Capítulo 27: Malas noticias

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«No tienes que preocuparte por nadie más».

No había parado de pensar en esa frase en toda la semana. Toda. La. Semana. Bueno, no había parado de pensar en todo lo que me había dicho, en general.

Y en aquel momento, sentada sobre su cama, muchísimo menos.

Se suponía que íbamos a ver Star Wars. Otra vez. Aunque jamás sabía cuál de todas las películas. Ya había perdido la cuenta, y los títulos me mareaban. Además, siempre había distintos protagonistas. Summer iba a unirse a nosotros, mas se había largado por el pasillo hacía diez minutos con la excusa de que prepararía algo para comer, y no había vuelto a aparecer.

Sospechaba que lo había hecho a propósito.

— ¿Y por qué te gustan tanto estas películas? —indagué, observando la portada en la pantalla.

Como estaba detrás de la computadora que sostenía entre las piernas, lo vi encogerse de hombros.

—Solo me gustan y ya.

— ¿Y tienes uno de esos sables de luz?

Sonrió con nerviosismo a la vez que se le coloreaban las mejillas.

— ¡Tienes uno de esos sables de luz! —chillé, dejando la portátil a un lado—. ¿Dónde está? ¿Lo puedo ver?

—Está en Wisconsin.

Hice un puchero.

— ¿Por qué no lo trajiste?

—No lo creí muy necesario que digamos.

— ¿Y tienes más de uno? —curioseé, arrodillándome un poco más cerca.

—No, el otro lo tiene Caelum.

—Que lindos.

Asintió con la cabeza. Distraída, volví a pasear la mirada por toda su habitación. No había nada que destacara mucho más allá de los posters, suponía que se debía a que no habría querido traer demasiado, si de todas formas solo iba a quedarse un par de meses. Por lo que volví a lo que había llamado mi atención desde un principio: el saco de arena. Parecía bastante pequeñito, men me pregunté que tanto se necesitaría para moverlo.

— ¿Pesa mucho?

Alex me observó con el ceño fruncido.

— ¿Qué?

Cierto, no podía seguir el hilo de mis pensamientos.

—El saco de arena —aclaré.

—Ah, no mucho. Tiene que ser pequeñito porque de otra forma no lo aceptan en la residencia. —Silencio—. ¿Quieres intentar golpearlo?

— ¿Puedo?

Debió notarse la emoción en mi voz, porque me observó con una sonrisa mal contenida.

—No va a morderte.

Entonces asentí con la cabeza.

Me aparté de la cama de un salto, teniendo cuidado con la computadora. Alex tomó los mismos guantes que le había visto la noche en que estuve en su dormitorio, y me los extendió. Colocarme el primero fue sencillo, mas una vez que hube terminado con ese, el otro fue más complicado. El castaño acabó ayudándome.

Me mantuve frente al saco sin saber muy bien que hacer.

—Bueno, dale un golpe.

Eso hice, fue patético.

Destruyendo al chico ideal (CI #1)Where stories live. Discover now