Capítulo 3: Nicolette

1 0 0
                                    


─¿Te has vuelto loca? ¿Quién demonios es ese?

Si pretendía ser discreta, el grito de Cécile amenaza con estropearlo. Es un milagro que nadie suba a comprobar qué ocurre.

─Sébastien.

Como si fueran un conjuro, mis palabras la aplacan de inmediato.

─Maldita sea ─sisea. Deja caer los brazos, relajándose un tanto.

En nuestros tres años de amistad, le he hablado de toda mi vida tanto como ella a mí de la suya. De mis padres, de mis abuelos, de mis profesores, de mis amigos... y del chico que me rompió el corazón cuando se marchó y cuando dejó de responder a mis cartas, porque creía que me había enamorado de él.

─¿Confías en él?

─Lo suficiente para evitar que le mates.

─Como quieras. Aunque puedo pedirle que me de unas cuantas explicaciones.

─Déjalo. Eso eran tonterías de críos. Ahora hablamos de cosas mucho más importantes.

─¿Que plan tenéis?

─En realidad eso era más o menos lo que estábamos discutiendo.

─¡Vaya dos descerebrados! ¿Pensabais quedaros ahí a dormir, como si fuera un hotel? No es solo el ejército, también...

Estoy segura de que se queda con ganas de explicarme en detalle lo idiota que soy, pero el grito de Matthieu nos paraliza.

─¡Soldados! ¡Preparaos!

No sé si le escucha o si es el revuelo que sigue lo que le alerta, pero Bastien se une a nosotros en el corredor.

─Colette, por favor, escúchame. No tenéis ninguna oportunidad. ¿Cuántos sois? ¿Veinte? ¿Treinta?

─Seis ─La voz de Cécile suena estrangulada y parece contagiarse de su angustia ─. La gente ha empezado a marcharse.

Bastien palidece de nuevo y supongo que mi cara no debe ser mucho mejor porque siento que estoy a punto de vomitar.

─Tenéis que huir de aquí.

─Ya es tarde ─le rebate Cécile─. No tenemos donde ir, debemos luchar.

Temblando, sin rastro del arrojo que he sentido hasta el momento, vuelvo la mirada hacia la estantería.

─Quizá ahí ─propongo, insegura.

─Revolverán todo el local. La única diferencia será que ahí estaremos encerrados.

─No necesariamente ─interviene Bastien desde la ventana, más optimista─. Os ayudaré.

─¿Cómo vas a hacerlo?

Aunque escéptica, Cécile parece dispuesta a darle un voto de confianza a Bastien. Y yo también.

─Me quedaré aquí y, cuando suban, la ventana estará abierta y estaré tratando de alcanzar al grupo que se había escondido aquí y que ha huido por los tejados. Cuando nos hayamos ido, podréis salir.

─Tal vez funcione ─le apoyo.

Cécile asiente en silencio y bajamos a encontrarnos con los demás. Su primer instinto es atacar a Bastien, pero como era lo más previsible Cécile y yo nos interponemos antes de que puedan hacerlo.

─Está con nosotros. Nos va a ayudar a sobrevivir, pero tenemos que darnos prisa para que pueda enviar a los soldados tras una pista falsa.

Eso no convence a Clermont, que protesta en seguida.

─No voy a confiar mi vida a un perro faldero del rey.

─Yo tampoco ─apoya Matthieu─. Lo más probable es que nos venda en cuanto le demos la oportunidad.

─No va a hacerlo. Confiad en mí ─les pido, mirando a Bastien, que se mantiene impasible a los insultos.

─Yo me fio ─interviene Cécile.

Louane, indecisa hasta ese momento, se acerca a nosotros y coloca junto a Cécile, cogiéndole la mano.

─En cualquier caso, hay que decidirse rápido o no sorprenderán aquí. No nos queda mucho tiempo ─nos recuerda Bastien.

Conscientes de que tiene razón, subimos de nuevo. Louane, Cécile y yo entramos en el pequeño cuarto que comienza a serme familiar. Auguste, tras unos segundos de duda, nos sigue.

─Espero que estéis en lo cierto ─nos dice escondiéndose a nuestro lado.

Clermont y Matthieu, en cambio, deciden salir por la ventana y huir realmente por donde Bastien pretende guiar a los soldados. A pesar de que tratamos de convencerles de lo contrario, confían en que la ventaja les será suficiente.

─No lo tomes a mal ─le susurro a Bastien─. A pesar de tu aspecto esmirriado, sigues siendo un soldado.

─Lo sé. Pero supongo que crees que incluso tú pareces más peligrosa que yo con esa ropa de batalla ─bromea.

─Puedo ser tan elegante como la que más, pero no sería demasiado práctico ahora mismo, ¿no crees?

Con una sonrisa, me da un ligero apretón amistoso en el brazo antes de marcharse.

Apenas nos sobra tiempo cuando cerramos la puerta y Bastien coloca la estantería delante. No tardamos en escuchar pasos subiendo las escaleras a toda prisa. Contenemos la respiración, confiando.

Escuchamos voces, aunque no alcanzamos a entender lo que dicen. Una vez que oímos pasos alejándose y, después, el silencio, solo podemos desear que nuestros amigos tengan la misma suerte.

Las horas de espera se hacen eternas y el hecho de que ninguno nos atrevamos a pronunciar palabra no resulta de ayuda. A pesar del estruendo, los gritos y los disparos del exterior, nosotros parecemos sumidos en una especie de trance en el que nada de eso puede alcanzarnos. Al menos, no aún. No hasta que, ya casi de amanecida, oímos pasos al otro lado de la puerta y la voz de Bastien anunciando que es seguro salir.

El suelo se queja cuando aparta la estantería para abrirnos y entra. Ya no lleva su uniforme y su expresión es tan sombría que, antes de que pueda decir nada, sabemos las malas noticias que nos trae.

Tras las barricadasМесто, где живут истории. Откройте их для себя