Quería recorrer un poco la ciudad antes de llegar al hotel que había reservado. Decidí que caminar bajo aquél día lloviznoso, era la mejor manera de calmarme.
Sola, en ésta ciudad que casi no conocía, me encontraba caminando por "El Puente de la Mujer".
No había llevado paraguas pero mi campera tenía capucha, así que estaba a salvo.
Era ese tipo de clima donde, extrañamente, me gustaba el cosquilleo de la brisa que acompañaba las pequeñas gotas casi invisibles. El paisaje se veía empañado, como un cuadro impresionista. Climas como estos tenían para mí cierta melancolía. Me recordaba las veces donde estaba "a punto de llorar, pero prefería no hacerlo". Por ejemplo, cada vez que veía una luz empañada, me recordaba a mis ojos invadidos de una emoción que quería salir, pero optaba por aguantarme todo.
Debía distraerme con algo más hasta que fuera el día siguiente. Estaría casi dieciocho horas en un país al cuál había venido muy pocas veces.
Ya lo había decidido. Me dedicaría a olvidar a ese idiota de Julián. Es que era obvio que no iba a aparecer. No quería aceptar el cómo me sentía, pero para olvidarlo era necesario reconocer mis emociones. Horas antes, tenía esperanzas sobre él, pero se habían desvanecido. Esperaría al día siguiente para decirle de todo de frente. Mientras tanto, debería aprovechar para recorrer la ciudad, para llevarme al menos de recuerdo bellas arquitecturas y paisajes.
Recorrí aquel puente, el nombre del mismo me obligaba a hacerlo. Era como si aquel puente me alentara a no ocultar mi enojo con ese idiota, como si me pidiera que hiciera catarsis.
Lo recorrí, pasando mi mano por el borde del mismo. Era inmenso y de alguna manera bellísimo. Seguí caminando hasta que mis manos se toparon con algo, material, frágil y casi roto. ¿Alguien se lo había olvidado o lo había dejado allí a propósito? Era de esos collares que son la mitad de un corazón. Parecía que estaba enganchado y por la manera en que estaba, me hacía pensar que lo habían perdido. Logré sacarlo. Tenía la cadena rota.
Sentí envidia del dueño o dueña. Yo nunca había tenido uno como ese.
Al darlo vuelta, vi una pequeña inicial "J". Mi mente no pudo evitar relacionar a "Julián" mi ex novio. Pero sería una locura. ¿Quién querría tener el collar con la inicial de una persona tan cambiante? También era la inicial de mi nombre, "Joy". Aunque él no podría tener un collar con mi inicial sin que yo lo supiese.
El lugar no estaba tan concurrido. Decidí guardarlo. Entré a un grupo de una red social. Como era de Capital Federal de Argentina, debía pedir "solicitud para entrar al grupo" pero a los pocos segundos me aceptaron y publiqué una foto solo de la parte delantera del collar. Tenía una especie de cerrojo donde seguramente había algo adentro. No iba a ver que decía, después de todo no me correspondía. Solo lo abriría si la supuesta dueña o dueño apareciera y me dijera "ábrelo, dice tal cosa", o "adentro hay tal foto de una persona que sonríe de cierta manera". Mientras tanto, se quedaría en los recovecos de mi billetera.
No pude evitar traer a mi mente los amargos recuerdos de mi ex, por quien había viajado hoy desde Paraguay hasta Buenos Aires.
En el aeropuerto saqué y recargué una tarjeta para viajar en los transportes públicos. Luego vi un mapa de la ciudad desde mi teléfono. Fui caminando hacia la parada más cercana que tenía. El trayecto en colectivo hacia su departamento era largo, y aunque mientras viajaba apoyada junto a una ventana, teniendo de frente los hermosos paisajes y arquitectura que quería aprovechar para ver, mi cabeza no podía disfrutar de aquello en ese momento.
Al cabo de un buen rato, al identificar la calle, bajé. Caminé dos cuadras y finalmente llegué.
Toqué el timbre. Nada. Llamé a Julián por teléfono. No contestó.
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18 horas para enamorarse
RomanceJoy viajó desde Paraguay a Buenos Aires por su ex, aunque ya se arrepiente de haber viajado, tendrá que luchar con la tentación de ir a buscarlo. En el hotel que se hospeda, conoce por casualidad a Yun, un chico coreano, quien al igual que Joy, se...