evidencia la diplomacia oscura de su actuación y sus palabras a lo largo de la cena.

Realmente no esperaba que las cosas fueran fáciles con ella, iba dispuesto a recibir otra paliza y algunas cuantas amenazas cuando aceptó su invitación, pero su actuación hogareña y conciliadora lo ponía más nervioso que si hubiera armado otro escándalo.

Fue aún más inquietante encontrarse con su madre y el padre de Kacchan hablando con seriedad en la sala y a la madre del chico invitándolo a sentarse.

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