Capítulo 18

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No me importó si alguien nos veía, no me importó Emma, no me importó Stefan. Ni siquiera me importó cuán arruinada se vería mi vida.

Sus cálidos labios se quedaron inmóviles por unos pequeños segundos. Lo peor que podía pasar era que me diera una bofetada, pero no lo hizo, sino que me correspondió el beso. Sus labios cedieron el paso a los míos y me sentí, de pronto, en las nubes.

Tomé su cuello y seguí besándola con fuerza, como si jamás nos hubiésemos separado o como si nos conociéramos. Era algo nuevo para mí y se sentía refrescante, como un golpe de energía y como si estuviesen llenando mi cuerpo con un frío líquido.

Me encontraba nervioso: con el estómago hecho un nudo y con ganas de llevármela a un lugar seguro en donde nadie nos pudiese interrumpir, quería besarla hasta que se me acalambraran los labios, una y otra vez, pero sabía que estaba mal.

Camile puso sus manos en mi pecho con delicadeza y pensé que, tal vez, podía sentir cuán fuerte estaba latiendo mi corazón a causa de tenerla así de cerca.

—Jared —oí su voz cuando nos separamos para tomar aire, apoyé mi frente en la suya mirándola hacia abajo por los centímetros que nos diferenciaban y sólo cerré mis ojos con fuerza —No podemos hacer esto.

—Camile, no puedo ser tu amigo —solté, ella me miró a los ojos con tristeza.

—Creo que yo tampoco.

—¿Qué hacemos con esto? —susurré.

—Sólo estamos confundidos... —se alejó unos cuantos centímetros de mí, pero su espalda chocó con la pared. Me acerqué a ella dejándola encerrada entre la pared y yo.

—Pues esta confusión se me está yendo de las manos.

Esta vez fue ella quien se acercó a mí, besó mis labios lentamente y yo sentí cómo todos los vellos de mi cuerpo se erizaron. Mi cuerpo entero reaccionó a esa pequeña muestra de interés y continué besándola. Olvidé el lugar en el que estábamos, sólo me concentré en besarla tan profundamente que sentía que ya jamás iba a poder sacármela de la cabeza.

Todo comenzó a tomar un rumbo extraño, pues cada vez el beso se intensificaba y ella me atraía más a su boca. Deslicé mis manos hasta su cintura y, cuando iba a acercarme más a ella para apegar mi cuerpo al suyo tal como habíamos estado en la oficina, oí pasos en el pasillo. No pudimos separarnos lo suficientemente rápido, pues ya alguien estaba mirándonos.

Ambos giramos para ver, era Nate, quien creía se había ido a casa.

Camile rápidamente se alejó de mí con su rostro ardiendo en vergüenza, sentí de pronto que sus ojos se llenaron de lágrimas y sólo pude intercalar la mirada entre mi mejor amigo y ella. Me relamí los labios porque, de pronto, se me había secado hasta la garganta.

—Pensé que te habías ido a casa —comenté con mi cuerpo en tensión.

Nate seguía en estado de shock mirándonos, se removió nervioso por lo que había visto y comentó:

—No, me quedé cargando un poco el móvil para regresar a casa con batería —dijo.

Podía ser cierto, pues Nate odiaba quedarse sin batería en el móvil y siempre se quedaba hasta último momento esperando que al menos llegara a un 50% para así irse con auriculares a casa.

Camile seguía de pie a mi lado en modo tensión, me observó con sus ojos vidriosos y luego miró a Nate.

—Lo lamento mucho —soltó de pronto con su voz en un hilo, no era necesario que se disculpara así, pero se notaba a cientos de kilómetros la vergüenza que estaba sintiendo Camile y también lo culpable que se sentía.

El destino que no soñéWhere stories live. Discover now