━ 𝐗𝐋𝐈𝐗: Golpes bajos

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—Pues sí. Me produces mucha curiosidad, ¿sabes?

Drasil alzó las cejas con escepticismo.

—¿Y eso por qué? —quiso saber, siguiéndole el juego.

Con sumo descaro, Hvitserk la examinó de arriba abajo, deteniéndose en ciertas zonas de su anatomía que hicieron que a la hija de La Imbatible le entraran ganas de apuñalarlo con su daga en el ojo. Cuando su mirada volvió a conectar con la de ella, Drasil pudo apreciar una chispa de diversión latiendo en el fondo de sus iris verdes, que eran de una tonalidad un poco más oscura que los suyos.

—Porque nunca antes había visto a mi hermano tan encaprichado con una mujer hasta que apareciste tú —manifestó, señalándola con un suave cabeceo—. Y créeme cuando te digo que cuenta con un amplio historial de amantes.

El rostro de la muchacha se tornó pétreo, en un intento desesperado por disimular la enorme crispación que le había generado ese último comentario. Se refugió tras una cuidada máscara de indiferencia, guardando bajo llave cualquier sentimiento o emoción que pudiera delatar lo mucho que le enervaba imaginarse a Ubbe con cualquier otra fémina que no fuese ella.

Era perfectamente consciente de que había habido otras antes que ella, que el primogénito de Ragnar y Aslaug jamás se había reprimido en ese aspecto, pero no era necesario recordárselo de esa forma. Como si solo se tratase de un trofeo más, de una conquista que se estaba alargando más de lo habitual.

—Si solo has venido para compararme con las otras mujeres con las que se ha acostado tu hermano, ya puedes marcharte —le espetó Drasil de malas maneras. Aquella situación empezaba a contrariarla—. No me interesa lo más mínimo. —Cuadró los hombros e irguió el mentón con soberbia, como solo ella sabía hacer.

Hvitserk rio entre dientes.

—Me dijo que tenías carácter. —Volvió a someterla a un riguroso escrutinio. La escudera se maldijo en su fuero interno por no tener el cuchillo a mano—. No se equivocaba —ratificó, hilarante.

Drasil lo fulminó con la mirada.

La puñalada en el ojo seguía pareciéndole sumamente tentadora.

—En ese caso, yo que tú no tentaría demasiado a la suerte —le advirtió en un tono peligrosamente dulce.

El Ragnarsson carcajeó.

—Me caes bien —declaró, una vez recuperada la compostura.

—Tú a mí no —soltó la joven en respuesta.

Los labios de Hvitserk hilvanaron una sonrisa maliciosa que consiguió crispar sus ya alterados nervios. Ella le lanzó una mirada aguda y reprochable que solo sirvió para divertir aún más al chico, que debía tener más o menos su edad, puede que uno o dos años más.

—Hablo en serio —prosiguió él, retomando el hilo de la conversación—. Desde que volvéis a estar juntos, mi hermano está más animado. Parece otro. —Drasil entornó ligeramente los ojos—. Sí, estoy al corriente de vuestras idas y venidas. Pero no le culpes a él, soy demasiado insistente cuando quiero saber algo —aclaró, alzando las manos en actitud pacificadora. La castaña se limitó a exhalar un tenue suspiro, resignada—. El caso es que... bueno... La muerte de Sigurd ha sido un duro golpe para todos nosotros, sobre todo para Ubbe. Pero tu compañía le está haciendo bien. —Se rascó la nuca con nerviosismo. Mencionar a Sigurd era como hurgar en una herida que todavía estaba abierta. Drasil pareció darse cuenta de ello, ya que suavizó la expresión de su semblante—. De hecho, últimamente me tiene prohibido ir a su tienda por las noches. Supongo que tú tendrás algo que ver en eso —añadió, guiñándole un ojo con complicidad.

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