—Creo que perdí la noción del tiempo —confesó.

—Me di cuenta —reí —, ya me voy.

—¿Quieres que vaya a dejarte? —preguntó, cerró su notebook y continuó observándome desde su asiento.

—No, puedo irme sola.

—De acuerdo.

—Nos vemos.

—Adiós —agregó él.

Me acerqué a la puerta para marcharme, giré el picaporte y se encontraba cerrado, volteé a mirar a Jared, pues yo no tenía llaves de la oficina todavía: me las darían en una semana más. Él frunció el ceño, se puso de pie y se acercó a la puerta también, giró el picaporte casi como si le hubiese mentido, pero ¿qué creen? No se abrió la puerta.

—Ya trae las llaves —dije.

—No las veo desde ayer —se alejó para buscar.

—¿Para qué cerraste con llave?

Él se encogió de hombros inocente.

Se acercó a su mochila, buscó entre sus cosas y al no encontrar nada comenzó a sacar todo lo que tenía adentro para hacer espacio. Me acerqué a él y comencé a buscar en su escritorio, pero no había nada parecido a unas llaves allí.

—Deben haberse quedado en casa —dijo, luego tomó su teléfono y resopló.

—¿Entonces cómo se ha cerrado?

—No lo sé, tú estabas sin auriculares, no me di cuenta —frunció el ceño.

Claro que no me había dado cuenta: cuando trabajo, suelo despegarme de todo lo que hay a mi alrededor también, así que no era demasiado esperanzador confiar en mí.

—Hay poca señal aquí, no me deja llamar —informó y yo arrugué el entrecejo.

—A ver, deja que lo intento yo —comenté.

Saqué mi móvil del bolso y observé que me quedaba 2% de batería. Cuando intenté hacer una llamada hacia la recepción de inmediato se colgó y pude darme cuenta que no había líneas de señal en el teléfono.

—No marca y ya me voy a quedar sin batería —resoplé, él me observó por unos segundos y se removió supongo que pensando en qué hacer.

Intenté girando la manilla con fuerza, golpeando la puerta unas cuantas veces para ver si alguien podía ir a abrirnos, pero a juzgar por la hora ya nadie debía quedar en el edificio. Jared intentó comunicarse con su padre a través de su móvil, pero no lo consiguió, además tampoco disponíamos de un teléfono fijo, pues todavía no lo ponían en la oficina.

—¿Qué haremos? —pregunté algo incómoda, sobretodo porque no sabía cómo comunicarme con Stefan para contarle que me encontraba viva o que estaba encerrada en una oficina con Jared Brackley.

—No lo sé ¿Y si intento romper la puerta?

—Es de alta seguridad —lo miré —, ni con una patada ninja le harías un agujero.

—Pruébame —alzó las cejas.

Me alejé de la puerta y observé a Jared con cierta desconfianza, aunque en realidad era la única manera que teníamos para salir de ahí.

Primero, probó dándole puñetazos, pero se detuvo cuando rompió la piel de sus nudillos y se percató de que ningún daño le hacía a la puerta. Luego comenzó a alejarse y yo apreté los puños ¿qué demonios se creía que era?

—Ay Jared... —comenté y él me ignoró completamente.

—Allá voy.

—Jared, vas a romperte una pierna.

El destino que no soñéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora