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Sería fantástico decir que con cada día que pasaba, las cosas mejoraban. Pero lamentablemente no era así.

Todo iba de mal en peor.

Con cada día que pasaba, Arlette estaba cada vez más débil y cansada. Apenas podía levantarse de la cama para pasar algunas horas junto a su hija. Pero Sirius era de mucha ayuda y los tres pasaban largas horas en la cama.

Tuvo que abandonar su empleo en el ministerio pues ya no tenía la fuerza suficiente para andar de un lado a otro. Para su fortuna, tanto el ministerio francés y japonés, la había reconocido como una trabajadora excepcional, que nunca tuvo faltas e hizo una gran contribución. Lo que la hizo acreedora de una pequeña fortuna que se agregó la gran fortuna Hale, lo que le daría un buen futuro a su hija y a su esposo.

Sirius también poseía una enorme fortuna, sumando lo que Regulus le había dejado, aunque hasta la fecha no lo hubiera tocado, podrías vivir el resto de su vida sin la necesidad de trabajar y manteniendo una vida para él y su hija.

Pero las cosas se fueron por la borda aquella madrugada que Sirius llegó agitado a casa y con manchas de sangre en la camisa. El hombre se notaba realmente asustado y desesperado. Arlette, que había estado recostada en la cama junto a su hija, su puso de pie preocupada cuando el hombre entró a la habitación.

—Sirius —le llamó y puso una mano en su pecho— Sirius, amor. ¿Qué pasa?

Él parecía desorientado. Las manos le temblaban. Era como si estuviera en una especie de shock.

—Están muertos —dijo en voz baja.

Arlette lo tomó de la mano y lo sacó de la habitación para no despertar a Atenea. Se sentaron en el sillón y Arlette lo tomó de las mejillas.

—Sirius, necesito que me digas qué ocurre.

—Fui... fui al escondite de Peter pero él no estaba —tenía la mirada perdida— Eso me preocupó porque no había señales de lucha y fui al Valle de Godric y ellos... ellos estaban muertos —rompió en llanto, Arlette lo abrazó— Lily y James estaban muertos, Arlette. Vi sus cuerpos. Harry estaba bien, lo llevaron con la hermana de Lily y yo... yo fui a buscar a Peter. Él fue quien nos traicionó. Fue él. Y cuando lo enfrenté creí que se iba a rendir, estábamos en medio de muggles... pero me echó la culpa y dijo que fui yo. Mató a unos muggles y él desapareció —hablaba muy rápido— tuve que huir. Me están buscando. Creen que yo maté a los Potter y a esos muggles, pero te lo juro que no fui yo, Arlette. Yo no fui.

El hombre rompió en llanto. La chica lo abrazó con mayor fuerza.

—Lo sé, cariño. Sé que tu no hiciste nada —acarició la cabeza de Sirius— todo va a estar bien. Tranquilo.

Sirius siguió llorando hasta que se quedó dormido. Era evidente que cuando la adrenalina saliera de su cuerpo iba a estar completamente agotado. Pero fue sólo cuestión de un par de horas antes de que despertara.

Se quedó abrazado a Arlette. Aún estaba confundido y desorientado. Le costaba pensar con claridad o mantener un pensamiento estable en su mente. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo.

—Debo permanecer oculto —murmuró de pronto.

La castaña no dejó de acariciar su cabeza, pero lo miró con curiosidad.

—Nadie sabe que vives aquí. Estarás seguro si te quedas aquí.

—Debo proteger a Atenea. Tú y ella son todo lo que me queda en el mundo y no soportaría ni por un segundo estar lejos de ustedes.

—Estaremos bien. No podremos estar ocultos por mucho tiempo pero lo resolveremos.

Sirius se separó de Arlette y la miró con ojos muy abiertos.

—Tomaré tu apellido —dijo de pronto— todos buscan a Sirius Black, pero nadie a Orion Hale. Y a Atenea le enseñaré a que diga Atenea Hale y no Black.

Arlette no pudo evitar reír ante tal ocurrencia.

—No creo que sea tan mala idea.

Sirius se volvió a acomodar junto a su esposa.

A Sirius le bastaba con que Arlette supiera que era inocente de las acusaciones. Pero le hacía sentir un poco mejor que también Dumbledore lo supiera. Mantenía cartas en clave con el anciano. Dumbledore también estaba de acuerdo en que se mantuviera oculto hasta que las aguas se tranquilizaran un poco, lo que parecía poco probable. Pues en ese momento, Sirius era considerado peligroso y su imagen aparecía incluso en los periódicos muggle.

No mejoraba en nada el hecho de que Arlette cada día se sentía peor. Sirius le había dicho que podían ir a San Mungo, no le importaba si lo reconocían, pues era más importante la salud de ella.

Arlette se negó y prefirió permanecer en casa. Hanako seguía yendo más seguido para atender a la chica o salir a hacer la compras ya que Sirius aún no podía salir.

Ella sólo quería aprovechar cada momento que le quedaba junto a su hija y su esposo.

Cuando no se sentía tan enferma, salía un momento de la casa y se dedicaba a mirar a Sirius y Atenea correr por el bosque. Además cada semana se dedicaba a escribir cartas para que su hija las leyera en un futuro. Cartas donde le explicaba con lujo de detalle sobre la enfermedad que no le permitió mantenerla a su lado y sobre su vida en general. Todo lo que deseaba decirle cuando fuera mayor.

Le decía lo mucho que la amaba y que jamás dejaría de hacerlo.

Aquellas cartas las guardaba Sirius, él sería el encargado de entregárselas a su hija cuando fuera el momento oportuno. Cuando la niña tuviera la capacidad de comprender por todo lo que tuvieron que pasar.

Era doloroso decir adiós, despedirse de un hijo no era para nada fácil. Mucho menos cuando sueñas en verlo crecer y acompañarlo en su felicidad y tristezas. Disfrutó cada dia, hasta el último segundo y se aseguró de amar con todo su ser a esa pequeña mientras pudo. Sabía que Sirius sería el mejor padre del universo y jamás dejaría de amar a su pequeña.

Le aterraba morir, le aterraba porque dejaría solos a las personas que más amaba en el universo.

Pero sabía que algún día, volverían a estar juntos.

Together ⇝ Sirius Black ✔Where stories live. Discover now