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Era de madrugada. Jonathan no bajó cenar. Se había quedado dormido con un libro entre sus manos. No había una luz, más que las brasas doradas que se reflejaban en las paredes de externas de la casa. Jonathan vio el reflejo dorado en los cristales de su ventana. Se puso de pie.

Afuera un mujer estaba sentada delante de una fogata. No distinguía su silueta. Pero el vestido delataba su género. Tomó un abrigo y bajó los escalones a tientas, tropezando con algunos muebles en camino. ¡Típico de una casa victoriana! Era un cúmulo de adornos y muebles. Mientras más adornos, mejor. Mientras más complicado era el diseño de las rejas de la ventana, mejor. Servía para ostentar la riqueza. Los Smith tenían grandes cantidades de dinero para cubrir todos aquellos minuciosos adornos.

Bajó las escaleras. Afuera la llamas consumían el paisaje silencioso. Jonathan corrió hasta las llamas. Delante de ellas estaba Charlotte. El cuerpo innerte de Lucy, desmembrado, yacía sobre la nieve.

Charlotte había abierto a la criada en dos. Los huesos de la caja toráxica estaban derruidos, separados desprolijamente. Ella había quitado el corazón, los pulmones, y cualquier tripa que encontrase. Las arrojaba al fuego como leños. La carne chamuscada de olía a metros. Lucy no tenía ojos. Los dientes fueron arrancados. Las falanges seccionadas y el pelo cortado.

La joven hermanita de Jonathan permanecía impasible, arrojando los restos de la difunta.

—¡¿Qué haces?! ¿Qué hiciste con Lucy? — Interrogó. Charlotte se volteó.— ¡CONTESTA! —La fémina intentó acercarse.— ¡NO! ¡Aléjate! ¡No eres mi hermana! ¡Mi dulce Charlotte! ¿Quién eres? ¡Impostora! ¡Devuelveme a Charlotte! —Se pasó el pañuelo de seda por la frente.

Charlotte se acercó. Le arrancó el pañuelo de seda a su hermano. Lo miró despectivo.

—No hay tal Charlotte como la que conocías.

—¡BRUJA!

—Mamá era una bruja...— Acarició el pañuelo, deleitándose con las suave hebras.— Ella sólo me enseñó el oficio. —Arrojó el pañuelo hacia el fuego.

—¡NO! ¡Has arrojado oro al fuego! —Charlotte golpeó a su hermano.

—Puedes comprarte todo lo que desees mientras estés vivo. ¿O prefieres que von Hannoven vuelva por tí? Von Hannoven sólo deseaba acabarte. Yo lo impedí. Moví los hilos del destino a tu favor.

Jonathan no caía en cuenta de la realidad. Un cuervo apareció volando sobre la fogata, se arrojó a ella. En las llamas, las plumas del ave se quemaban. La carne se cocinaba. Los ojos perdían su vitalidad y se transforman en bolas ásperas y escamosas. El pico se doraba. Las patas tomaban un tono dorado. El cuervo gritaba de horror. El ave se estaba quemando viva. Charlotte sonreía.

—Es por tu bien hermano.

Muerte revocadaWhere stories live. Discover now