Capítulo 4: Sébastien

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Dar la noticia de la muerte de los dos chicos a sus amigos, en especial a Colette, es casi más difícil que haberlo presenciado. Y, aunque intentamos advertirles de que era un suicidio, no puedo evitar sentirme culpable. Al fin y al cabo, he sido yo quien ha alejado a los soldados de la barricada y, de alguna forma, les ha llevado hasta ellos.

Pero nadie parece pensar en ello. Lo único que encuentro en sus expresiones cuando me miran es dolor.

─¿Qué ha pasado con el resto de barricadas? ─pregunta Auguste.

─Ha habido muertos y heridos en los dos bandos y mucha gente detenida ─les resumo─. Pero no creo que sean excesivamente duros a partir de ahora o el pueblo volverá a echárseles encima. De momento, hay una especie de acuerdo tácito de no detener a nadie más.

─Entonces, ¿podemos irnos a casa? ─La voz de Colette suena tan rota como ella misma aparenta estar.

─Debéis. Y yo también, antes de que me vean hablando con vosotros.

─Sébastien, ¿verdad? Gracias.

Ni siquiera recuerdo el nombre de la chica que me tiende la mano. ¿Laurie? ¿Lina? En cualquier caso, no creo que merezca su gratitud. Cécile solo inclina la cabeza como despedida cuando pasa por mi lado.

Colette se queda atrás y cuando estamos solos, me atrevo a acercarme a ella.

─Lo siento ─murmuro.

─Yo también. Y no me he quitado la sensación de ser una cobarde de encima en toda la noche ─confiesa─. ¿Para eso nos unimos? ¿Para escondernos?

─No hubiera ayudado en nada que os hubieran encontrado aquí. Eran doce soldados y con mejor preparación y armas que vosotros, créeme. Fuisteis valientes al manifestaros, pero no habríais logrado nada muriendo hoy.

No sé si le sirve de algo o no, porque únicamente se encoge de hombros y vuelve a mirar al suelo.

─Vamos, te acompaño a casa.

Aún tengo en la retina las imágenes de la masacre del día anterior, así que escojo el camino que, aunque supone dar un rodeo, nos aleja lo más posible de los restos de las barricadas.

Colette se encoge sobre sí misma al ver los cuerpos, pero avanza deprisa tratando de mirar al suelo.

─Ya queda poco ─le aseguro.

Salimos a calles más despejadas y ambos empezamos a respirar tranquilos. Hasta que nos cruzamos con una pareja de soldados. Parece que solo están recogiendo cadáveres para devolverlos a sus familias, pero aun así volvemos a tensarnos. Esta vez es Colette la que busca mi mano, aunque dubitativa, y entrelazo mis dedos con los suyos con un suave apretón para infundirle ánimos.

Según pasamos junto a ellos, tratamos de esquivar su mirada. Me vuelvo hacia Colette y le sonrío. Ella trata de hacer lo mismo, aunque está claro que no es sincera.

─¡Eh! Vosotros dos, marchaos. Esto no es ningún sitio para pasear en pareja, ¿entendéis?

Me esfuerzo por parecer avergonzado y juraría que Colette lo está de verdad. La atraigo hacia mí, rodeándole los hombros con un brazo.

─Claro, por supuesto ─me disculpo─. Ya nos vamos.

La arrastro para alejarnos de allí, agradeciendo no haber coincidido nunca con ellos y que no me reconocieran.

Hacemos el resto del camino en silencio y, una vez en la esquina de su casa, me doy cuenta de que aún vamos cogidos de la mano. Me aparto con naturalidad, aunque en seguida echo de menos su contacto.

─Ten cuidado. Y descansa ─se despide, aupándose para darme un beso en la mejilla.

─También tú.

Espero a que haya entrado en la casa antes de marcharme. Yo también estoy deseando llegar a mi cama y dormir algo, aunque no creo que eso baste para borrar la huella de esta noche.

Cuando entro en casa, mis padres están en la cocina, ya despiertos.

─¡Sébastien! ─mi madre se lanza a abrazarme mientras mi padre se queda en segunda línea, mirándonos─. ¿Estás bien? ¿Dónde está tu uniforme?

─Estoy bien ─respondo─. Pero quería cambiarme antes de venir a casa. No quería más problemas.

─Esos malditos estudiantes ─masculla mi padre─. ¿Los habéis reducido ya?

─No queda nadie en las barricadas ─respondo, con más frialdad de la que pretendía─. Se terminó la pesadilla.

─Nunca termina ─me contradice él─. Pero estoy orgulloso de que hayas salido a combatirlos. ¿Sabes que vieron a esa amiga tuya, Nicolette? Menos mal que te alejaste de ella a tiempo, hiciste bien en hacerme caso. ¿Te acuerdas de ella?

─Evidentemente.

Si mi padre fuera algo más observador se daría cuenta del matiz de mi tono y el cambio en mi expresión, pero solo ve lo que le interesa. La mirada inquisitiva de mi madre, en cambio, me indica que sí ha sabido leerme.

En cualquier caso, lo único que puedo hacer es tratar de descansar. Y, aunque no logro dormir, sí consigo al menos ordenar mis pensamientos. Sé lo que tengo que hacer.

Tras las barricadasWhere stories live. Discover now