Capítulo 1

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Advertencia: mención de abuso sexual

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Advertencia: mención de abuso sexual. No está narrado de forma explícita, ni la acción en sí. Por favor, si eres sensible te recomiendo que te saltes este capítulo. 

—Por favor, no lo hagas.—sollozó, exhausto y con las piernas entumecidas de tanto correr. Las plantas de sus pies estaban ensangrentadas por las espinas que se encajó en el camino. Cuando se dio cuenta de que lo siguió hacia el bosque corrió lo más rápido que pudo, golpeándose con todos los troncos con los que se topó en el camino, pero no fue suficiente. Resbaló y lo atrapó. Ni lo suficiente rápido, veloz o inteligente. No pensó, nunca pensaba.—siempre fui bueno, nunca me metí contigo. Ni siquiera te volteé a ver sin tu p-permiso.—dejó caer lágrimas contenidas.—déjame ir. ¡Por favor, déjame ir! No le contaré a nadie sobre hoy si me dejas ir.

Hadria soltó una carcajada.

Louis era el joven más hermoso que vivía en el bosque. Pequeño, escuálido y torpe, la víctima perfecta. Él lo iba a tomar por primera vez, incluso si se desmayaba del dolor. Tomaría su virginidad porque sus ojos eran cristalinos como el río donde se suicidó su madre y eso lo ponía duro; porque era hermoso, puro e inocente y él quería ser el primero en arrebatarle su inocencia para siempre.

—¿Sabes cuál es mi nombre?—lo levantó de la cadera. Louis gimió.—¿Lo sabes?—unió sus rostros. Boca a boca, piel con piel. Lamió sus lágrimas con lujuria y lo dejó caer de un golpe al suelo. El sonido que hizo al estrellar su espalda contra los troncos clavados en la tierra le provocó una erección.—te hice una pregunta, pequeña mierda virgen. ¡Responde!

—¡Sí!—Gritó, dejando escapar todo el aire de sus pulmones.—Hadria es tu nombre. ¡Lo sé!

—Te equivocas, dulzura.—el hombre lo tomó de la quijada. Su cuerpo se quedó inmóvil ante la fuerza con la que apretaba sus huesos.—Mi nombre es Hadrianus, que significa «aquel que viene del mar». Mi madre me lo dijo antes de ahogarse en las cascadas.—señaló el lugar frente a ellos.—¿Qué significa tu nombre, precioso Louis? ¿Te lo han dicho tus padres alguna vez?

Louis negó con la cabeza, estaba demasiado asustado para responder algo.

Hadria era, de todos los osos de la manada, al que más le temía. El hombre más enorme que había visto, con la piel tan áspera que sangraba, exceso de vello en el pecho, en las piernas y en los dedos de los pies, un asqueroso y misógino, que lo tenía atrapado. Nunca tuvo pesadillas, pero cuando comenzó a tenerlas, fue por él. Soñaba con sus ojos, con su mirada fría, sin vida, y esos iris coloreados de gris. Su voz inconfundible, ronca y herida, nunca lo asustó tanto como los gruñidos que soltó esa noche, teniéndolo aprisionado debajo de su cuerpo. Sabía que no soñaría con su saliva deslizándose por sus mejillas, cayendo en sus labios y su asqueroso aliento a centímetros de su rostro.

Hadria era el líder de la manada, no porque tuviera físicamente las características de uno, sino porque asesinó a quien una vez lo fue, y después mató a más osos que ninguno otro, de las maneras más lentas y dolorosas que uno podía imaginar, despellejándolos vivos, ahogándolos en el lago, torturándolos hasta que ellos mismos pidiesen la muerte. Y cuando lo hacía, al lograr su cometido, cargaba en el hocico sus cuerpos sin vida, llevándolos de vuelta ante su gente para darse el placer de humillarlos en la vida y en la muerte.

Era sanguinario. Ni siquiera su parte animal lo salvaba de serlo.

—Tu nombre significa «famoso guerrero», pero no veo características de un guerrero en ti. No tienes autoridad...o valor, o fuerza, o ferocidad.—apretó su cuello.—o valentía.—se enrolló uno de los mechones de su cabello entre los dedos.—eres un bebé llorón y a los bebés llorones les ocurren cosas muy malas.

Louis soltó un grito al ser tomado por la parte inferior de su cuerpo. Los pájaros posados en los árboles volaron en dirección opuesta al viento.

—Mírame cuando lloras.—Hadria aventó su cuerpo encima de un tronco viejo.—Te ves precioso cuando lo haces.

—¡Mamá! ¡Papá!—sollozó en vano. Nadie iría a rescatarlo. Eran los únicos ocultos entre la oscuridad de la noche.—¡Alguien ayúdeme!—gritó.—¡Quiero ir a casa! ¡Por favor, quiero ir a casa!

Sabía lo que ocurriría; y a pesar de eso tenía la esperanza de que se detuviera, de que lo dejaría huir.

No ocurrió. Cuando sus piernas perdieron fuerzas, su cuello fue volteado hacía la izquierda, y segundos después, quedó desnudo, recostado sobre la tierra, se dio cuenta de que realmente pasaría.

Él realmente tomaría su cuerpo.

Si sus padres no lo hubiesen mandado a entregar los alimentos a la manada de alfas en las afueras del bosque, su vida habría sido diferente. Si estuviera en casa durmiendo en vez de hacer los deberes, ¡si estuviera! ¡Pero no estaba! ¡Y lo mordía y dolía! ¡Dolía! Y culparlos sería injusto, la culpa era suya por correr demasiado lento, porque no estaba haciendo nada por detenerlo, porque ya no luchaba. Estaba quieto, dejando que sus sucias manos recorrieran su cuerpo.

Cuando lo hizo lo supo porque sintió que estaba siendo desgarrado por dentro.

Observó al cielo, casi oculto por las ramas de los árboles hasta que paró por primera vez. Tras esos segundos de silencio abrumador logró escuchar dos cosas: sus propios latidos y el golpeteo de su piel contra la suya. Y sintió las gotas de sudor deslizándose en sus piernas. Fue ahí cuando se dio cuenta que no volvería a ser la misma persona, que moriría antes de dejar que alguien volviera a tocarlo. Ya no podría amar, no sabría lo que es ser amado, tendría miedo. Viviría asustado. Todo se reduciría al momento en que su cuerpo fue cubierto con sus besos.

Louis lloró y lloró hasta que le dolió la garganta.

—Si me dejas ir no le contaré de esto a nadie.—sintió como si el corazón se le fuera a salir del pecho.—Lo juro, por favor. Déjame ir.—sus lágrimas nublaron su vista. Lo estaba lamiendo, lo mordía con toda la fuerza de sus colmillos y encajaba sus garras lo más profundo que podía llegar.—¡Déjame! ¡Déjame ir!—gritó hundido en una desesperación enorme.

Hadria lo besó una última vez antes de darle la última bofetada.

Y mientras lo hacían, obligado a verlo de frente, Louis se imaginó que estaba dentro del agua helada de las cascadas, a un montón de jugosos salmones saltando por ahí, al precioso cielo desnudo, al sol quemando su piel. De esa forma dolía menos. Así no soñaría con esos ojos grises que lo observaban con lujuria, soñaría con los otros: los que le hacían daño solo en sus sueños. 


Gracias por leerme

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Gracias por leerme. Creo que es el capítulo más corto de todos los que escribí.  Si quieren una dedicación para los próximos capítulos, ¡comenten todo lo que puedan y elegiré a uno de ustedes entre los comentarios! Feliz año. 

Por cierto, si eres parte de mis antiguos lectores y leíste mi obra "Spring" antes de que la pusiera en borrador: volverá pronto. No me he olvidado de ella. 

Salta, LouisWhere stories live. Discover now