Carlos estaba loco de deseo al tener a Sandra así, en su casa. Desnuda y húmeda.
La quería así para siempre.
Pasó dos dedos por sus pliegues, lubricándolos con su néctar y se los puso en la boca a Sandra.
- Lame.
Sandra obedeció y lo miraba a los ojos. Tenía las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada. La quería así, enloquecida. Delirante.
- Estuve en Alemania la semana pasada… No hubo ni un solo minuto en el que no me acordara de ti… de tu cuerpo, de tu boca.
Gruño.
- Encontré una tienda muy interesante que me recordó a ti.
Carlos le sonrió.
- Estaba llena de juguetitos.
Cogió las bolas chinas que había dejado sobre la mesa. Estaba tan mojada que no necesito ningún tipo de lubricación y las bolas desaparecieron en su interior con facilidad.
Sandra gimió y cerró los ojos cuando el acaricio su clítoris con el pulgar.
- Carloooooos…
Le dio un suave golpe con la palma de la mano haciendo que ella soltara un gritito, abriera los ojos y lo mirara indignada.
- La vista fija en la tele Sandrita… no me vuelvas a desobedecer.
Sandra arqueo una ceja, casi desafiante, pero después de unos segundos, obedeció y el la premio con un lametazo que la hizo gemir.
- ¿Sabes cuantos juguetitos he comprado pensando en ti, pequeña? ¿Cuántas fantasías he tenido donde jugaba contigo, volviéndote loca de placer?
Su pulgar seguía acariciándola y los gemidos se mezclaban con los sonidos que venían de la televisión.
- Una maleta llena, peque. Llena de vibradores, esposas, joyas anales, bolas chinas, bolas tailandesas… todas para ti. Para hacer que te vuelvas loca y hacer que te corras una y otra vez para mí. ¿Puedes hacer eso Sandra, puedes correrte para mí?
Sustituyo su pulgar con su lengua y Sandra estallo.
Carlos siguió lamiendo y chupando, disfrutando de ella, de su sabor y Sandra tuvo otro orgasmo igual de intenso. Enterró las manos en su pelo y grito su nombre, una y otra vez.
Sonrió para sí. ¿Su Sandra era multiorgasmica? Eso era muy bueno saberlo…
*-*-*-*
Sandra estaba temblando. Jamás había sido capaz de correrse más de una vez en tan poco tiempo, y sin embargo con Carlos…
Estaba lacia, saciada… y aun así, quería más.
Carlos la cogió en brazos sin sacarle las bolas chinas y con cuidado la tumbo en la cama.
- Abre la boca preciosa.
Sandra obedeció y su sabor masculino y almizclado le lleno la boca. Era demasiado grande para hacerle lo que ella quería pero por sus gemidos y jadeos, eso no importaba. Lo rodeo con una mano y movió su mano libre para tocarse. ¡Necesitaba correrse!
- Sandra, ¿qué crees que estás haciendo?
Lo miro con los ojos muy abiertos.
- No te que dado permiso para que te toques.
Se separo de ella haciendo que protestara ante la perdida.
- Ven, vamos al dormitorio.
La cogió de la mano y la beso con frenesí, con locura. Sandra jamás se cansaría de el…
Cuando llegaron al dormitorio, la mirada de Carlos era intensa, hambrienta.
- Súbete a la cama, ponte a cuatro patas.
Sandra se lamio los labios nerviosa, aun notando su sabor y obedeció, jadeando al sentir las bolas chinas aun dentro de ella.
El primer azote la hizo soltar un grito de sorpresa.
- Voy a tener que castigarte pequeña.
Chasqueo la lengua.
- Eres muy desobediente Sandra. Vamos a ver si podemos cambiar eso…
Le dio varios azotes más y Sandra cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones. Noto un frio gel en el ano y se tenso.
- Shhh, tranquila mi vida, relájate.
Sandra respiro hondo e intento relajarse. Sintió como Carlos introdujo un dedo, ayudado por el lubricante.
La sensación era enloquecedora y no pudo quedarse quieta, pero cada vez que se movía un poco, recibía otro azote, haciendo que contrajera los músculos y aumentara su placer.
Carlos la penetro con dos dedos, saliendo y entrando despacio, preparándola con cuidado. Sintió sus labios sobre su baja espalda y sus dientes la mordisquearon suavemente, causándole más escalofríos.
Noto algo frio intentando penetrar esa entrada prohibida.
- Oh dios, Carlos…
- Eso es cariño, relájate. Empuja para que la joya pueda entrar… eso es…
Jadeo al sentir la joya anal encajada en su interior. Junto a las bolas chinas era una sensación increíble. Pero antes de que pudiera disfrutar demasiado, Carlos le saco las bolas chinas, haciendo que gimoteara en protesta.
- Ah no, pequeña. Estas castigada. No te vas a correr hasta que yo te de permiso.