━ 𝐋𝐈: Una red de mentiras y engaños

Magsimula sa umpisa
                                    

Kaia, por el contrario, no confiaba en él. Conocía a Harald lo suficiente como para saber que era un hombre pérfido y traicionero, además de ambicioso. Y su deseo de convertirse en rey de toda Noruega —sometiendo al resto de líderes y caudillos— solo lo hacía más peligroso. Porque era evidente que no se detendría hasta conseguirlo.

Nunca le había gustado. Jamás lo había considerado un amigo o aliado. Tampoco a su hermano Halfdan, quien parecía compartir sus mismos métodos y no lo dudaba a la hora de ayudarlo en todo cuanto necesitase. De hecho, le había extrañado no verlos juntos, puesto que siempre habían sido inseparables. Por lo visto, el menor de los Gudrødsson había partido con Björn hacia el mar Mediterráneo, deseoso de saber más de aquellas exóticas tierras.

No. Harald no era trigo limpio.

Y Kaia lo sabía.

Oculta tras una oscura capa, La Imbatible se dirigió con paso firme y decidido al lugar donde se recluían a los prisioneros. Los guardias que custodiaban la puerta de doble hoja la reconocieron a pesar de ir encapuchada, de manera que la dejaron entrar.

Harald estaba recostado sobre la pared, con la ropa sucia y la melena enmarañada. Kaia alcanzó a vislumbrar un brillo sudoroso en su piel, que lucía extremadamente pálida. Tenía la cara hinchada y amoratada —cortesía de Lagertha— y la camisa rasgada. Y aquel insufrible hedor...

La mujer tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para contener las arcadas que le estaban subiendo por la garganta. Tragó saliva y dio un paso al frente, quedando expuesta ante la tenue luz del ocaso que se colaba por la única ventana con la que contaba aquel lúgubre sitio.

Escrutó con detenimiento las inmediaciones del habitáculo: un cubo para aliviarse, otro lleno de agua y un montón de heno mohoso que hacía la función de camastro. Eso era todo cuanto le concedían al gobernante de Vestfold.

Su presencia acaparó la atención de Harald, que clavó la vista en ella. Este entornó ligeramente los ojos, queriendo ver el rostro que se escondía tras la capucha. Cuando Kaia se la quitó, dejando al descubierto su fisonomía, le fue imposible no hilvanar una sonrisa lobuna.

—Vaya, esto sí que no lo esperaba... Kaia La Imbatible —canturreó el hombre, haciendo tintinear las gruesas cadenas que apresaban sus muñecas. El metal ya empezaba a dañar la carne sensible de sus articulaciones, generándole alguna que otra herida a causa del roce—. ¿A qué debo este gran honor? —ironizó.

La susodicha esbozó una mueca.

—Siempre supe que eras osado, pero no que fueras un necio —habló mientras se acercaba a una de las pilastras que sostenían el techo. Se apoyó en ella y cruzó los brazos sobre su pecho. La capa y el vestido que llevaba puestos disimulaban la leve hinchazón de su vientre—. ¿Tan seguro estabas de que Egil habría salido victorioso del ataque? ¿De verdad creías que estaría calentando el trono para ti?

Harald se encogió de hombros. A pesar de encontrarse en un estado tan deplorable, rodeado de su propia inmundicia, seguía teniendo ese porte regio e imponente que tanto le caracterizaba. Por no hacer mención de su peculiar sentido del humor.

—Bueno, ya sabes lo que dicen... Si un necio persiste en su necedad, se puede hacer sabio. —Flexionó las piernas y apoyó los codos en sus rodillas. Su cuerpo, que contaba con varios hematomas y magulladuras, se resintió debido al esfuerzo, pero él se mantuvo impasible—. Aunque debo reconocer que os he subestimado —dijo, señalándola con un suave cabeceo.

—Ese es vuestro principal problema. —Kaia dejó escapar una risita desdeñosa—. Los hombres nos menospreciáis por el simple hecho de considerarnos el sexo débil. Por creernos inferiores a vosotros... Cuando no es así —apostilló con una cadencia lenta, casi como un ronroneo—. Tú mismo lo has comprobado hoy, ¿verdad? Lo peligrosas que podemos llegar a ser las mujeres que poseemos cicatrices de guerra. —Ladeó la cabeza con fingida dulzura—. Pobre iluso.

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